La pelota para la casa

Bachelet
AgenciaUno


Sobre la hora y con la inminencia del cambio de mando, Michelle Bachelet presentó una de sus promesas emblemáticas: una nueva Constitución para Chile. Paradójicamente lo que ella anunció como un nuevo comienzo para el país fue presentado al final de su mandato. Es el corolario del macabro intento por mantener viva la retroexcavadora.

Se maquilla el proyecto de nueva Constitución bajo expresiones que buscan colocar a Bachelet en el sitial de estadista, como si su única inspiración fuera un sentido republicano. Nada más ajeno a la realidad. Lo que hay detrás de esto es la búsqueda de refundar Chile, a pesar del rechazo que recibió está visión el pasado 19 de diciembre. A pesar de que el resultado fue contundente, Bachelet quiere llevarse la pelota para la casa.

Nos promete un nuevo Chile basado en la preeminencia de los llamados derechos sociales, como si la solución a todos los problemas que nos aquejan dependiese de la declaración constitucional de que desde ahora gozaremos de una "vida digna". Eso es populismo constitucional, pues la promesa de un mejor país plasmado en un papel es un engaño muy rentable discursivamente. Esta idea no ha sido combativa de forma contundente por los defensores de la sociedad libre.

Se le asigna al Estado el rol de garante supremo de nuestra vida. La presidenta dice que eso nos pone a la altura de los países más desarrollados, pero lo que no dice es que el modelo del Estado de Bienestar tiene asfixiadas y estancadas a las economías europeas hace ya varios años. Mientras nuestros "ejemplos" hacen lo posible por revertir esta situación, nosotros buscamos cometer el mismo error. Como diría el historiador Niall Fergurson, podríamos estar ejerciendo nuestro derecho a ser estúpidos.

El problema no es si se cambia o no la Constitución, ni por qué la cambiamos. El conflicto es previo: cuál sociedad es la que buscamos construir. Podemos apuntar a una basada en el esfuerzo individual, con un sentido de comunidad que busque el máximo desarrollo de sus miembros, o una sociedad basada en el asistencialismo, donde el Estado sea el gran garante de todo.

Lo que se nos propone va en la línea de lo segundo. El establecimiento de un Estado de derecho democrático y social – en palabras de Bachelet – implica retomar los paradigmas de los años en que Chile era un país secundario y obsesionado con copiar a Europa.

Todo esto entrega más preguntas que certezas, pues nos interpela a cuestionarnos dónde ponemos el límite al avance estatal, cuál será el rol de la sociedad civil y -lo más fatídico- qué tendremos las personas en la construcción de su futuro.  Y esto sucede cuando se plantean cambios constitucionales basados más en el fanatismo ideológico, que en la realidad y futuro del país que hemos construido.

Es peligroso continuar en la línea del mesianismo bacheletista. En el nuevo mañana se avizora una fuerte tormenta, cruel e inclemente, que puede destruir todos nuestros lazos. Si queremos seguir trabajando en la construcción de país desarrollado, debemos poner a las personas al frente, como prioridad y fin, relegando progresivamente al Estado a un rol de mero soporte. La construcción de una tradición constitucional moderna, exige dejar de lado los caprichos de quienes ostenten el poder en un momento determinado, y pensar en el devenir de nuestro país y de sus integrantes. Chile necesita madurez, no niñerías que pueden afectar el futuro de todos los chilenos.

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