Mucha calle
Desde hace varios años, con anterioridad a octubre de 2019, diversos académicos —de izquierdas y derechas— vienen hablando de una supuesta “crisis de representatividad” en el país, con el propósito de indicar que el sistema político —en un principio, en el marco de un sistema electoral binominal— no reflejaría la diversidad de fuerzas no sólo políticas, sino también sociales. Al mismo tiempo, muchos de ellos comenzaron a hablar de la crisis del modelo neoliberal, en términos de que la mayoría de la población anhelaría un modelo alternativo que, por ejemplo, apunte a superar la mercantilización de los derechos sociales, como educación y salud.
Sin embargo, y en buena medida a raíz del mayoritario rechazo al proceso constitucional de 2021-2022, esos diagnósticos resultaron ser, a lo menos, discutibles. En primer lugar, porque el rechazo de la población a la política continuó luego de la reforma legal de 2015, que dispuso un sistema proporcional. Y segundo, porque nada indica que la mayoría de la población rechace el modelo en sí mismo, sino, por el contrario, lo que más bien ella pareciera rechazar es el estancamiento económico, que le impediría gozar de los frutos de ese modelo. Asimismo, el fracaso del proceso constitucional de 2023, liderado por Republicanos, demostró que la mayoría de los chilenos no quería avanzar hacia el polo contrario. No obstante esto último, podría darse la paradoja de que en la próxima elección presidencial resulte triunfador el líder de ese segundo proceso.
Por todo lo anterior, quizás sea necesario que las fuerzas políticas —sus candidatos y dirigentes— dejen de entender su actividad como la comprensión —semana a semana, incluso— de una supuesta “voz del pueblo”, como si esta voz fuera única o como si realmente ella existiera, al menos de manera prístina y fácilmente asible. Pero, además, desde una perspectiva normativa, la democracia liberal no debería entenderse como un espejo de las pulsiones populares. El buen político, en el marco de esta democracia, no es aquel que tiene “mucha calle”, sino el que es capaz de tomar distancia y ofrecerle al electorado un proyecto valioso en sí mismo.
Por lo mismo, aunque resulta indiscutible que los problemas del sistema político se vinculan con las instituciones que nos rigen —y que ameritan ser reformadas—, ellos también se conectan con la cultura política que se ha instalado en los últimos años, y que afirma que la virtud del político consistiría en reflejar casi de manera mecánica los sentimientos de la gente. Pero, a pesar de la volatilidad de los votantes, no resulta descartable que el electorado esté dispuesto a apoyar a un líder que, más que “escucharlo” y “comprenderlo”, sea capaz de ofrecerle un sueño de país: un mundo que no existe, pero que podría existir. Esto es lo que, por lo demás, han hecho siempre los estadistas, como Patricio Aylwin, Ricardo Lagos y Sebastián Piñera. Lamentablemente, en el marco de la presente elección presidencial, los estadistas brillan por su ausencia.
Por Valentina Verbal, Horizontal
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