Erradicando a la machista: ¿Señora o señorita?




Me casé a los 26 años y como era muy joven, en un comienzo todo el mundo me seguía diciendo señorita. No era algo que no pudiera soportar, pero debo reconocer que me incomodaba. Aunque suene como una tontería o algo insignificante, quería que me reconocieran como señora. Incluso me pasaba que cuando estaba con mi marido y me trataban de señorita, me molestaba y corregía a quien me lo dijera. Sin embargo, cuando comenzaron a pasar los años y nació mi primer hijo, nunca más me dijeron señorita y desde ese momento me di cuenta de que, más allá de una palabra, la connotación que tiene el ser una señora en esta sociedad se siente, hay un trato que es diferente, ni mejor ni peor, pero distinto. Como si al casarnos las mujeres adquiriéramos otra categoría.

Y admito que me gusta. Amo a mi marido y no sé si tiene que ver con que fui criada a la antigua o quizás simplemente se trata de un rasgo de mi personalidad, pero el matrimonio para mí es algo importante. Por eso he lucido siempre con orgullo mi argolla de matrimonio, era de las que preguntaba ‘¿y el anillo, cuándo?’ y cada vez que me tocaba hacer un trámite o rellenar un documento, completaba feliz la casilla “señora”. Y hablo en pasado porque previo a la pandemia, me tocó viajar a Alemania por trabajo. Como no hablo nada de alemán, una colega fue mi traductora en ese viaje. Así surgió el tema del lenguaje y la diferencia entre señora y señorita, que allá no existe.

Me contó que hace algunos años las mujeres feministas comenzaron a exigir que no hubiese esa distinción bajo el argumento de que las mujeres no necesitamos de nada ni de nadie para ser plenamente mujeres, menos de un hombre o un marido. Lo primero que pensé es que se trata de una exageración del movimiento feminista. Pero cuando mi colega me hizo ver que a ningún hombre se le pregunta si es ‘señor o señorito’, logré entender que en algo tenían razón.

¿Señora o señorita?, esa simple pregunta que a mí me gustaba tanto contestar y que podría tener solo la cordial intención de querer conocer el estado civil de una mujer, en el fondo perpetúa diferencias de género que no son sanas ni menos justas. De hecho, me contó que allá antes sí se hacía la distinción entre entre frau y fräulien (señora y señorita) y que se cambió después de que los movimientos feministas lo levantaron como una petición. Y es que el estar casada, en algún momento de la historia tuvo una relevancia en la sociedad que hoy no tiene. Las mujeres por mucho tiempo no aspiraban a nada más que casarse y formar una familia. Y en ese contexto quizás se entendía la diferencia.

Pero la vida de las mujeres ha cambiado, y para ser justas hoy no nos debería importar su estado civil , no debería ser un dato relevante al presentarnos, como tampoco lo ha sido nunca en el caso de los hombres. Y en ese sentido el que siga existiendo esa diferencia es absolutamente discriminatorio y sexista. Y entendí también que no tiene nada que ver con que alguna, como yo, aún crea profundamente en el matrimonio. Esto es otra cosa. Tiene que ver con que nuestra vida privada no tiene por qué influir en lo que hagamos fuera y por sobre todo, que las mujeres somos seres individuales e independientes, no necesitamos de un hombre para insertarnos en la sociedad.

Quizás es tiempo de que acá también se termine con esa diferencia, porque mantenerla es seguir pensando que las mujeres necesitamos la compañía de un hombre para ser consideradas. Y la verdad es que las mujeres nos casamos para compartir nuestra vida con un compañero, para dar y recibir amor y compañía y no para lograr un cierto estatus. Eso ya se quedó en el pasado.

Florencia Guerrero, 39 años, ingeniera.

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