Paula

Los milagros de Fernando

Comenzó a hacer música con un balón de gas y un colchón que encontró en la bodega de su casa. Que Fernando Milagros (33) sea hoy uno de los artistas más prodigiosos de la escena actual, se debe, en gran parte, a una serie de mujeres que le enseñaron a ver belleza en lo cotidiano. Sus canciones que él define como "pop chileno" tienen pocos acordes. Su vida, muchos más. Uno de ellos es el encuentro tardío con su padre, al que solo conoció en 2005.

Paula 1123. Sábado 8 de junio 2013.

Mucho antes de que Fernando Milagros irrumpiera en 2006 en el circuito musical chileno, con su voz rasposa y su look de vaquero triste, era simplemente Fernando Briones Vera: el hijo de una madre soltera, nacido en Talcahuano en 1980, que vacacionaba en Yumbel, al sur de Los Ángeles, en la casa de su bisabuela Olga.

Su madre, Jeannette, lo dejaba bajo el cuidado de la abuela y la bisabuela, cuando en el verano tenía que trabajar como parvularia del Ejército. Fernando creció bajo el alero de tres generaciones de mujeres que, además de arreglárselas para sobrevivir, lo llevaban a pasear en tren comiendo huevos duros. "Siempre me llamó la atención lo cargadas que iban mi bisabuela y todas las mujeres del campo, mientras los hombres eran unos satélites: iban y venían. Mi abuelo era contador pero tocaba acordeón. Era el alma de la fiesta", cuenta Fernando al recordar ese imaginario agreste de infancia que de a poco se fue colando en sus canciones: en 2011 su tercer y último disco, San Sebastián nace como un homenaje a esas raíces.

Reconocido como uno de los mejores álbumes de ese año por la crítica chilena, San Sebastián se titula así por el santo al que miles de feligreses iban a ver cada 20 de enero cuando él era niño. "Era un evento ir a ver llegar a los pasajeros a la estación porque Yumbel pasaba de ser un pueblo desolado a tener protagonismo. Recuerdo que me pasé tardes enteras escuchando el silbato del tren. Un ejercicio que ahora miro con nostalgia porque es un mundo que se extinguió", explica.

Fernando Milagros está a cargo del diseño del show que Carlos Cabezas con Electrodomésticos harán por primera vez en el Teatro Municipal en julio. además, está componiendo su cuarto disco.

San Sebastián, también cambió la vida del músico. De la mano del productor Cristián Heyne (Gepe, Javiera Mena) ese viaje por las raíces consagró al artista en escenarios importantes como el Lollapalooza Chile y el más famoso festival de música europeo, el Primavera Sound de Barcelona, además de llevarlo a tocar a México, Berlín, Madrid y Texas. En dos de los temas participa la española Christina Rosenvinge, otra de las razones que tuvo el público de habla hispana para aplaudirlo.

En la canción Reina japonesa se repite la frase "Despídete antes de irte". En tu música siempre alguien está de paso.

O alguien que en el camino está buscando cosas. Mis canciones son como un recorrido. Harta gente me dice que las escucha en la carretera y es loco, porque supongo que esa ha sido la naturaleza de mi vida.

¿Ser un nómada?

Sí. Porque de chico me tocó vivir en varias ciudades por el trabajo de mi madre que era itinerante. Eso de estar en movimiento me modificó para bien y para mal. Por un lado estoy amaestrado para generar vínculos rápidamente con las personas, por otro, cultivo poco los vínculos.

¿En qué se traducía el trabajo de tu madre para el Ejército?

Mi mamá era milica. Llegó a teniente, se metió con otro milico, quedó embarazada de mí y, como en esa época era un tabú la relación entre dos miembros de la misma institución, como no estaban casados, hasta ahí nomás llegó su carrera. La dieron de baja y mi viejo no encontró otra cosa que irse. Mi mamá fue resiliente. Había estudiado Educación Parvularia y consiguió que la reincorporaran como empleada civil. Así siguió trabajando en el Ejército pero sin la responsabilidad militar. ¿Mi padre? Solo lo conocí por fotos.

HECHO EN CASA

En uno de esos viajes con su madre por San Felipe o Magallanes, el niño Fernando agarró la manía de improvisar música. Con las revistas La Bicicleta aprendió a tocar solo la guitarra a los 11 años. Más tarde, en 2003, formaría su primera banda de post rock, María Milagros, la que abandonó para seguir su camino solista en 2005.

Fernando se quedó con el apellido artístico Milagros y se dio cuenta que avanzaba mucho más cuando se encerraba a componer en soledad. Percutiendo un balón de gas, un colchón que encontró en una bodega, fabricando baquetas con tallarines amarrados con cintas. Y sobreviviendo como diseñador teatral (su primera profesión) de controvertidas obras, como Prat, Juana y Cristo con la dramaturga Manuela Infante, logró sacar en sus tiempos libres las diez canciones de su primer disco: Vacaciones en el patio de mi casa. Como le fue bien, continuó con Por su atención gracias. "Me di una vuelta larga, pero con San Sebastián supe que mi prioridad es la música. Ese es mi lugar", dice Fernando.

"Mi mamá era milica. Llegó a teniente, se metió con otro milico, quedó embarazada de mí y, como no estaban casados, hasta ahí no más llegó su carrera. La dieron de baja y mi viejo no encontró otra cosa que echarse el pollo. A él solo lo conocí por fotos".

¿Cúanto te marcó haber sido hijo de militares?

Me pesó harto. Recuerdo que me daba vergüenza y por mucho tiempo no lo contaba, porque nunca estuve de acuerdo con la dictadura. Curiosamente en mi casa se escuchaba harto folclore. Desde Los Huasos Quincheros, que me parecían cerdos, hasta Víctor Jara y Violeta Parra, que fueron los que finalmente, a los 12 años, me dieron otra conciencia. En mi pubertad nos asentamos en Santiago. Buscando discos en el Biobío empecé a cultivar mis referencias musicales. Ya no había dudas: era la oveja negra de mi casa.

¿Qué es de tu madre hoy?

Está ahí. Separada, con dos hijos que tuvo con mi padrastro, encontrándose consigo misma después de haber criado a tres seres humanos. Ahora que está más vieja y más relajada nos sentamos en la mesa y yo le hago bromas sobre las cuentas de Pinochet en el Riggs, o sobre que votó por Piñera. De a poco se ha ido dando cuenta de que se equivocó. De a poco la he ido convirtiendo en una persona de izquierda. O al menos, con eso sueño.

Hiciste la dirección de arte del filme El año del tigre, de Sebastián Lelio. ¿Fuiste a ver Gloria, su última película?

Fui con mi mamá y le encantó. Es tan notable la película. Retrata a un segmento de la sociedad que nunca se mira porque estamos acostumbrados a ver en la tele a la mina bonita y perfecta, a la gente joven. Es la raja que te abran los ojos... está bueno que alguien te refriegue en la cara que el mundo no se acaba cuando cumples 40 o 50.

¿Y de tu papá no supiste nada más?

Lo conocí recién en el año 2005. Con la ayuda de mi mamá, comencé a buscarlo y lo encontré en Santiago. Nos juntamos en un café. Fue raro conocerlo. Cuando lo vi, apenas me reconocí en ese viejito de campo que ahora vive en Osorno. Sabía que era mi sangre, pero en verdad me preguntaba: ¿Quién es él? Después nos rebotamos un par de mails pero nada significativo. Creo que es una persona llena de miedos, y no sé si su familia nueva sabrá que existo yo. Mi papá es una duda permanente que no sé si resuelva algún día. ¿Qué pensará cuando abre algún diario y aparezco yo? Debe sentir curiosidad.

¿Y le contaste quién eras tú?

No mucho porque encontrarse con tu viejo tardíamente es como leer Demian ahora, no te va a gustar, lo vas a encontrar ingenuo, debiste haberlo leído a los 15. Han pasado tantas cosas en mi vida que no sabía por dónde comenzar y, cuando caché que lo iba a ver una pura vez, no tenía sentido. Ya fue el momento. Fue mi madre la que hizo de papá y mamá.

Como en la cinta Gloria, donde los hombres siempre se van.

Los hombres siempre se van, eso es verdad. Probablemente yo también me termine yendo.

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