“Después de un año de pandemia aprendí que llorar hace bien”




“Hace un mes, un viernes en la tarde le pedí a mi hermana que cuidara a mis niños un rato, salí con la excusa de ir a comprar, pero apenas subí al auto me largué a llorar. Nunca he sido tan buena para llorar –salvo con las películas románticas o de drama, donde resulto ser un poco patética con el llanto– pero esta vez sentí que si no lo hacía, realmente me iba a desbordar; que literalmente las lágrimas iban a comenzar a salir solas, sin control”, cuenta Marcela Espinoza (41).

Relatar su estado anímico o la causa por la que sus emociones se desbordaron ese viernes, no sería contar nada nuevo: El telestudio ha recaído desproporcionadamente sobre los hombros de nosotras, las madres, y equilibrar eso con el resto de las tareas, es tremendamente desgastante. “Desde ese día, suelo arrancarme con cualquier excusa solo a llorar, porque a pesar de que cuando volví a entrar a la casa todo seguía igual, mi cuerpo se sentía un poco más liviano. Y suelo hacerlo los viernes, quizás por inercia, o quizás solo por acumulación. También porque aunque creo de lunes a jueves que todo va avanzando perfecto, el viernes me decepciono al ver que la lista de pendientes sigue siendo del mismo largo que la semana anterior”, relata.

Antes del día de la catarsis, Marcela sentía culpa por quejarse. Estuvo a punto de llorar muchas veces, pero se contuvo. ¿Cómo podría mostrarse vulnerable frente a sus hijos? ¿Cómo podría permitir que ellos la vieran llorar? Y es que el silenciamiento emocional hacia las madres se ha dado por siglos. Una forma de ejercer control hacia nosotras y nuestras emociones es amenazándonos con posibles traumas en nuestras hijas e hijos o con ser un mal ejemplo para ellas y ellos. Así lo explica Adrienne Richen en su libro Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución, en el que cita literatura del siglo XIX para ejemplificar, como un escrito de Maria Mclotshsu que dice: “¿Puede una madre gobernar a un hijo si apenas puede gobernarse a sí misma? Debe aprender a controlarse, a someter sus propias pasiones; para sus hijos debe ser un ejemplo de docilidad y ecuanimidad”.

Pero más allá de la ideología y del supuesto “buen ejemplo”, ¿qué dice la psicología sobre las emociones humanas y su expresión frente a niñas y niños por parte de sus madres? Leydy Gómez, psicóloga colombiana que se ha dedicado a trabajar el apego, las emociones y los traumas, y creadora de la cuenta @educandoenamor, explica que “para la psicología las emociones son factores protectores y de supervivencia que nos ayudan a adaptarnos al entorno social. Por esto, todas y todos las sentimos y no hay que negarlas ni esconderlas, sino que aprender a gestionarlas”. Y agrega que al ser las emociones algo humano, las niñas y niños necesitan verlas en sus cuidadores para aprender a reconocer cada estado emocional. “Mostrarnos ‘vulnerables’ frente a nuestras hijas e hijos no es señal de abandono ni de negligencia y, por el contrario, es necesario para su desarrollo emocional”, explica.

La educadora de embarazo y doula, Kathy Mendias, relata en la charla TED El poder del llanto, su relación con las lágrimas. Dice que de pequeña sentía vergüenza y rechazo frente al llanto, dado que durante toda su infancia se lo invalidaron. De adulta, y estando embarazada, un día sentada en el sillón sintió el pecho apretado y no pudo aguantar las lágrimas. No sabía por qué lloraba, y eso solo provocó que se sintiera más frustrada, y al final lloraba porque estaba llorando. “En un minuto entró mi hermano y preguntó ‘¿qué te pasa?’, y yo le dije ‘nada, déjame sola’. Y eso fue lo que hizo. Cuando se fue, tan rápido como pudo, me dieron aún más ganas de llorar”. Un ejemplo de que estamos acostumbradas a no mostrar nuestras emociones para no incomodar o no mostrarnos débiles.

Pero, especialmente en tiempos complejos como esta pandemia, llorar hace bien. Es necesario reconocer que las emociones son estados temporales que debemos dejar ir. En un artículo publicado anteriormente la docente de la Clínica Psicológica de la UDP, Paz Valenzuela, explicó que si bien debemos dejar fluir nuestras emociones, jamás se debería considerar como una terapia. “Es más bien un desborde, una manera de botar la angustia que se siente. Pero aparte de la liberación de la emoción, en ese ejercicio de llorar sola en el auto no hay sostenimiento ni acompañamiento de otro, que es relevante para ir resolviendo los problemas de base que generan este agobio”, dijo. “Si alguien experimenta un momento catártico como éste, que efectivamente alivia, podríamos estar hablando sólo de una acumulación de exigencias. Pero si la necesidad de tener estos espacios se hace recurrente, significa que hay un problema de fondo y por ende hay que buscar ayuda”, agrega.

Como lo hizo Marcela, que además de llorar los viernes, buscó apoyo en su hermana para tener espacios ‘de paz’. “Salir un poco de la rutina, aunque sea por unas horas, me ha permitido estar más tranquila. Antes me contenía y ahora pienso que no pasa nada si hago esa catarsis. Si un día las cosas no resultan y solo tengo ganas de llorar, detengo el mundo y lo hago. Luego me seco las lágrimas y sigo intentándolo. Al final, ser vulnerables no parece ser algo tan malo. Me sigo sintiendo más patética al llorar a moco suelto por una película romántica, que encerrada en mi auto después de una semana intensa”.

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