Opinión

Ni tanto ni tan poco

Elusión. La luz difícil, muy celebrada novela del escritor colombiano Tomás González, cruza en sus 148 páginas por varios temas difíciles: la muerte, el dolor, la eutanasia, la vejez. Pero lo hace, por decirlo así, haciéndoles el quite a los filos más crueles de estas experiencias. Básicamente, el relato apela a dos planos temporales. El primero es el de una familia colombiana en Miami y Nueva York: pintor figurativo él, psicóloga en un hospital ella, y sus tres hijos, de los cuales el mayor es víctima de un accidente de tránsito que lo deja tetrapléjico y presa de terribles dolores. En el segundo plano ya han pasado varios años, el pintor ha vuelto a Colombia, ha quedado viudo, está perdiendo la vista y escribiendo una suerte de memorias que remiten a apuntes leves, casi siempre luminosos de lo que fue la vida de esa familia, del drama que les significó la decisión del hijo de someterse a eutanasia en Portland y de los saldos que quedaron de tiempos familiares más rescatables. ¿Está bien escrita? Sí y no solo eso: en estas páginas hay posiblemente originalidad y energía. ¿Funciona el relato? Yo diría que a medias. El tono elusivo de los dilemas y sentimientos de fondo termina pasándole la cuenta a la novela. No se condice el tono menor, la serenidad de los apuntes o la distancia con que se abordan los afectos, con la tragedia que ha vivido esta familia. Hay además demasiada opulencia y, si se quiere, una pizca de conformidad. El pintor se convierte en un artista exitoso, y entre hoteles de cinco estrellas y 4x4, entre pinceladas que no logran capturar con debida exactitud el brillo fugaz de la espuma en el mar en un cuadro que está pintando, el llamativo tatuaje en el hombro que se ha hecho el hijo del medio o las peleas del menor con su novia, bueno, el drama tiende a diluirse. Ocurre además algo que es bien peligroso en las novelas. Como que estas páginas huelen más a literatura que a humanidad. El autor acaba de ganar el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, el máximo galardón que otorga el Estado de Chile a los escritores latinoamericanos, y la decisión la adoptó un jurado en que participaron, entre otros, la argentina Mariana Enríquez y los chilenos Álvaro Bisama y Marcelo Mellado. La luz difícil se publicó el año 2011 y Sextopiso la reeditó hace dos años.

Sorpresa. La última parada de Arizona parte notablemente bien y, aunque no logra mantener ese magnífico pulso inicial hasta el final, la película está muy por encima, en términos de empuje y puesta en escena, del estándar promedio de las películas que llegan a Netflix. En esta plataforma está disponible. El primero que llega a una estación de servicio perdida en el desierto es un timorato vendedor de cuchillos. No hay combustible, no ha llegado el camión repartidor y debe esperar en el café contiguo. Después llegan dos “patos malos” que vienen de robar un banco. También deben esperar para llenar el estanque. Luego se dejan caer un oficial de policía bobo, una pareja anciana donde ella teje mientras él dormita; poco después aparece otra pareja, esta vez de jóvenes, él aprendiz de bandolero y ella de rockera y femme fatale. Pasa el tiempo y el café se va llenando. El timorato reconoce a los asaltantes. Ellos saben que sabe. Luego lo sabrán los demás. El gordo que maneja los surtidores no sabe nada. La garzona que atiende el café es nada menos que la esposa del sheriff local. La mesa está servida para que ocurra lo peor. Y no tarda en ocurrir. Este es un debut bien singular, porque es el primer largometraje de Francis Gallupi (37 años), un director que habrá que aguardar con atención. Esta cinta fue reconocida en el Festival de Sitges y suscribe la moral plebeya del cine serie B. Tiene un pacto de lealtad con el territorio y el paisaje. Habla de la torpeza y la estupidez con la misma autoridad con que habla de la codicia y la autodestrucción. Y repite lo que es ya una legendaria utopía encapsulada en los genes de la historia estadounidense: la de la riqueza fácil, la de ir temerariamente por el todo, no obstante el riesgo de acabar en nada. Filmada bajo el sello de la ferocidad, aquí el espectador reconocerá motivos que son de Fargo, influjos que vienen de los Coen, crueldades que están en Tarantino, apuntes macabros propios del cine de bajo presupuesto y una inspiración truculenta y salvaje que, al menos en Estados Unidos, creíamos perdida para siempre. Mis agradecimientos al amigo que me la recomendó.

Distancia y categoría. Quien tenga poca confianza en las series, que ahora no solo abundan sino también abruman, debería mejor evitar los seis capítulos de El gatopardo que pueden verse en el streaming. No solo son una decepción; también son una falta de respeto a la extraordinaria película que estrenó Luchino Visconti el año 63, con Burt Lancaster, Claudia Cardinale y Alain Delon, cuando adaptó la novela de Lampedusa. Esa película era visualmente una fiesta y dramáticamente un banquete. Esta serie, en cambio, es lo más parecido a comer pellet.

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