Rechazo a presupuesto para Liceos Bicentenario
La decisión de la Cámara Baja de no aprobar fondos para extender este programa a nuevos establecimientos constituye un duro golpe para la educación pública, por lo que cabe esperar que el Senado lo revierta.
Durante la semana, la Cámara de Diputadas y Diputados rechazó diversos capítulos y asignaciones dentro del proyecto de presupuesto 2021 para el Ministerio de Educación. Una de ellas fueron los recursos para financiar la extensión del programa Liceos Bicentenario hacia 100 nuevos establecimientos, completando así los 400 comprometidos en el programa de gobierno. Si bien aún falta que sea votado en el Senado, donde el gobierno insistirá en reponer dichos recursos, este episodio refleja no solo una intención de bloquear uno de los pocos espacios que le quedan a esta administración para poder avanzar con sus compromisos de campaña, sino también una incomprensible falta de compromiso con el mejoramiento de los estándares de calidad en la educación pública.
En el caso de los recursos para la educación, la mayoría de ellos están dirigidos a financiar leyes permanentes y la mayor parte del alza para el próximo año se explica de hecho por la implementación de las reformas impulsadas durante la administración anterior: la creación de un nuevo sistema de educación pública, la nueva carrera docente y la gratuidad en la educación superior, entre otras. De esta forma, el margen de recursos que se deja al actual gobierno para poder implementar sus propias iniciativas es marginal, de solo unos puntos porcentuales del gasto total. Y, entre éstas, los Liceos Bicentenario son uno de los más paradigmáticos, toda vez que se trata de un programa que se inició en la anterior administración del Presidente Sebastián Piñera y que a la fecha muestra resultados alentadores.
El aumento sostenido en los resultados de sus estudiantes, el mayor acceso a educación superior y la elevada preferencia que muestran las familias a la hora de postular a ellos, constituyen una luz de esperanza para la educación pública, que de la mano de liceos como éstos ha demostrado que puede volver a entregar oportunidades de excelencia a las familias. Una de las críticas que suelen deslizarse como oposición a dichos establecimientos es que se trataría de liceos selectivos que solo atienden a los estudiantes más aventajados, así como que éstos no permitirían mejorar la calidad de la educación pública en términos generales. Lo cierto es que ello demuestra un desconocimiento no solo de la realidad bajo la cual operan -en contextos de alta vulnerabilidad-, sino también de las propias leyes que se han promulgado en los últimos años, entre ellas el nuevo sistema de admisión centralizado que puso fin a la selección y con cuyas obligaciones los Liceos Bicentenario, al igual que el resto de los establecimientos del país, deben cumplir.
En momentos en que el esfuerzo y la cultura de la responsabilidad y las altas expectativas son puestas en duda en el debate público, este tipo de programas son un aporte especialmente relevante. El rechazo por parte de los diputados es lamentable y da cuenta más bien de un afán obstruccionista que de un interés real por mejorar las oportunidades educativas para los adolescentes más vulnerables y de clase media. Es de esperar que esta decisión se revierta y no se ponga en riesgo un programa cuyo impacto para la educación del país es prometedor.
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