La cumbre más alta de Carmen de Castro

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Luego de cincuenta días de expedición, la reconocida montañista llegó a la cumbre más alta del mundo, el Everest. Junto con su guía María Paz Ibarra se convirtieron en las primeras mujeres chilenas en llegar a esta cima por el lado de China, un logro que le costó sangre, sudor, lágrimas (literalmente) y perder para siempre a un compañero, pero que hoy la tiene feliz y emocionada. "La satisfacción más grande es saber que me atreví", dice.




Aunque a simple vista no se nota, Carmen de Castro (50) asegura estar destruida. "Básicamente repto por mi casa", dice riendo. Hace tres semanas volvió, después de más de dos meses de expedición, de subir el Everest, la cumbre más alta del mundo con 8.848 metros de altura, una experiencia que reconoce fue durísima física y emocionalmente. Bajó ocho kilos, perdió prácticamente toda su masa muscular, y llegó con un problema en el oído que la tuvo con vértigo; eso, sumado al estrés del peligro constante, la lejanía de su familia y la muerte de un compañero. Aun así su sonrisa es de oreja a oreja. "Tenía tantas ganas de llegar a mi casa y estar con los míos, con los que quiero, que no te imaginas lo feliz y agradecida que estoy".

La idea de llegar a la cima más cotizada del planeta comenzó hace varios años, cuando Coca -como le dicen sus conocidos- se propuso subir las Seven Summit, que son las cumbres más altas de cada continente. Ya había hecho cinco de siete, solo le quedaban el Kilimanjaro y el Everest. A la primera decidió ir con sus hijas (de 27 y 28 años) y nieto (8) cuando él sea más grande, así es que el Everest sería su siguiente cumbre. El primer intento fue hace cinco años por Nepal, pero esa vez no lo logró porque, para su fortuna, poco antes de empezar a subir ocurrió el derrumbe donde murieron 16 sherpas, y obviamente tuvieron que volver. "Había entrenado muchísimo y había ocupado todos mis recursos de todo tipo. Fue bien frustrante, pero lo postergamos". Eso hasta finales del año pasado, cuando decidió volver, eso sí, esta vez por el Tíbet, y sola. "En septiembre dije 'me voy', llamé a un amigo guía suizo y le pregunté cuándo partía. Después llamé a la María Paz Ibarra, una guía chilena, contraté a un sherpa y partimos. Fuimos las primeras mujeres chilenas en llegar a la cima por China… ahora que han pasado los días lo tengo más asumido, y me emociona mucho porque la verdad fue un esfuerzo bien grande; yo no había dimensionado la dificultad de esta ruta, porque hay menos nieve, es mucho más expuesta porque corre muchísimo viento y hay mucha roca, y eso hace que uno se sienta más insegura. Además constatas que efectivamente te puedes morir, porque aunque has escuchado que en el Everest se ha muerto mucha gente, es distinto encontrártelos literalmente en el camino. Pero aun así, era tal mi convicción que aunque hubo minutos superduros, nunca transé mi objetivo".

El día de cumbre lo recuerda con un sabor medio amargo. Esa jornada, o más bien esa noche (porque todas las cumbres se suben de noche para llegar a la cima de día y poder hacer el descenso con luz), tenía una sensación rara, no agradable. A pesar de lo impresionante de estar en la cima, estaba preocupada de bajar luego porque sabía que los accidentes generalmente ocurren ahí. "Nosotras veníamos con la Pachi y nuestros sherpas, y un poco más atrás venían los otros del grupo, y Ernst, uno de ellos, se cayó y murió. En ese momento no lo podía creer, entras en un estado completamente de shock; por un lado es mejor, porque si te pones a pensarlo mucho te empiezan a bajar la pena, el pánico y la angustia".

Efectivamente, parte del entrenamiento de los montañistas consiste en aprender a controlar sus emociones, porque si su ánimo se ve afectado, su propia vida se pone en riesgo.

¿Qué hizo el grupo en ese momento?

Él se cayó de una escalera. Cuando pasó no estábamos con él, íbamos un poco más abajo. Después de tres días fueron unos sherpas, lo envolvieron en un saco y lo dejaron en una orilla, y claro, pensar en todo eso te 'friquea' bastante la cabeza.

Debe haber sido muy duro.

Totalmente. Yo veía, por ejemplo, al jefe de la expedición, que aunque estaba afectado, entendía que es parte de la ley de la montaña, y nos decía que teníamos que seguir, y efectivamente así funciona para poder sobrevivir. Pero sí, fue supertriste e ingrato, porque podría haber sido cualquiera de nosotros.

Aunque suene crudo, esa es la realidad. Son cerca de 300 personas las que han muerto subiendo la cumbre más alta del mundo y muchos de los cuerpos siguen en el mismo lugar donde fallecieron, ya que las condiciones climáticas son tan extremas que impiden retirarlos. Incluso ayudar a alguien implica un gran peligro porque a esa altura la falta de oxígeno y el riesgo de muerte por congelación e hipotermia son permanentes.

¿No te da miedo morir?

Desde que subo cerros tengo plena conciencia de que uno se puede morir, o sea, es una certeza, todos nos vamos a morir y puede ser en cualquier momento, pero en la montaña estás más consciente porque obviamente estás más expuesto, por eso trato de controlar la mayor cantidad de riesgos; por eso fui con guía y con sherpa, por eso entrené muchísimo. Y soy responsable. Si por ejemplo la cumbre no va a estar en buenas condiciones o hay mal clima, no sigo; le meto mucha cabeza porque quiero seguir viviendo muchos años más. Ahora, por ejemplo, que mi segunda hija se casa en octubre, me iba repitiendo todo el rato "voy a estar para el matrimonio de mi hija, voy a volver, ten calma", eran como unos mantras que me hacían enfocarme en lo que estaba.

¿Qué papel juega la cabeza cuando subes cerros?

Para mí es el 70%, y los años me lo han confirmado. El estado físico es súper exigente, pero la cabeza es más. Ahora, por ejemplo, a las 10 horas estaba del cuello para abajo muerta, pero la cabeza es la que permite no abandonarte. Con la cabeza haces todo; controlas el miedo, los dolores físicos, la ansiedad, todo.

Coca recuerda exactamente cuándo comenzó su pasión por el montañismo. A pesar de haber sido siempre muy deportista, nunca había tenido la oportunidad de subir una montaña alta. "Tenía dos hijas chicas, entonces estaba en la época de la crianza, del trabajo, pero hace como 17 años vi un programa de Gastón Oyarzún, destacado montañista, y me encantó todo lo que contaba, las imágenes, todo". Después de ese programa recuerda que lo llamó y le dijo que quería ir al Aconcagua, la cumbre más alta de América. Él no muy convencido le dijo que haría una expedición, pero primero le recomendó subir el cerro El Plomo. "Y fui. Fue duro, pero lo logré, así que después partí al Aconcagua. Me costó harto, sobre todo la altura (tiene 6.962 metros), pero después de eso no paré nunca más, me apasionó".

¿Por qué tanto? ¿Con qué conectaste?

Pucha, no sé muy bien cuál es la explicación, porque es duro y supersacrificado, pero es como lo que pasa con el parto; aunque sufres mucho, la recompensa después es tan grande que se te olvida todo. En la montaña es lo mismo, en muchas partes lo pasas pésimo, y dices "nunca más", pero después empieza a pasar el tiempo y sientes la necesidad de volver. Desde la montaña he visto los lugares más lindos del mundo, y entrega una calma impresionante. Además es bien loco porque no hay tiempo ni espacio; no eres la hija, ni la mamá, ni la hermana, ni la trabajadora de nadie, eres tú y tu mochila, y esa sensación de libertad es increíble.

Paseo Ahumada

Una foto donde se veía una hilera de personas subiendo el Everest hace un par de semanas encendió una serie de críticas en algunos medios de comunicación. Algunas de ellas decían que la ruta a la cumbre del Everest ahora es el paseo Ahumada, que ya todo el mundo lo sube. Frente a esas críticas, Carmen es tajante. "Efectivamente cuando subieron Tenzing y Hillary (la primera expedición, en 1921) era tremendamente duro y tiene muchísimo mérito porque había menos tecnología, comunicación, etc., pero no deja de tener mérito el que lo hace ahora, el que sale de su estado de confort y se atreve a experimentar. Además hay que partir de la base de que no es entero así, son ciertos lugares que colapsan porque son más lentos. La ventana de buen tiempo son dos, tres o cuatro días, entonces todo el mundo trata de asegurarse para llegar a la cumbre en ese momento. Por eso cuando veo que en un noticiario dicen que es el paseo Ahumada, que juntas veintitantos mil dólares y listo, me da rabia porque están totalmente equivocados".

Pero igual hay que tener plata para llegar al Everest.

Es que es mucho más que tener plata, muchísimo más. Obviamente las lucas hacen un porcentaje importante porque te permiten ir, pero antes de eso hay que tener la convicción, la disciplina; hay que tener el amor por la montaña y la valentía, porque no porque tú pagues alguien te va a subir, solo lo van a hacer tus pies. Es refácil criticar sentado desde el escritorio, por eso yo me saco el sombrero por todos los que suben cerros, es más, me saco el sombrero ante cualquier persona que tiene la convicción de hacer algo increíble en su vida y se atreve. Para mí, la satisfacción más grande de haber subido el Everest es saber que me atreví, que vencí todos mis miedos, y eso me hace caminar más liviana.

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