En Fundación Kiri apoyamos escuelas de alta vulnerabilidad, por medio de talleres de robótica, teatro, skate, tenis y otros, para niños, niñas y adolescentes (NNA), desde 3º Básico. El propósito no es conseguir campeones olímpicos, sino ayudarlos a que se sientan queridos, que el mundo gira a favor de ellos, y que adquieran herramientas para la vida. Iniciamos el trabajo en 12 escuelas durante el 2022, este 2023 esperamos llegar a 40, y muchas más a futuro. Pero todo este esfuerzo será en vano si no transformamos este grave problema en una política de Estado y en una cruzada nacional.

Varias décadas atrás el Dr. Fernando Monckeberg denunció la desnutrición infantil en Chile, que causaba la muerte de miles de NNA antes de los 14 años, especialmente en los más pobres. Luego, sumó voluntades de todos los sectores y desarrolló un eficaz programa de alimentación que logró un verdadero milagro: los NNA de Chile dejaron de morir, logramos tener una esperanza de vida similar a la de países desarrollados (desde 57 años en 1960 a 80 años en la actualidad). Él siempre decía: “Los niños necesitan un vaso de leche y un beso en la mejilla”. Lo cierto es que en las últimas décadas fuimos muy buenos en lo primero, pero no hicimos el trabajo en lo segundo. El desafío de nuestra generación es la nutrición emocional, proporcionando un ambiente estimulante y lleno de cariño durante el desarrollo.

Si no actuamos con decisión y sentido de urgencia las secuelas representarán traumas transgeneracionales, comprometiendo el futuro de Chile. Estos problemas deben abordarse ahora mismo, con energía, persistencia y dedicación. Aún no se tienen muchas estadísticas que valoren el impacto de la pandemia, pero aquí hay algunos datos pre-pandemia sobre la desnutrición emocional de nuestros niños y niñas:

• El 34% de NNA declara haber vivido maltrato de sus cuidadores y el 16% reporta agresiones sexuales (Subsecretaría de Prevención del Delito, 2017)

• Se registraron 30 mil sentencias condenatorias a adolescentes promedio por año entre 2008 y 2018 (Defensoría Penal Pública y UNICEF, 2020). La edad promedio de inicio de la delincuencia es 14 años (Instituto de Sociología PUC & Fundación San Carlos de Maipo, 2015)

• La prevalencia total para cualquier trastorno psiquiátrico y/o discapacidad psicosocial es de 22,5% (De La Barra et al., 2012), es decir, ¡más de un millón de NNA con urgente necesidad de atención!

• Somos el primeros país de Latinoamérica en consumo de marihuana y cocaína en adolescentes, y los quintos en materia de alcoholismo adolescente, cuya forma más habitual de consumo es alcanzar la embriaguez (SENDA,2019).

• Según la OMS ocupamos el primer lugar en Latinoamérica en prevalencia de obesidad infantil y el sexto a nivel mundial (INTA, 2016).

Este fenómeno multidimensional se está dando además en un contexto de creciente anomia, es decir, de falta de respeto por las normas de la sociedad, con su correlato en la violencia; así como en una inaceptable y persistente inequidad de ingresos y oportunidades.

Por cierto, no todo está perdido. El país tiene todavía algunas resiliencias institucionales y económicas para enfrentar el principal proyecto país del Siglo XXI, por medio de ambiciosos y bien coordinados programas públicos y publico-privados. El desafío es hacer que lo que hoy es algo extraordinario, y un privilegio de pocos, sea la regla general. Que cuando un narco llegue a intentar sumar a un NNA a su banda, siempre exista otra tribu (el equipo de basquetbol, de ajedrez, de robótica, o la banda de música) que le ofrezca un espacio de pertenencia y de crecimiento.

Por último, creemos muy importante avanzar en: a) crear conciencia de la problemática por medio de campañas masivas que visibilicen la crisis de salud mental que enfrenta la niñez; b) fortalecer el todavía muy ineficaz sistema de protección de la infancia, c) introducir el bienestar emocional en el currículum escolar, con formación y soporte en temas socioemocionales para las y los docentes que son la “primera línea” en esta batalla; d) resolución de la demanda de recursos humanos calificados en salud física y mental; y e) medición y difusión anual de la situación, para determinar eventuales avances o estancamientos. Invitamos a las autoridades a considerar la gran magnitud de los recursos financieros, institucionales y humanos necesarios para abordar estos problemas con seriedad, constancia y sin cosmética.

Por Florencia Alamos, Felipe Kast y Mario Waissbluth, Fundación KIRI.