Sobreposiciones


El plebiscito del pasado 25 de octubre fue realizado cuando la curva de contagios del Covid-19 iba en claro descenso. En contraste, las elecciones del próximo 10 y 11 de abril se efectuarán en el peor momento de los últimos siete meses, con retrocesos a cuarentena en decenas de comunas y capitales regionales, con el sistema de salud al borde de la saturación.

Estos escenarios opuestos sirven para ilustrar la sobreposición de realidades que el país vive desde hace un año: una crisis política e institucional, agravada por un drama sanitario que ya cuenta más de 20 mil muertos, y que ha tenido efectos sociales y económicos devastadores. En resumen, una tormenta perfecta, que ha dejado en el ambiente dos importantes consideraciones: a) todas las causas que fueron asociadas al origen del estallido social están hoy severamente agravadas; b) el camino institucional abierto para abordar dicha crisis deberá, de manera inevitable, llevarse a cabo en un contexto completamente diferente al proyectado en el acuerdo político del 15 de noviembre.

Dramas y dificultades cuyo efecto multiplicador llevaron esta semana a plantearse incluso la posibilidad de postergar las elecciones, abriendo una caja de Pandora donde quedaron demasiadas preguntas sin respuesta. ¿Hay otra fecha viable en un año plagado de eventos electorales?, ¿los recursos que los candidatos ya han gastado y los que deberían volver a gastar serían todos reembolsados por el Servel?, ¿tiene el Congreso atribuciones para, vía reformas constitucionales transitorias, seguir prolongando el período vigente de alcaldes y concejales?, etc.

No es fácil, por decir lo menos, mover el proceso electoral de abril. Pero tampoco está claro qué hacer si las actuales cifras de contagio y estrés hospitalario siguen empeorando en las próximas semanas. Hay, todavía, otras variables en juego: ¿Qué interés y qué atención puede tener la gente en una campaña y unas elecciones hechas en estas circunstancias?; ¿incidirá este clímax de contagios en los niveles de participación ciudadana y, por tanto, en la legitimidad de sus resultados?; ¿cuál será la queja de aquellos que no queden satisfechos con el desenlace de las urnas?

En fin, el 15 de noviembre de 2019 parecía que, cual Moisés en el desierto, Chile lograba separar las aguas y abrir un cauce institucional para resolver los problemas y malestares visibilizados a partir del 18 de octubre. Pero el país de ese 15 de noviembre ya no existe; hoy las dificultades políticas y los dramas sociales que afectan a los chilenos se han elevado a la quinta potencia. En síntesis, no vamos a salir rápido de este conjunto de crisis sobrepuestas. Y no solo el proceso constituyente, sino también todo lo demás, va a requerir de un esfuerzo sostenido y descomunal, de mucha voluntad y colaboración de todos los sectores. Es decir, de un ánimo muy distinto al que ha primado y se observa desde el estallido social.

Es que, como dijo el filósofo aquel, a veces la historia decide burlarse de los hombres.

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