La difícil vida de la nueva ministra de Salud

Helia Molina sufrió maltrato en la infancia y escapó de la casa paterna a los 13 años para buscar a su madre, a quien no veía desde los 5. Cuando terminaba de estudiar Medicina, se casó muy enamorada, pero la relación duró poco y se separó con dos hijos pequeños. Su segundo marido, con quien tuvo tres hijos, murió repentinamente de un infarto en 2004, cuando ella estaba hospitalizada después de una cirugía. Si de algo sabe la ministra de Salud es de darse porrazos y volver a levantarse.




Paula 1144. Sábado 29 de marzo de 2014.

Cuando el 23 de enero pasado Helia Molina (66) contestó el llamado de la presidenta Michelle Bachelet, pensó que era una pitanza. Estaba acostumbrada a que alguno de sus cinco hijos se turnara para hacerle ese tipo de bromas. Pero ese día no estaba de humor para seguir la corriente. Llevaba más de media hora en una larga fila, esperando su turno, para pagar las mochilas escolares que cada año les compra a sus cuatro nietos.

–Ah ya, ¿y y para qué sería?–, respondió de mala gana.

Pero la voz en su celular insistió.

–Helia, soy yo, Michelle Bachelet. Te llamo para ofrecerte que seas ministra de Salud.

Helia Molina se dio cuenta, entonces, que no era un chiste de sus hijos y rápidamente dio un paso al costado de la fila. Su mente se quedó en blanco.

–Pero Presidenta… ¿No cree que es como mucho? Si yo no soy política–, alcanzó a balbucear, entre emocionada y nerviosa, antes de decirle que sí, que por supuesto, que era un honor.

Cuando Helia Molina egresó de Medicina en 1973, se sentía empapada por el discurso de la Unidad Popular que llamaba a los profesionales jóvenes a trabajar por los pobres. Por eso fue al Hospital Sótero del Río en Puente Alto a especializarse en Pediatría y dos años después en Nefrología; además, trabajaba como médico en el consultorio Unidad Popular de La Florida. Esto le costó ser acusada de trabajar en un hospital clandestino, por lo que fue detenida e interrogada por la CNI en 1974, cuando tenía cinco meses de embarazo. "Me detuvieron unos días. Pero tuve suerte, no me hicieron nada. He pensado harto en eso y creo que fue porque este país es muy racista: los ojos verdes y el pelo rubio me ayudaron. Me decían doctora para interrogarme. Pero a personas más humildes, personas de piel oscura y pelo negro, les gritaban y les pegaban", relata.

"Es muy fuerte crecer sin mamá. Y con una madrastra bien bruja, como las de los cuentos. Con mi hermano vivimos en medio de la violencia por mucho tiempo. Violencia física, sicológica. Por eso, a los 13 años me arranqué de esa casa".

Después de esa experiencia, y durante los 17 años de dictadura, siguió trabajando en el Sótero del Río y en una consulta privada de Puente Alto. En 1983 se convirtió en la primera mujer presidenta de la Sociedad Pediátrica de Chile. Su trabajo de doctora, dice, le encantaba. Pero comenzó a hacerse una pregunta: "¿Quiero pasar la vida solucionándoles un problema de salud a 40 o 50 niños o quiero beneficiar con mi trabajo a muchos más?". En 1990, con el regreso de la democracia, tomó dos decisiones que fueron el puntapié para que Molina sea hoy ministra de Salud: entró a la Escuela de Salud Pública y a militar en el PPD, donde se incorporó a la comisión de salud.

La doctora Molina se define como una técnica con compromiso político y no como una política. Cree en una salud justa, garantizada por el Estado, que acoja y proteja a los pacientes. A eso se dedicó desde el fortalecimiento de los consultorios del sector oriente de Santiago, hasta que en 2000 alcanzó el punto más alto de su carrera. Ganó el concurso para ser la asesora regional de salud infantil para América Latina y el Caribe de la Organización Panamericana de la Salud, OPS, cargo por el que se fue a vivir a Estados Unidos. Hasta 2004, trabajó especialmente en la implementación de programas pediátricos en países pobres como Guyana, Paraguay, República Dominicana, Guatemala y Bolivia. Por eso, asegura, conoce a fondo el funcionamiento de la salud en todo el continente americano.

En 2005, de vuelta en Chile, conoció de cerca a Michelle Bachelet, que entonces era pre candidata presidencial. En 2006, cuando Bachelet asumió como Presidenta, Helia Molina entró al Ministerio de Salud donde lideró el programa Chile Crece Contigo, uno de los más emblemáticos del primer gobierno de Bachelet, y que Molina implementó también en Uruguay, República Dominicana y Colombia.

Por eso imaginó que su nombre quizás estaría entre los candidatos a subsecretarios del nuevo gobierno. Pero ministra, asegura, no se le pasó por la cabeza.

Helia Molina habla de todo esto, en su casa en la calle La Verbena, en Providencia. Lleva puesto un vestido y sandalias negras con plataforma. Es un sábado en la mañana, faltan tres días para que asuma el nuevo gobierno, y su teléfono no para de sonar. La nueva ministra de Salud ya conoce la primera tarea que le encomendó la Presidenta: fortalecer en solo 100 días la salud pública. Pero ella se autoimpuso una meta mayor: que el gobierno de Bachelet sea recordado como aquel que terminó con la distinción de un sistema de salud para los pobres y otro para los ricos. Reconoce que es una meta ambiciosa. Pero si de algo sabe la ministra, es de pruebas difíciles. Después de todo, desde los 5 años, cuando sus padres se separaron y le prohibieron ver a su madre, se lo ha pasado sorteando baches.

CRECER SIN MAMÁ

Es la hija del medio de una pareja que acabó muy mal. Su padre, Gustavo Molina era filósofo y literato de origen antofagastino, conservador y de derecha y trabajaba como corrector de pruebas del diario La Nación y Los Tiempos. Su madre, Rosa Milman, era profesora de Matemáticas del colegio San Gabriel, argentina, hija de inmigrantes rusos, judía, bohemia, progresista, comunista y allendista. Helia tenía cinco años cuando sus padres se separaron y tanto ella como sus dos hermanos se fueron a vivir con el padre, en una casa de Gran Avenida. Durante ocho años no pudo ver a su madre.

¿Por qué se fue a vivir con su padre tras la separación?

Por un fallo judicial en 1952. Mi mamá era muy moderna, bohemia. Le gustaba jugar en los casinos y por eso mi papá ganó la tuición. Mi mamá era, entre comillas, licenciosa. No en el sentido de los hombres, sino en el estilo de vida: jugadora, fumadora, comunista. Pero era especial, muy carismática.

¿Por qué no pudo verla después de la separación?

Mis padres se separaron muy en mala y mi papá nos prohibió ver a mi madre. Fue muy traumático. Es muy fuerte crecer sin mamá y con una madrastra bien bruja, como la de los cuentos. Con mi hermano vivimos en medio de la violencia y el maltrato por mucho tiempo.

¿Qué tipo de maltrato, ministra?

Físico, y sicológico. Fui una niña abusada.

¿Sufrió abuso sexual?

Abuso de todo tipo y por negligencia. No fue abuso de mi papá, él nunca me pegó. Pero había un abuso ambiental. Nos arrastraban, había un tío que nos maltrataba. Pero la verdad, lo tengo bloqueado. Me fui de esa casa por eso.

¿Cuándo se fue de la casa?

A los 13 años con mi hermano chico nos fuimos de mi casa, porque ya el maltrato era demasiado heavy. Nos fuimos adonde unos parientes de mi papá en San Bernardo. Después de un tiempo, ellos nos dijeron: "ustedes tienen mamá, ¿por qué están pasando por esto?, ¿por qué no la buscan?". Y salimos a buscarla. Sabíamos que su familia tenía negocios de ferreterías en Franklin, y recorrimos ese barrio hasta que encontramos el negocio y la encontramos a ella. Ahí partió otra etapa de la vida: diferente y mejor. Vivimos con ella en pensiones en las calles Esmeralda, Brasil. Después nos fuimos a un departamento en Arturo Prat. Y luego nos vinimos a otro que estaba más cerca del colegio San Gabriel. Como ella hacía clases ahí nos metió a ese colegio, que era bilingüe. No sabía ni decir buenos días en inglés porque hasta primer año de humanidades había estudiado en una escuela pública, un colegio fiscal.

"Tengo mucho humor. Creo que reírme hasta de las tragedias y contar con redes de apoyo y amigos, me ha permitido enfrentar las crisis, los duelos y reconstruir mi vida. Esa es mi forma de resiliencia, la que me permite sobrellevar las penas".

¿Cómo fue el reencuentro con su madre?

Mi mamá no era una mamá clásica: no cocinaba, no lavaba, no planchaba. Tampoco se pasó la vida buscando a sus hijos ni mucho menos. Después de la separación, hizo unos esfuerzos durante poco tiempo para encontrarnos y después dijo "será, me tocó la vida así". Darme cuenta de eso me generó mucho dolor: uno siempre espera que la madre luche por sus hijos.

¿Y cómo fue la relación con sus hermanos?

Soy la hija del medio. Mi hermano mayor siempre fue como mi papá: conservador, de derecha, partidario del régimen militar; hasta ahora es de derecha. En cambio, mi hermano chico y yo, siempre fuimos progresistas. Es triste, porque las divisiones de la familia, nos afectaron a nosotros como hermanos. Con Gustavo, mi hermano menor, éramos los huachos, los que nos fuimos de la casa, los que andábamos de un lado para otro, buscando quien nos acogiera. El mayor siempre tuvo el respaldo y la seguridad de mi papá, y se quedó con él.

¿Qué pasó con su padre?

No me quiso ver más. Encontró que era una traidora. Es que era rencoroso a morir.

¿No lo vio nunca más?

Me hizo la cruz muchas veces. Con mi hermano chico íbamos a verlo al diario La Nación y no nos recibía. Cuando yo tenía 46 años, es decir 32 años después de haberme escapado de su casa, su señora me llamó y me dijo que estaba muy enfermo, que se estaba muriendo y había aceptado verme. Ahí nos reencontramos. Partí con mi hermano chico y lo encontramos en los huesos, muy mal, grave. Lo hospitalicé y lo operaron: tenía una úlcera. Después mejoró, lo cuidé, lo acompañé, lo ayudé económicamente hasta que murió en 1992. Alcanzó a conocer a mis hijos, pero nunca tuve una relación de amor con él. Mi mamá murió poco después, en 1994.

¿Pudo perdonar a sus padres?

Sí. Uno entiende que no todo es blanco o negro. Que no todas las personas tienen la misma forma de vivir la maternidad o la familia. Cuando no hay una intencionalidad de dañar, no tienes qué perdonar. No tengo rencor, es mi historia. Además, tengo mucho humor. Creo que reírme hasta de las tragedias y contar con redes de apoyo y amigos, me ha permitido enfrentar las crisis, los duelos y reconstruir mi vida. Esa es mi forma de resiliencia, la que me permite sobrellevar las penas.

MIEDO A ESTAR SOLA

¿Cree que crecer en medio de una familia disfuncional la afectó en su vida adulta?

Cuando uno ha tenido una vida difícil en lo afectivo, uno falla en la elección de los afectos. Yo me casé súper enamorada. Mi primer marido era un hombre bueno, inteligente, estupendo; la mitad de las mujeres de Santiago estaban enamoradas de él y me eligió a mí. Por un lado me dio orgullo, y por otro una inseguridad terrible. Me convertí en una alfombra para que él me pisara. Sentía que si a mí no me habían querido ni mi madre ni mi padre, ¿cómo era posible que él me quisiera? Entonces no funcionó. Pero tuvimos 2 hijos maravillosos: Andrés y Pilar. Pololeamos de segundo año de Medicina a sexto. Tuve mi primer hijo en séptimo año de Medicina. Nos casamos en 1971, en 1975 vino la debacle y en 1976 nos separamos.

¿Qué edad tenían sus hijos cuando se separó?

Andrés tenía 5 años y la Pilar 1. Me causó una frustración enorme haber fracasado porque le habíamos puesto empeño. Y nos separamos, aunque siempre hemos sido familia. Al tiempo él se casó y lo pasó muy mal porque quedó viudo a los pocos años y con dos niños más. A mí me tocó quedarme sola con mis cabros y sacarme la mugre trabajando.

¿Cuándo aprendió a quererse como mujer?

Cuando me volví a casar con Sergio Domínguez en 1978. Un hombre soltero, estupendo, que fue del Mir y me quiso con mis dos hijos mayores. Con él tuve tres hijos más: Sergio y los gemelos Pablo y Cristóbal. Él me adoró hasta el último día, hasta que se murió en 2004. Él me enseñó que yo me merecía que me quisieran (se pone a llorar).

Ministra, han pasado diez años desde que enviudó y todavía se emociona.

Es que murió muy repentinamente. Veníamos llegando de Estados Unidos, donde vivimos cuatro años porque trabajé en la OPS. En Estados Unidos había engordado como vaca y por eso a mi regreso a Chile decidí hacerme un bypass gástrico. El negrito, como yo le decía, me fue a ver en la mañana –yo estaba hospitalizada– y me dijo, "voy a un partido de fútbol y vuelvo". Jugando fútbol le dio un infarto y se murió el 11 de septiembre de 2004. Nadie quería decírmelo. Esa tarde me enteré por la nana de un amigo que me dijo que algo le había pasado a Sergio y estaba en la Clínica Alemana. Yo también estaba ahí. Me levanté recién operada a averiguar qué le había pasado.

¿Y qué pasó con usted?

Fue duro, me quedé sola con los cinco hijos, recién llegada al país. Los gemelos, que son los menores, tenían 18 años y, como veníamos llegando a Chile, no tenían amigos. Se quedaron sin papá y sin mamá. Porque yo caí en una pena profunda. No me quería arreglar, no quería salir, no me quería vestir. Trabajaba solo porque tenía a mis hijos.

¿Cómo se las arregló para seguir funcionando en su casa, con sus hijos si estaba tan mal?

Mis amigos se portaron increíble. Un amigo llevó mi casa por un año completo. Iba a comprar al supermercado, daba las instrucciones en mi casa, me cuidaba.

¿Fue a terapia?

Fui harto tiempo. Pero no soy depresiva, la depresión por definición es un estado sicológico en el cual los pacientes no tienen una razón para sentir dolor o querer morirse. Nunca quise matarme y sí tenía un motivo para mi dolor.

¿Tomó remedios?

Sí, pero no fue ese mi apoyo. Mi apoyo fueron los niños, los gemelos que necesitaban de una mamá, y mis amigos.

¿Y cuándo pudo sanarse de esta gran pena?

La primera vez que me arreglé y salí, la primera vez que volví a sentirme mina entre comillas, fue cuando proclamamos a Bachelet en una vinoteca en Manuel Montt, en un local bien pichiruche, como candidata presidencial en 2005. De ahí yo tiré para arriba. La campaña me dio ese estímulo para salir de mi casa. Me recuerdo que tenía que ir a la proclamación y no tenía qué ponerme, porque me quedaba todo grande. Tuve que ir a comprarme ropa, fui a la peluquería, me pinté. No conocía a Bachelet, pero la ilusión de esa campaña fue total para mí. Me hizo sentir que la vida aún tenía alguna cosita.

Usted ahora tiene una nueva pareja. ¿Cómo vive el amor después de haber pasado por una separación y la muerte de un marido?

Tengo un compañero, un novio de 81 años. Hugo era amigo de mi segundo marido y me reencontré con él, en 2006, cuando enviudó de su mujer. Vivimos juntos desde hace ocho años. Creo que por la soledad que sufrí en la infancia, siempre me ha dado miedo estar sola. Prefiero estar acompañada.

*LA MINISTRA RESPONDE

¿Ha fumado marihuana?

Hace como 30 años atrás fumé con unos amigos. Pero no me pasó nada, lo encontré una lata.

¿Está a favor de la legalización?

No es una droga dura. La despenalización es una reflexión intersectorial, pero desde la experiencia médica es un porcentaje muy bajo el que desde la marihuana llega a consumir drogas más duras o se hace adicto. La marihuana no es más peligrosa que el cigarro o el alcohol.

¿Qué piensa del uso del cannabis con fines terapéuticos?

Si hay evidencia científica, ¿por qué no?

¿Está de acuerdo con que se vendan fármacos en los supermercados?

Lo peor es fomentar la automedicación; ningún remedio es inocuo. No me parece que al lado de un tomate se venda un antiinflamatorio.

¿Qué posición tiene frente al aborto?

Estoy totalmente de acuerdo con el programa de la Presidenta; vamos a discutir y reflexionar sobre el aborto terapéutico como una política de salud, cuando el embarazo es producto de una violación o hay incompatibilidad vital del feto.

Y, a nivel personal, ¿está a favor del aborto libre?

En Chile el aborto no es un gran problema de salud pública, pero sí es un problema de inequidad. Soy pro salud sexual y reproductiva, que existan todas las medidas para tener un plan de familia.

¿Qué le pasa cuando la Contraloría obliga a informar a los padres del uso de la píldora anticonceptiva de emergencia en niñas menores de 14 años?

Es una inconsistencia. Cuando uno de los objetivos del país es reducir el embarazo adolescente y estamos ofreciendo una medida que no es abortiva y puede prevenir el embarazo, no le veo el sentido. El mundo ideal sería que los adolescentes hablen de su sexualidad con sus padres, pero la realidad no es esa.

¿Piensa tomar alguna medida al respecto?

Entre la legislación, la convención de los derechos del niño y las necesidades de la salud pública, tendremos que buscar la manera para que los adolescentes puedan acudir al consultorio a buscar la píldora y se respete su derecho a la confidencialidad.

¿Qué la violenta en la salud chilena hoy?

Que la gente se sienta poco protegida, maltratada. Que sienta que no es atendida debidamente por los médicos y que sus

problemas los arrastran por años, y a nadie le importa.

¿Cómo encontró el sistema de salud que le dejó el ex ministro Mañalich?

Creo que el ex ministro es un gran comunicador y hay elementos positivos de su gestión: la ley del tabaco que él profundizó, cuando se la jugó por la ley de Tolerancia 0 y el postnatal de seis meses. Pero en el ámbito de la salud pública, estos cuatro años han sido un periodo oscuro y crítico. También tengo dudas sobre el fin de las listas de espera, y la reconstrucción de hospitales.

El año pasado hubo una marcha de los enfermos. ¿Le asusta este Chile que sale a la calle a demandar temas sociales?

Siempre estuve entre los que marchan. La expresión de la gente me parece buena y, si la sensación que tienen de la salud los llama a marchar, ahí estaremos para escucharlos, sintonizar y avanzar para dar respuestas, pero ojalá podamos dialogar antes de que salgan a la calle. Toda mi vida estuve en manifestaciones, no voy a ponerme en contra. Pero ahora que me toca estar del otro lado del bombo, espero estar a la altura.

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