Las dos almas del futuro Gobierno de Sebastián Piñera
Por Mauricio Rojas. Su capacidad de ser gobernante y estadista a la vez será esencial, de poder fijar la mirada en el horizonte, pero sin por ello perder de vista lo inmediato.

En un célebre pasaje, Fausto habla de dos almas que habitan en su pecho queriendo separarse la una de la otra. Una se aferra a lo terrenal, la otra levanta su vuelo hacia las alturas. Esta forma de Goethe de describir la conflictiva dualidad de lo humano puede ser útil para acercarnos a algunos de los grandes dilemas del futuro Gobierno de Sebastián Piñera, donde todo dependerá de la capacidad de mantener con vida la tensión entre impulsos divergentes sin que el uno desplace o destruya al otro. A continuación esbozo dos "epicentros de tensión" que, a mi juicio, serán vitales durante su mandato.
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El primero estará dado por la tensión entre, para decirlo cortamente, el sector y el país. Expresándolo de otra manera, con quién y con qué propósito político gobernar. Los polos de tensión pueden definirse en torno al cómo medir el éxito político de la gestión del Presidente electo. Se ha señalado reiteradamente que la prueba definitiva de ese éxito será la entrega del mando en 2022 a un representante de Chile Vamos. Este, por decirlo así, es el "objetivo tribal" de su mandato: mantener el poder dentro de "su sector". En el polo opuesto tenemos un "objetivo de país" que busca garantizar la continuidad de su desarrollo aun en el caso de que "el sector" no retuviese el poder. En esta perspectiva, lo esencial es generar un consenso hegemónico acerca de los grandes lineamientos que Chile debe seguir para alcanzar su desarrollo integral.
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En el primer caso, lo natural es gobernar con ideas y personas que claramente representen a la actual centroderecha. En el segundo, lo vital es abrirse no sólo hacia el centro sino también hacia la izquierda socialdemócrata, a fin de realizar una labor de Gobierno dialogante con esos sectores que tome en consideración su perspectiva e incluso incorpore a personas que la representen.
Ahora, tanto la amplitud del triunfo de Sebastián Piñera como la fuerza parlamentaria de Chile Vamos invitan a hacer un Gobierno del sector y para el sector. Sin embargo, ello podría terminar siendo contraproducente incluso si se ganara la próxima elección presidencial.
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Nada sería más nocivo para el futuro del país que el desfondamiento definitivo de la izquierda socialdemócrata y de quienes aspiran a representar al centro, quedándonos con un mapa político polarizado entre centroderecha e izquierda radical. En una situación así, la alternancia en el poder se transformaría en una cuestión dramática donde todo está en juego. Por ello la apertura hacia el centro/socialdemocracia no debe tener como objetivo fagocitarlo sino, por el contrario, darle posibilidades para que se recomponga y llegue a ser una alternativa de Gobierno dentro del marco de un consenso básico sobre el rumbo a seguir del país.
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A esta tensión se le sumará otra de carácter valórico que es fundamental para poder elaborar una narrativa política con amplia capacidad de convocatoria. Las principales líneas del conflicto político en la sociedad chilena ya no tienden a seguir, como en el pasado, una divisoria relacionada con los niveles de ingreso o la estratificación social, sino que se configuran transversalmente en torno a opciones valóricas
divergentes. El epicentro de nuestros actuales conflictos político-ideológicos ya no es una disputa entre clases o estamentos sociales, sino que se ubica dentro de aquella gran clase media emergente que es el testimonio más patente del progreso del país.
Cuando un país experimenta una rápida transformación de sus condiciones de vida tienden a producirse importantes brechas valóricas y conflictos entre perspectivas o "visiones del mundo" muy diversas. En nuestro caso se trata del paso de una sociedad dominada por la pobreza a una caracterizada por una relativa prosperidad. En el primer caso imperan los que Ronald Inglehart denominó "valores materialistas", propios de la dura lucha por la supervivencia, mientras que en el segundo tienden a predominar los "valores posmaterialistas", orientados hacia la calidad de vida y la autorrealización personal. Esta dualidad valórica puede asumir, como en la Europa de las revueltas juveniles de 1968 y el Chile de 2011, un sello generacional, pero su significación es mucho más amplia.
En nuestro caso, la expresión unilateral e ideologizada de esta nueva perspectiva valórica es el Frente Amplio. Sin embargo, esta captura ideológica de un cambio valórico que es connatural a nuestro progreso no debe llevarnos a ignorar la coexistencia en el Chile actual de dos almas valóricas que apuntan, cada una a su manera, a aspectos esenciales de nuestro desarrollo. La primera, a la necesidad ineludible de preocuparse por la creación eficiente de riqueza; la segunda, a su calidad y distribución, así como al tipo de sociedad que creamos sobre esa base. Por ello mismo, para proyectarse hacia el futuro el Gobierno de Sebastián Piñera deberá hacer un gran esfuerzo por conquistarlas a ambas. De no ser así, las verá separarse y confrontarse una con la otra, en el Parlamento y en las calles.
Estos son los grandes desafíos dialécticos que deberá enfrentar el Gobierno de Sebastián Piñera. Para hacerlo con éxito, su capacidad de ser gobernante y estadista a la vez será esencial, de poder fijar la mirada en el horizonte sin por ello perder de vista lo inmediato. Es un arte difícil que requerirá dominar dos impulsos contrapuestos que necesariamente habitarán en el pecho del nuevo inquilino de La Moneda.
*El autor es senior fellow de la Fundación para el Progreso y director de la Cátedra Adam Smith de la Universidad del Desarrollo (@MauricioRojasmr).
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