Un programa de reformas liberalizadoras

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Paulo Guedes aún es CEO y socio de la corredora Bozano Investimentos. Foto: GENTILEZA FOLHA DE S. PAULO


Jair Bolsonaro ganó las elecciones presidenciales de Brasil por un amplio margen. Es compartida la noción que tal triunfo es la consecuencia del desencanto que tiene la población brasilera con la clase política y, en particular, con el Partido de los Trabajadores (PT). Ellos fueron castigados por no ser capaces de resolver los problemas de seguridad ciudadana, de corrupción y de desempleo del país.

Es importante detenerse unos instantes en los descomunales niveles de criminalidad y percepción de corrupción existentes en Brasil, que inciden negativamente en los niveles de inversión. Se ejecutan anualmente 27,3 homicidios intencionales por cada 100.000 habitantes, cifra que se compara con los 3,6 de Chile (Onudd). En cuanto a percepción de corrupción, de acuerdo a Transparencia Internacional, Brasil se encuentra en el lugar 96 entre 180 países, estando Chile en el puesto 26. El presidente electo ha dejado absolutamente en claro que tenderá a tener una política de cero tolerancia en estas materias y que garantizará absolutamente la propiedad privada.

La economía brasilera está prácticamente estancada. Para reducir la alta tasa de desempleo -que se ubica en 12,7%- necesariamente tendrá que volver a crecer. En 2017 el país tuvo un PIB por persona de US$ 15 mil (PPP 2015); en cambio, el de Chile casi bordeó los US$ 24 mil, un 60% superior. No obstante, en 1976 nuestro PIB per cápita apenas era el 67% de aquel de Brasil. ¿Gruesa ineficiencia de la economía brasilera? ¿Gran eficacia de la chilena? Ambas cosas. Tanto así que en 2017 los brasileros estuvieron en el lugar 78 del Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, y nosotros en el puesto 43.

Para resolver los problemas económicos de Brasil, Bolsonaro ha abrazado el programa propuesto por Paulo Guedes, Ph.D. en economía de la Universidad de Chicago y partidario de implementar un programa de liberalización económica y austeridad fiscal, muy parecido a aquel que se ejecutó en Chile a partir de septiembre de 1973.

En el pasado Bolsonaro fue más bien un racionalista económico, partidario de la centralización económica, de la existencia de empresas estatales estratégicas, y de la sustitución forzada de importaciones. De hecho, era contrario al libre comercio y a las privatizaciones. En un ambiente en que tendrá que negociar el programa de gobierno con los miembros de la coalición que lo han de apoyar en el Parlamento, eso causa una natural incertidumbre.

Afortunadamente Guedes tiene claro que para crecer Brasil debe generar las condiciones que incentiven la inversión privada y los espacios que la hagan posible. Así, su programa efectivamente se parece al que Chile implementó en las décadas pasadas: la liberalización de precios y del comercio exterior, un Banco Central independiente y disciplina fiscal, la privatización de las empresas estatales, la reforma del Estado y la reducción de su tamaño, una reforma tributaria, la reforma del sistema previsional, etc., etc.

En resumen, es altamente probable que Jair Bolsonaro impulse por lo menos algunas de las radicales reformas liberalizadores propuestas por su asesor económico. Si es así, con o sin Chile como modelo, las ahora posibles reformas en Brasil implicarán otro paso muy importante en la consolidación mayoritaria en América Latina de los regímenes políticos democráticos representativos y de las economías de mercado con un rol subsidiario del Estado.

La crisis del modelo de sustitución forzada de importaciones, que produjo una tácita pugna en América Latina entre los socialismos del siglo XXI y las economías sociales de mercado, podría con Bolsonaro estar resolviéndose definitivamente en favor del último sistema, porque compatibiliza mejor altos grados de libertad individual con mayores niveles de bienestar material.

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