Opinión

Sí, es un invento. Un invento que existe por fe

Mali le quita millones en oro a Barrick. Foto: EP JINGMING PAN

En pleno Wall Street, literalmente a dos cuadras de Wall Street (la calle), se encuentra la mayor bóveda de oro del mundo. Un 20% de las reservas mundiales de oro, o un 12% de todo el oro que aún no ha sido extraído de la tierra, está ahí en Manhattan haciendo “nada”. Más curioso aún es que prácticamente todo ese oro ni siquiera pertenece a los Estados Unidos, país que, teniendo las mayores reservas de oro del mundo por lejos, las tiene mayoritariamente en otro lugar.

¿Por qué tanto oro en los Estados Unidos? Por qué los otros países no se llevan su oro de ahí, se preguntará usted.

Para responder lo anterior, voy a partir desde lo material para terminar con lo espiritual. Manhattan cuenta con una particularidad geológica que le permite, tanto construir los mayores rascacielos del mundo en densidades no vistas en otro lado, como poner 1/5 del oro mundial en un espacio diminuto, sin que este caiga por su peso hasta el mismo infierno: roca madre superficial. Roca que usted seguramente ha visto si ha tenido la suerte de pasear por el Central Park.

Pero claro, no basta con tener dónde poner el oro para tener oro. Aquí un poco de historia antes de llegar a lo netamente espiritual. A partir de fines del s. XIX Estados Unidos se comenzó a consolidar como una potencia económica. La contrapartida de su superávit comercial (condición necesaria para llegar a ser potencia) fue acumular el dinero de la época, el oro. No es que no existiera el papel moneda en sí, simplemente que su existencia estaba supeditada a tener oro. Le llamaban patrón oro a este sistema de conversión fija. La “política monetaria” (nivel de tasas y por ende cantidad de dinero en circulación) estaba condicionada a tener oro. Todo es crédito, menos el oro, decía J. P. Morgan.

¿Y qué pasaba con los otros países? ¿Por qué mantenían su oro en Nueva York? Porque trasladarlo de un lado para otro para hacer política monetaria era caro, poco práctico y lento. Mejor que alguien baje al subterráneo y cambie las banderas colgadas a cada lingote. Más lingotes con banderas alemanas en una bóveda en Nueva York, más crédito y menores tasas en Berlín.

Geología e historia explican lo superficial del asunto, pero el tema de fondo es fe. Fe en el oro como un activo que sustenta el crédito mundial (el dinero es crédito), fe en que el emisor de crédito (dinero) tiene lingotes con su bandera en algún lado del planeta, fe en que el país que alberga esos lingotes no se los va a apropiar porque dañaría su propia capacidad crediticia futura. En fin, como decía un pragmático Jeremy Irons a un moralista Kevin Spacey al final de Margin Call: es sólo dinero, un invento, pedazos de papel con dibujos para que no tengamos que matarnos entre nosotros para tener algo que comer, no es algo malo y no es algo diferente a lo que siempre ha sido… no lo podemos controlar, ni parar, ni siquiera levemente alterar.

Un gran invento, hay que señalar, que evita la violencia y que mueve nuestro mundo. Un invento que existe porque hay fe en un sustento, o confianza si prefiere. Un sustento que hoy es más intangible que ese mismo oro inmóvil de Nueva York. Un sustento que puede desaparecer en una simple elección. Y sin crédito (dinero), que salvo por los billetes que tiene en su billetera es producido íntegramente por el mercado, los órganos económicos se deshidratan y mueren. Ya vimos y aún vivimos la precuela del experimento. Jóvenes profesionales con una vida para generar riqueza sin posibilidad de conseguir un crédito para su vivienda, sólo por mencionar un ejemplo. Al igual que el oro de Nueva York, pero en sentido inverso, un presidente comunista incluso siendo inmóvil, va a terminar secando lo que queda de crédito en Chile.

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