Opinión

Franja electoral: función de trasnoche

En toda campaña electoral hay ritos, y uno de ellos es el estreno de la franja electoral televisiva en la cual los candidatos tienen la oportunidad de irrumpir con alguna idea, emoción o imagen, para “mover la aguja”.

Es así como este momento es esperado con ansiedad por los políticos y sus asesores, quienes depositan amplias esperanzas en lo que los genios de la televisión y la publicidad puedan hacer, como bajo un reflejo condicionado, adquirido a partir de 1988, cuando la Franja del No cambió el lenguaje y la comunicación política.

Sin embargo, en la actualidad la franja electoral no es una bala de plata, ni nada que se le parezca.

Por el contrario, mientras más reciente es la elección, las apuestas televisivas se ven más arcaicas y desconectadas. De este modo, el espacio televisivo se llena con consabidas musiquitas épicas o pianitos sensibleros, mezclados con imágenes aéreas de drones, animaciones, banderas chilenas, gente de casting, y las caras y las voces de candidatos en tono de coach motivacional.

Es cierto que en parte esto se debe a que la televisión misma ha envejecido como el final del Retrato de Dorian Gray, dada la irrupción de las pantallas de los celulares y las lógicas de las redes sociales, que hacen que la experiencia audiovisual sea muy diferente a la época de oro de la TV. Algo que implica también que la industria parezca protagonizada por directivos y rostros envejecidos, coherente con su audiencia boomer.

Pero, la decadencia de la franja -a juzgar por la propuesta de los ocho candidatos de hoy- tiene que ver también con la ausencia de una política de peso, que vaya más allá de satisfacer las emociones de un electorado cada vez más iletrado.

Así, Jeannette Jara apuesta por niños, pueblo, paisajes y un par de guiños a la gestión; Harold Mayne-Nicholls por un humor ácido que contradice el tono componedor que muestra en los debates; Marco Enríquez-Ominami por el lenguaje de la IA, tal vez jugando a luego deshuesar su franja y distribuirla en redes sociales; Parisi -en tanto- hace una meta-franja donde habla de otras franjas y cede el tiempo a sus candidatos al Congreso; Eduardo Artés trasnocha con imágenes del estallido y la UP; Johannes Kaiser apuesta por imágenes de La Moneda en tono gesta; Evelyn Matthei por collages y animaciones; y José Antonio Kast por un camión blanco y el mantra de la seguridad (un punto ganado hace rato).

Es decir, ningún aporte por parte de la comunicación política, como sí pasó con la franja del No, la que cambió para siempre la gramática de este quehacer. Aunque, para ser justos, esa franja pudo resultar “épica” porque Chile se batía entre dictadura y democracia, y todas sus fuerzas creativas -incluidas las de la política- estaban volcadas hacia ese momento histórico.

A diferencia de ahora, en que los publicistas de los políticos tienen la ardua labor de lustrar dudosos atributos de sus desconcertados clientes y llenar la ausencia de rostros interesantes que quieran casarse con una política que ha perdido seriedad y dignidad, sea por televisión o sin ella.

En suma, nada que vaya a cambiar el curso de la elección, y nada novedoso en una política que se ve rodada como el gollete de una botella.

Por Cristóbal Osorio, profesor de Derecho Constitucional, Universidad de Chile

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