
Viejos obsoletos
Siempre me ha gustado la perspectiva de haber podido conversar cuando niño con ancianos nacidos a fines del siglo XIX y, si fuera posible, hacer lo propio con quienes puedan vivir en el siglo XXII (yo en el papel del viejo). A principios de los 90, por ejemplo, mi abuelo nos llevaba a conversar con don Rosauro Tapia, un caballero nacido a fines de la década de los 80, pero del siglo XIX, que recordaba vívidamente los movimientos de tropas durante la Guerra Civil de 1891.
La experiencia de relacionarse con viejos ha sido de las fundamentales de mi vida. En 2004, al conmemorarse los doscientos años del deceso de Immanuel Kant, conocí al filósofo Roberto Torretti, entonces ya jubilado.
Leí distintos libros suyos de sus tiempos de scholar. El célebre sobre Kant como también los sobre filosofía de las ciencias. Sin embargo, las mejores experiencias intelectuales las conocí no tanto en los libros ya escritos por el académico sino antes bien expuesto a la sabia soltura del viejo retirado. ¡Qué privilegio inmenso habría sido para mi generación tener clases con él! Su mente permanecía perfecta. Su dominio políglota en lenguas muertas y vivas era finísimo. La capacidad de asociar ideas, espectacular. ¡Pero, repito, estaba jubilado! Retirado de las canchas en el momento que tal vez hubiera sido de más provecho para el espectáculo auténtico de la sabiduría.
En su libro póstumo sobre “el estilo tardío”, Edward Said explicó que algunos ocasos son los grandes momentos en las vidas de ciertas personas, en los que alcanzan una forma de expresión nueva, como es el caso de artistas e intelectuales, por ejemplo.
Andrés Bello, en uno de sus libros injustamente ignorados, “Compendio de historia de la literatura”, relataba con mordacidad aquel momento de la vida del viejo Sófocles, cuando sus hijos intentaron declararlo incapaz, y él leyó ante los jueces su última producción, “Edipo en Colono”, dejando en ridículo a aquellos jóvenes tan capaces.
Hay de todo en la viña del Señor. Viejos alcahuetes, fracasados y envidiosos, que ansían contemplar la derrota de los jóvenes, muchos de ellos, hay que reconocerlo, de una soberbia ridícula. También hay viejos que guían.
Uno de los lugares del universo en que menos se justifica sacar de circulación a los viejos es en las universidades. Es cierto, a los más jóvenes pudiera convenirnos que cedan los espacios. ¡Craso error!
Ciertamente, según escribió el historiador Jules Michelet, la Modernidad es la era en que los viejos aprenden de los jóvenes. Pues bien, la aceleración tecnológica podría volver obsoleta dicha sentencia del historiador. En esa hipótesis, en términos de nuestro tatarabuelo común Aristóteles, será la “sophia” de los viejos la que haya conseguido retener aquel valor que a los jóvenes la “tekne” arrancará de las manos.
Por Joaquín Trujillo, investigador CEP
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