No es un problema de cantidad
La salud de la democracia no se mide por el número de candidaturas presidenciales. Desde la Ciencia Política, la investigación al respecto está dividida. Por un lado, cuando hay más contendientes compitiendo por la Presidencia, el electorado tiene más probabilidades de encontrar una alternativa que represente sus preferencias. Así, las elecciones con más candidaturas suelen abarcar un rango mayor de posiciones programáticas.
Por otro lado, se advierte que un número muy alto de contendientes puede generar un mayor peso cognitivo en el electorado. En términos abstractos, frente a muchas alternativas se suele aprender menos sobre las y los candidatos, y se tiende a votar recurriendo a atajos cognitivos menos relevantes para la toma de decisión. Por ejemplo, se decide el voto en base a atributos personales de las candidaturas, en lugar de tener en cuenta la congruencia de las propuestas.
En nuestro país no es nuevo contar con múltiples candidaturas presidenciales. Basta recordar que hubo 6 en 1993 y 1999; 7 en 2021; 8 en 2017 y 9 nueve en 2013. Incluso bajo el sistema binominal y con una lógica bicoalicional, las elecciones presidenciales ya mostraban una fragmentación considerable. Con estos antecedentes, ¿por qué debería preocuparnos ahora que haya ocho candidaturas en la primera vuelta?
Pareciera que la inquietud actual sobre la fragmentación, que lamentablemente ha derivado en propuestas de reforma mal diseñadas, y en desconocer las verdaderas causas de la proliferación de partidos en el Parlamento, se ha extendido también a las contiendas presidenciales. Por eso conviene recordar las cifras del pasado: aun en elecciones generales concurrentes con un Congreso más pequeño y distritos reducidos, Chile ha tenido de manera recurrente un número alto de aspirantes a la Presidencia.
Se podría argumentar que, más que un aumento del número de candidaturas, lo que observamos es una menor concentración de votos en las dos opciones más votadas. En 1999, pese a que se presentaron seis candidaturas, quienes pasaron al ballotage reunieron en conjunto el 95% de los votos en primera vuelta. En 2013, con nueve candidaturas, ese porcentaje cayó al 72%. En 2021 descendió aún más, al 54%. Si las encuestas actuales se confirman, en noviembre veremos un escenario similar al de la última elección.
¿Es esto nocivo para la democracia? No es posible dar una respuesta categórica. Podría serlo si varias candidaturas obtienen porcentajes muy similares y ello lleva a que al ballotage pasen dos personas con diferencias mínimas respecto de otras que no llegan, ya que se pueden generar dudas sobre la limpieza de la elección. También podría ocurrir que quienes llegan a segunda vuelta lo hagan con un apoyo muy bajo, como en Perú en 2021, donde ninguna candidatura superó el 20% de los votos. En escenarios así, poco habituales, por cierto, la persona finalmente electa puede comenzar su mandato con una legitimidad de origen débil.
Nada de esto ha ocurrido hasta ahora en Chile, pese al elevado número de contendientes presidenciales.
Tener ocho candidaturas no es en sí mismo un síntoma de mala salud democrática. Lo que deberíamos examinar son las características de esas candidaturas. Más que el número de contendientes, lo decisivo es su compromiso democrático y el respeto que demuestran hacia las instituciones y los derechos humanos.
Por Julieta Suárez-Cao, Académica del Instituto de Ciencia Política UC
Investigadora Núcleo CRISPOL
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