Mujeres privadas de libertad: “A través del tejido o la repostería las mujeres se unen y son capaces de sanarse, repararse y armarse otra vez”




Es increíble cómo las mujeres todo lo pueden. En su interior hay algo que las empuja a salir adelante, a luchar aunque el mundo les diga lo contrario. Aunque se desconozcan porque el camino ha sido demasiado largo, aunque no puedan ver la luz entre tanta oscuridad. Pero esa fuerza sigue existiendo en ellas y no se irá jamás, porque se necesitan mutuamente, se seducen y abrazan incondicionalmente, entrelazando sus emociones como si fuesen un tejido palpitante, una fortaleza de vivencias agridulces. Transforman su punto débil en armaduras brillantes, porque son capaces de ver más allá de lo que otros ven”. Con este texto comienza el manifiesto de la marca María La Biyux, un proyecto de joyería textil sustentado en un modelo social que se construye con mano de obra de mujeres privadas de libertad.

Su creadora, María José Aguirre, cuenta que el proyecto nació en una etapa de su vida en la que necesitaba hacer un cambio. Había sido madre por segunda vez hace poco y no quería seguir trabajando largas jornadas empleada en una empresa. Comenzó con asesorías a marcas chicas de conocidas o amigas y una de ellas, que no podía pagarle, le ofreció a cambio un curso de telar. De esta manera se acercó al tejido y encontró en él un espacio de sanación, casi como una terapia. “No es tan loco, hay estudios que dicen que cuando tejes activas las mismas neuronas que cuando haces yoga o meditas”, cuenta.

Y fue esa experiencia la que la llevó a pensar que podía compartir ese proceso con otras mujeres. “Fui al Centro Penitenciario Femenino de Santiago a plantearles la idea de sumar a mujeres privadas de libertad en el proyecto porque creo que, al igual que yo, pueden aprovechar los beneficios de tejer para sanarse, repararse y armarse otra vez”, dice. De esto ya han pasado casi cinco años en los que decenas de mujeres se han sumado al proyecto. Una de ellas es Faviola (39), que en abril de este año obtuvo su libertad y desde entonces sigue trabajando en la marca, ahora desde su casa y con un contrato de trabajo. “Cuando comencé dentro del centro penitenciario, soñaba mucho. Mientras tejíamos todas soñábamos con lo que podríamos lograr trabajando en esto, pero aun así, jamás me imaginé lo increíble que sería. Cualquier persona podría pensar que son solamente unos collares, pero para mí es mucho más que eso, porque tiene que ver con la idea de sentir que lo que hago vale, que es importante para alguien”, dice.

María José reconoce que fue así como entendió y le dio sentido al concepto de sororidad. “Las mujeres nos necesitamos unas a otras y juntas logramos sacar luz de los espacios oscuros. Yo lo he visto en este proyecto, en el que todas nos ayudamos no desde la buena obra, sino desde la compañía y el compromiso. Y es porque reconocemos entre nosotras espacios comunes, a veces de soledad, dolor y vulnerabilidad. De la lucha por nuestros hijos y también de las injusticias que nos ha tocado vivir, que nos hace sentir esa fraternidad entre mujeres. Cuando reconocemos esas experiencias comunes se genera un vínculo automáticamente”, cuenta. Y es algo que ha visto en la práctica en la relación de todas esas mujeres que se sientan a tejer en un largo mesón dentro de uno de los patios de la cárcel. “Entre todas se apoyan y se alientan. Algunas veces una no puede participar de la capacitación porque tiene que ir a clases y la otra apunta todo para enseñarle a su compañera cuando vuelve. Es como un modelo de cascada, de refuerzo positivo y yo creo que se da porque esto trae tantos beneficios para ellas, que quieren compartirlos con otras mujeres. Y es que no se trata solo de un trabajo que tiene una retribución económica, también es un proceso terapéutico profundo”, explica María José.

Cindy Villalón, Teniente Primero de Gendarmería y psicóloga cree lo mismo y por eso se esfuerza a diario para apoyar a las 110 mujeres que están a su cargo en el Centro de Estudio y Trabajo del Centro Penitenciario Femenino de Santiago. Todas ellas tienen un trabajo remunerado en diversas disciplinas, ya sea para empresas externas o talleres internos. Cuenta que desde que comenzó la pandemia no han podido continuar con todos los talleres, solamente siguen con la repostería. Las internas hacen tortas que luego ella misma promociona en su WhatsApp y redes sociales. “Nos interesa que esto no pare porque hemos visto la evolución de muchas mujeres y es potente. Tiene que ver con que acá se les brinda una oportunidad que en la vida nunca se les había dado, y eso genera un cambio desde la esencia, porque adquieren habilidades y herramientas que les permiten ver que son capaces de más. Mejora su autoestima, por eso se habla de que estos talleres son un espacio de sanación, una terapia”, dice.

Reconoce también que en el caso de las mujeres esto se da casi naturalmente. “Las mujeres tenemos una cualidad que nos fortalece, que es la motivación. Muchas de ellas por la maternidad, pero no es solo eso. También la resiliencia de poder continuar pese a las adversidades de la vida. Somos capaces de pararnos una y otra vez, independiente de los obstáculos. Y nos apoyamos, yo lo veo en las internas, que cuando una tiene un conflicto por un hijo, una pena o un dolor, las otras la acompañan”, cuenta Cindy.

Una de las mujeres que trabaja con ella es Natividad Choque (44). Llegó desde Bolivia al país hace casi siete años y desde 2016 está privada de libertad. Cindy la llevó a trabajar con ella hace dos años aunque en ese momento no sabía nada de pastelería. Pero por sus cinco hijos que la esperan en Bolivia, dice que es capaz de cualquier cosa. “Fui aprendiendo de las otras mujeres. Ha sido una experiencia bonita, y lo hago con cariño, pensando en mis hijos. A pesar de no poder verlos y de estar privada de libertad, estoy feliz porque estoy aprendiendo algo nuevo que más adelante me puede servir”, dice y reconoce que apoyarse en otras mujeres ha sido clave. “Entre nosotras nos cuidamos, cada una aprende de la otra. Hay un compañerismo muy lindo”, confiesa.

Todas concuerdan con que cualquier espacio, por más oscuro que se vea, puede ser un lugar para soñar. Así lo resume Faviola: “Los ocho meses que estuve allí cambiaron mi vida. Porque el tejido me sirvió de terapia, me ayudó a volver a soñar, a creer que soy capaz de mucho más y también porque me hizo conocer a mujeres increíbles y a entender que juntas somos mucho más”.

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