Sin alarmas ni sorpresas

El presidente de la Republica visita una pyme para dar a conocer los beneficios de la modernización tributaria
El Presidente Sebastián Piñera FOTO: SEBASTIAN BELTRAN GAETE/AGENCIAUNO


No se puede gobernar y pensar al mismo tiempo. Los grupos políticos solo muestran interés por las ideas cuando están lejos del poder (y eso en el mejor de los casos), por lo que esperar novedades por parte del gobierno de Sebastián Piñera es, a estas alturas, una pérdida de tiempo. Su agenda ya la conocemos: crecimiento económico, seguridad pública y gasto social focalizado. Todo ligeramente sazonado con cierta deferencia por la clase media (con escaramuzas mediáticas como "selección justa") y la reiteración de lugares comunes noventeros sobre la democracia y los derechos humanos. Nada más, nada menos.

Sin embargo, parte de la virtud de Piñera es lo poco original de su agenda. Esto, porque al frente se tiene una izquierda que progresivamente ha dejado de considerar importantes los equilibrios fiscales, el crecimiento económico y hasta los derechos humanos (mientras quien los viole sea de izquierda). Un mal diagnóstico original -la idea del "derrumbe del modelo" y la necesidad de "otro modelo"- llevó a la antigua Concertación a tomar un giro equivocado. Se pensó que el malestar con los abusos del orden capitalista contenía una voluntad de transformación radical que, al final del día, no existía más que en los libros de los ideólogos del movimiento universitario. Lo que el 2011 parecía a muchos el curso inexorable de la historia, se mostró al poco andar como un camino sin salida.

El tímido giro centrista al que Piñera condujo a la derecha, por otro lado, ha tenido enormes réditos. El drama venezolano es profundo, y sus consecuencias políticas internas y externas serán duraderas. A esta generación le tocó ver por primera vez a la centroizquierda chilena post-Pinochet defender, ya sea abiertamente o con excusas mezquinas, una dictadura que abusa sistemáticamente de su población. Así, la superioridad moral de la Concertación, cuidadosamente construida durante años, ha terminado haciéndose polvo, y la derecha ha podido reinventarse bajo las mismas consignas que antes rechazaba.

En otras palabras, Piñera logró capturar el legado y parte de la legitimidad de la antigua Concertación mediante pocos, sutiles y precisos movimientos, mientras que sus adversarios se desangraron a sí mismos en gestas de ambición grandiosa y pobres resultados.

El segundo gran legado de Piñera es el hecho de que sus dos presidencias entorpecieron totalmente la posibilidad de un despliegue populista desde la izquierda. La tentación del ciclo de las materias primas que hizo sucumbir a casi todos los países del continente fue capeada por los chilenos, en buena medida, gracias a que existía la alternativa política piñerista. Cuando Bachelet pudo hacerse del gobierno sin ningún contrapeso interno, ya era demasiado tarde para desplegar una agenda de izquierda más radical.

Si este 2019 Piñera se ciñe a su guión y logra mostrar avances en crecimiento, seguridad y beneficios focalizados en los más pobres y la clase media en problemas, y combina eso con una consolidación del rol de liderazgo regional de Chile en términos de modelo de desarrollo, bien podría tener otro año poco original, pero con balance positivo. Algo que ya querrían en la vereda de al frente.

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