
No es simplemente un problema de radicalismo constitucional

Por Modesto Gayo, académico de la Escuela de Sociología UDP
Con independencia de los errores que se hayan podido cometer, entre ellos quizás algunos exabruptos maximalistas, quiero argumentar que sería otro error simplemente aceptar que las dificultades a las que se enfrenta el texto propuesto por la Convención Constitucional son producto del radicalismo contenido en dicho documento, ofrecido al pueblo de Chile para su refrendo o no en próximo plebiscito. Entender razones centrales de la situación presente no solo afecta a la decisión del 4 de septiembre, sino a las alternativas de nueva constituyente que emergen estos días en los diarios en la voz de destacados líderes políticos de ambos bandos entre el progresismo y el conservadurismo nacionales.
La primera de las razones es que la constituyente se formó como una cámara con representantes de múltiples sensibilidades políticas. Incluso se podría afirmar que cada uno de esos grupos daba espacio para diferencias en su interior. La diversidad de opciones fue un éxito desde el punto de vista representativo, en una primera instancia, lo que sirvió al propósito de legitimar a la Convención, que recordemos se enfrentó como opción a la alternativa de una Constitución hecha por los partidos políticos. Sin embargo, dicha variedad produjo la necesidad de incorporar también dentro de la negociación del texto una complejidad de miradas que necesariamente tenían que llevar las propuestas más allá de lo que hubiesen querido otras mayorías. Dicho en otros términos, próximos a la teoría de juegos, los equilibrios entre múltiples grupos imprescindibles para la aprobación de las normas por separado llevó a un agregado que no pudo ceder a la sencilla tentación de decidir entre las grandes mayorías, pues éstas estaban ausentes. O utilizando herramientas analíticas para el estudio de los sistemas de partidos del politólogo Giovanni Sartori, la atomización del congreso constituyente dio al traste con la posibilidad de alcanzar un documento más centrado, pues el mentado centro no existió. En definitiva, la fragmentación “radicalizó” la normativa de acuerdo a la necesidad de dar salida negociada a múltiples voces, recorriendo más camino del que hubiese sido imperioso de existir un menor grado de pluralidad. En este sentido, la heterogenidad interna devino una dificultad estructural y no tanto un problema de genuino radicalismo.
En segundo lugar, se debe reconocer que desde el conocido acuerdo del 15 de noviembre de 2019 ha pasado bastante tiempo político. Tanto es así que hoy no es sencillo comprender cómo un 80 por 100 votó a favor de la nueva Constitución, lo que es una proporción bastante superior a la que representa el progresismo en Chile. Evidentemente afectados por el trauma del 18 de octubre del año previo y todavía con el recuerdo de las fuertes movilizaciones, el espíritu constituyente se mantuvo considerablemente incólume por un tiempo, pero el mismo viene declinando desde algún tiempo atrás, de manera callada y para muchas personas cargada de incomodidad por el cortoplacismo de la reacción, pues ante hechos que ocurren una o dos veces en la vida es difícil tener desarrolladas respuestas maduras. Entre el cinismo fuertemente asentado en este largo país y la bondad ingenua como respuesta al cataclismo incendiario, lentamente fueron emergiendo miradas más matizadas, ideas de cámara lenta, frutas de temporada, al ritmo de la necesidad de pensar el país que uno sueña entre familia y amistades.
Adicionalmente, a modo de tercera y última razón, tras el acuerdo por la paz y las masivas movilizaciones, llegó un largo invierno pandémico que no reconoció diferencias de estación. Dos años de glaciación política, calles desiertas, militares, toques de queda y mascarillas, y un infinito y apabullante conteo de muertes diarias, al borde de la locura del encierro, la espera de inoculaciones y un futuro incierto. En otros términos, las prioridades colectivas del último tercio de 2019 sufrieron tal tropezón que se dieron de bruces con una realidad que pasó del sueño de un país digno a las miserias de la supervivencia, de la adrenalina del cambio a la fila del vacunatorio, finalmente, sí, iguales ante la posibilidad de ser el siguiente deceso estadístico. Y si la pandemia no era suficiente, sobrevino una crisis económica nacional y global de consecuencias habitualmente catastróficas para el empleo y el curso de las vidas (matrimonios, operaciones y juegos se tuvieron que posponer), y ahora la inflación, y mañana, esto lo deberían saber quienes comprometen nuevas constituciones post-proyecto constitucional fallido, quién sabe qué nuevo drama transmitirán los medios.
A semanas de que llegue el plebiscito de salida del texto constitucional que la Convención que funcionó con este propósito ha presentado al país, gran parte de la clase política nacional toma vuelo con las encuestas del Rechazo y concluyen que dicho documento ha fracasado anticipadamente debido al maximalismo de sus contenidos. Frente a ello, debemos reflexionar sobre las razones por las cuales hoy se piensa que podría vencer el Rechazo, más allá de la labor de las y los constituyentes, imbuidos por el espíritu de un tiempo de cambio y, por ello mismo, ajenos en gran medida a la manera en que su trabajo es leído desde la madurez reflexiva y las necesidades del presente.
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