Paula

Amigas incondicionales: ¿Una quimera?

Buscamos amigos y amigas que estén ahí cuando los necesitemos, para celebrar nuestros logros y lamentar con nosotros los fracasos. Como lo que tienen Chandler y Joey, Harry y Ron, Félix y Brunito, Taylor y Selena. Alguien que sea y a quien ser incondicional, a prueba de todo. Pero en esa búsqueda nos hemos ido perdiendo, creyendo que esta incondicionalidad está atada a pensar siempre de la misma forma, estar de acuerdo en todo y apoyar las decisiones del otro aunque pensemos distinto, o nos demos cuenta que están cometiendo un error.

¿Y si nos damos cuenta que nuestra amiga tiene valores completamente distintos a los nuestros? ¿Podemos seguir siendo amigas? ¿Y si sabemos que está en una relación tóxica, tenemos que callar y apoyar cada una de sus decisiones aunque opinemos que tiene que salir de ahí?

No es raro que busquemos tener buenas relaciones de amistad, ojalá para toda la vida. Es bueno incluso para nuestra salud. Un estudio australiano que tomó 10 años en realizarse, descubrió que las personas de tercera edad con un círculo de amigos grande tenían un 22% menos de probabilidades de morir mientras durara la investigación. Otro, de seis años de duración realizado en Suecia, demostró que mientras tener una pareja de vida no afectaba al riesgo de sufrir un infarto u otra enfermedad cardiaca, tener amigos sí lo hace. Según concluyeron, no tener amigos o un grupo de apoyo confiable es tan devastador para la salud cardiovascular como fumar cigarrillos.

Estos resultados, en apariencia sorprendentes, no nos deberían extrañar. Y es que tener una buena amiga es tener una consejera, alguien con quien revisar nuestras decisiones antes de tomarlas. Alguien que, sin juzgar, nos va a decir lo que piensa y nos ayudará a orientar el camino. Y eso trae paz, aligera la cara y reduce el estrés. Pero esa buena amiga, aunque no juzga ni fuerza, sí tiene que ser capaz de decirnos que no. Que no está de acuerdo o que no nos va a seguir en la próxima locura que se nos ocurra porque en verdad no quiere o no le acomoda.

Para el profesor de Sociología de la Universidad de La Rioja, Joaquín Giró, la amistad -y especialmente esa que se forma en los intensos años de la adolescencia- son “relaciones sociales que se construyen a lo largo del tiempo y perduran. La amistad ayuda a tomar conciencia de la realidad del otro, con lo cual se colabora en la formación de las actitudes sociales”.

En tanto, el doctor en Ciencias Psicológicas y profesor titular de la Universidad de La Habana, Dionisio Zaldívar, escribió en su columna Amistad, apoyo social y bienestar (2009), que existe una serie de factores que permiten que se forme una amistad. Estos son la proximidad y mantenimiento de contacto frecuente, la semejanza, la complementariedad, la presencia de intercambios satisfactorios a nivel afectivo y emocional y el haber sido parte de circunstancias en común.

“Es la persona cercana que comparte, disfruta y se enorgullece con nuestros éxitos, que en los momentos de apuro e infortunio nos ofrece apoyo, comprensión o el consejo oportuno, según corresponda”, dice Zaldívar sobre los amigos y agrega: “Es, además, el confidente, la persona ante la cual podemos mostrarnos libremente como somos realmente, sin reservas, descubriendo incluso nuestros puntos vulnerables sin el temor de ser traicionado o manipulado, ya que el amigo encarna el ideal de la lealtad”.

El tema es que descubrirse implica indudablemente una honestidad a prueba de todo. Por esto, sería iluso esperar que nuestras amistades, y en especial las más cercanas, estén de acuerdo con todas nuestras decisiones o nos alienten en cada paso que vamos a tomar. Ser buenos amigos también implica estar abiertos a escuchar críticas constructivas y a prestar atención cuando nos dicen que tenemos que parar y mirar a nuestro alrededor antes de saltar al vacío.

Pero por otro lado, tenemos que ser capaces de dejar ir todas las relaciones que no nos están haciendo bien, incluso las amistades. Y no es que exista un listado o checklist que debamos tener a mano cada vez que dudamos sobre una relación o una amiga. Casi siempre es evidente, y lo sabemos aunque no lo queramos ver.

Dejar ir a una amiga es similar a salir de una relación amorosa que nos perjudica o de cortar con miembros de la familia que solo nos hacen daño. Y los parámetros son similares. Es hora de decir adiós si esa amiga previene que alcancemos nuestro potencial, nos manipula para conseguir beneficios personales o no es honesta con nosotras. Pero también cuando, simplemente, dejamos de tener cosas en común o interés en saber sobre la vida de la otra.

Las amigas son, posiblemente, nuestra relación más importante y con mayores probabilidades de mantenerse así en el largo plazo. Pero no pueden ser una obligación ni una cárcel. No es un pacto con el diablo, es una decisión natural que tomamos y que defendemos porque creemos en ella. Nos da alas, no nos encadena.

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