Opinión

Izquierda retrógrada

Foto: Agenciauno

Desde la Revolución Francesa la izquierda ganó la posición de la defensa de las ideas de avanzada, al punto que logró hacer sinónimo de su proyecto el concepto de “progresismo”; por el contrario, la derecha representaría el estancamiento en formas arcaicas, en un cierto orden injusto en que predominan los privilegios de clase. Por ello, progresismo sería sinónimo de igualdad, del término de las ventajas que vienen con la cuna, del fin de un antiguo régimen estamental. Su consecuencia es Marx tomando partido por los trabajadores contra los capitalistas y elaborando una teoría de la economía y de la historia.

Pero los seres humanos tomamos derroteros inesperados, el viejo Marx se derrumbó, Adam Smith sería menos glamoroso, tendría menos adeptos y menos intelectuales alabándolo, pero sus ideas funcionaron, allí donde un mercado abierto y competitivo se instaló hubo progreso, desarrollo y los trabajadores obtuvieron el bienestar que la lucha de clases nunca les proveyó. Cuando parecía que la disputa estaba zanjada, que la democracia, el estado de derecho y la economía de mercado eran una tríada invencible, surgió la política identitaria, con un pensamiento iliberal que choca contra las bases de la modernidad.

Sin que se percibiera muy claramente surgió una izquierda que mutó de progresista a retrógrada, que ya no aspira a la igualdad ante la ley; por el contrario, le molesta. Quiere estatutos diferenciados, reivindica privilegios, disuelve la noción misma de ciudadanía que carece de toda significación cuando deja de ser el concepto que define una y la misma posición de los individuos ante el Estado.

Eso es un sistema político que, pretextando desigualdades históricas, culturales y estructurales, organiza a la sociedad en ordenes diferenciados, dotados de privilegios algunos y de postergaciones otros. Esto es lo que está haciendo la Convención Constitucional y, además, lo está haciendo de manera chapucera, llena de inconsistencias y desmesuras que auguran la disolución de nuestros vínculos, el deterioro material y el incremento de la violencia. Es decir, exactamente lo contrario de lo que busca un orden jurídico constitucional.

Por supuesto, no toda la izquierda ha caído en esto, hay otra que no ha abandonado la modernidad, que sigue creyendo en una sociedad de iguales ante la ley, que no se bajó del carro de la historia cuando cayó el muro de Berlín y que adhiere a las instituciones políticas y culturales del occidente desarrollado. Como es obvio, para todos quienes tienen la paciencia de leer mis columnas, me parece que su proyecto político es equivocado, pero esa discrepancia se da dentro de un marco común de respeto a derechos civiles y garantías que ponen cerco al ejercicio del poder político.

Cada día es más urgente y acuciante que todos quienes comparten ese marco común, sin complejos ni temores, se aparten de la izquierda retrógrada cuya mayoría en la Convención nos está conduciendo a la involución institucional y política.

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