Mi primer Dieciocho: el desafío de negociar los permisos con los hijos para fiestas y paseos

Las Fiestas Patrias son un ritual iniciático para madres, padres y adolescentes. ¿Qué límites le pondrás a tus hijos este fin de semana? ¿Cómo establecerlos sin ansiedad? Expertos dan consejos para llevar adelante esta verdadera mesa de diálogo.




Más que por el fin de año o el cambio de estaciones, se podría decir sin exagerar que el calendario chileno gira en torno al Dieciocho.

El psicólogo Felipe Lecannelier, en su libro Volver a Mirar, dice que la sociedad chilena tiene “una tendencia internalizante”, que solemos tragarnos las emociones, ser más represivos con lo que sentimos y nos pasa, hasta que de pronto estalla. Eso explica en parte que las Fiestas Patrias funcionen como una suerte de desahogo nacional. Una catarsis que está culturalmente muy ligada a los excesos: de comida, de baile y sobre todo de alcohol.

A diferencia de la mayoría de nuestros vecinos, Chile es un país que no tiene grandes carnavales, a excepción de la Tirana. El Dieciocho se transforma, entonces, en desahogo y jolgorio al mismo tiempo. Algo así como un Woodstock criollo y anual, una fiesta de largo aliento donde se intercalan costumbres tradicionales y rurales con otras tendencias más citadinas, que suman a las vanguardias que cada nueva generación integra, desde la nueva cumbia de Chico Trujillo, hace dos décadas, hasta el trap que hoy invadirá cada fonda.

Pero si hay algo que es permanente en el tiempo, y que permea a cada generación, es el deseo juvenil de “lanzarse” durante el Dieciocho. Es prácticamente un ritual iniciático y parte de la conversación entre los adultos, donde escarban recuerdos de carretes memorables —o que desearían olvidar—, contando casi como una experiencia de supervivencia extrema haber superado una aventura improbable o una caña terrible.

Para la primera juventud, en cambio, es una fecha que se espera con curiosidad y entusiasmo. Aquí es donde confluyen estos mundos. La experiencia y la adolescencia. El miedo y el arrojo.

Para estas Fiestas Patrias, muchas madres y padres se enfrentarán por primera vez al dilema de extender o no los límites de un permiso para sus ilusionados hijos o hijas, ansiosas de vivir de manera independiente “su primer Dieciocho”.

¿Cómo llevar adelante esta negociación y llegar a un acuerdo que deje felices a ambas partes? ¿Qué evitar? ¿Es posible lograr que este momento de ímpetu y temor sea una oportunidad de creación de lazos y confianza?

Debut dieciochero

De generación en generación, la escena transcurre igual. Un joven —o una adolescente— acercándose lentamente a la habitación de sus padres. En su cabeza ya ha ensayado cincuenta veces la historia, pero aún así no sabe cómo contarla: que con un grupo de compañeras planean irse el fin de semana largo de Fiestas Patrias a la casa en la playa de alguien, o a acampar con unos amigos a cierto pueblo.

En los padres, los recuerdos de los primeros Dieciochos aparecen como una inevitable publicidad de YouTube y se cruzan con la exposición de petición de permiso que está ocurriendo. Son una serie de vívidas imágenes con comportamientos poco aconsejables, escenas que al imaginarlas con los hijos de protagonistas hacen estremecer de miedo.

El primer impulso, casi por vocación de cuidado, será negarse. Decir que no, que por ningún motivo irá a pasar cuatro días de autodestrucción desenfrenada sin la tutela de un adulto.

Maria José Lacamara, psicóloga y escritora especializada en crianza, no aconseja esa vía. “Si son mayores de edad, o se están acercando a los dieciocho años, necesitamos soltarlos más y confiar en lo que son y en lo que les hemos enseñado. Si nos ponemos muy rígidos y no los dejamos valerse por sí mismos, probablemente nos mentirán con tal de lograr ir donde irán todos”.

Hay un meme al respecto. Dice que lo único que produce una crianza demasiado estricta son mentirosos profesionales.

“Si bien uno piensa que las mentiras son problema del que miente, la realidad es que es un conflicto interaccional, donde los hijos se sienten con la necesidad de mentir dadas las consecuencias que imaginan. Necesitamos ser padres cercanos, que acompañen a sus hijos e hijas, y eso implica conversar, escuchar, negociar, flexibilizar y mirar las necesidades de nuestros hijos. Para poder soltar tranquilos necesitamos crear ese camino de confianza”, refrenda Lacamara.

Para Jorge Muñoz, psicólogo de Psyalive, la clave está en “una comunicación clara y amplia”, que inculque el autocuidado con información preventiva. Es decir, conversar sobre los riesgos y las consecuencias posibles del consumo de alcohol o sustancias tóxicas, así como también de tener relaciones sexuales sin protección”.

“Es fundamental generar un espacio de buena comunicación, crear confianza y no caer en límites extremos, ya que la adolescencia es una etapa donde las conductas oposicionistas son muy comunes”, advierte Fiorella Mauriziano, psicóloga de Grupo Cetep.

“Es un riesgo latente que nuestros hijos hagan las cosas escondidos, tomen malas decisiones y nosotros no sepamos de ellos”, asegura Lacamara. Y con una mano en el corazón, ¿quién no hizo exactamente todo eso?

Sin embargo, entrega un password para disminuir ese riesgo lo más posible. “Las mentiras ocurren en sistemas más rígidos, donde los hijos ven a los padres bajo una mirada de autoritarismo. Cuando existe esa percepción, nuestros hijos mienten y esconden lo que los pone en un riesgo aún mayor a ciertos castigos o reprimendas”.

Mesa de diálogo

El Dieciocho no es un carrete como cualquiera. Dijimos que son algo así como un Woodstock, pero más parecido a su versión 99 —que terminó con incendios, muertos y heridos— que a la hippie del 1969. Un escenario que cambia radicalmente apenas cae la noche: las familias y los niños desaparecen, dando paso a escenas bastante propias de una crónica de Hunter S. Thompson, en la cual, bromas aparte y sin caer en exageraciones, la violencia y los accidentes se suelen desencadenar, incluso con casos de víctimas fatales.

“El permiso tiene que ser conversado y consensuado por todos. Es importante tomarse el tiempo de estar con los adolescentes, saber quiénes van a estos paseos o fiestas, dónde se realizará y sobre todo cuál es la postura de ellos frente a este carrete intenso. Debe haber una conversación acerca de nuestras expectativas como papás y de los compromisos que van a tomar ellos frente a la confianza que les estamos entregando”, aconseja Lacamara.

A la hora de establecer los límites del permiso —ya sea de horario, de tiempo o de dinero—, es importante explicar con paciencia las razones de por qué se están poniendo, para que estas no parezcan una imposición aleatoria. Es clave que los hijos entiendan y ojalá les haga sentido la norma.

Para Muñoz, es fundamental inculcar el hábito de dejar datos confiables de dónde se realizará el paseo, de saber sobre las personas que las acompañan y acordar la hora o el día de llegada.

“Al mismo tiempo, me parece que se debe generar el entendimiento de que si ocurre algo malo en cualquier momento, ellos sabrán que tienen el apoyo de los padres para salir de la adversidad”, agrega.

Una recomendación importante es que el o la joven guarde los contactos de sus apoderados en el teléfono de sus amistades. Así, si su celular se pierde o sucede alguna contingencia por el estilo, que no es poco habitual en estas instancias, habrá manera de ponerse en contacto.

Es necesario saber, dice Fiorella Mauriziano, que la rebeldía es recurrente en esta etapa de la vida, por lo que puede que algunas reglas se rompan. “Ahí es importante que los padres establezcan ciertas consecuencias, para así evitar conductas de riesgo en eventos y salidas futuras”.

“No solamente debe de haber negociación, sino que también acuerdos por parte de los padres con los hijos; todos deben compartir afinidades y no adversidades para una sana convivencia”, sostiene Jorge Muñoz

Fiestas libres de ansiedad

Finalmente, y tras una ardua negociación, donde se expresaron con honestidad y cariño las posiciones (esto último puede no ser así), el permiso se concedió.

Después de la despedida y de reiterar la petición e instrucción de cautela, cuidado, autorrespeto, llámame cuando llegues, atento al celular, ponte desodorante y todas las sugerencias habidas y por haber, es el momento de vivir esas horas o días donde no solo el adolescente estará ausente, sino haciendo quizá qué cosas.

Ahí entra esa ansiedad, que para padres y madres que recién están entrando en esta etapa puede ser compleja de manejar.

“Podemos poner condiciones, como que estén atentos a las llamadas, o acordar una hora diaria de conexión, ya sea por WhatsApp o teléfono. Y cuando ya estén de vuelta de ese paseo, es fundamental volver a sentarse a conversar de lo que fue para ellos, cómo lo pasaron, cuáles fueron los desafíos y aprendizajes”, sugiere Lacamara.

“Estar ansiosos o preocupados por nuestros hijos es una respuesta natural y normal ante eventos nuevos. Luego de normalizar ese estado, hay que aceptarlo y aterrizar así ese nerviosismo”, explica Mauriziano.

“Una de las técnicas que se utilizan para regular la ansiedad es postergar la conducta, que en este caso sería llamar o escribirle a tu hijo o hija”, agrega. O sea, no estar preguntándole a cada rato cómo está, qué está haciendo y cómo le ha ido.

“Es bueno decirse a uno mismo ‘ahora no lo voy a llamar porque estoy ocupado en otra cosa, luego lo haré', y así sucesivamente. Si es que la preocupación es más fuerte, se recomienda definir un espacio en el día para hacer el llamado, pero no antes ni después”. Eso no solo calma la ansiedad en los padres sino que también deposita confianza en los hijos, que no se sentirán paqueados ni perseguidos.

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