Pulso

La cuarta C: concesión

Felipe Fredes F - Celebracion Plebiscito del 5 de octubre de 1988 - pol - Temas - 05.10.09 - En el Excongreso nacional se Celebra el aniversario del Plebiscito del 5 de octubre de 1988, participa De izquierda a derecha, Irma Robles, Patrico Aylwin, Michelle Bachelet, eduardo Frei y Ricardo Lagos - Foto: Felipe Fredes F / La Tercera / Celebracion Plebiscito del 5 de octubre de 1988 - POLITICA - CONCERTACION - ANIVERSARIO - PLEBISCITO 85 - PATRICIO AYLWIN - MICHELLE BACHELET - PRESIDENTA - EDUARDO FREI - RICARDO LAGOS - EX PRESIDENTES - Santiago - Region Metropolitana - Chile - Felipe Fredes F - Felipe Fredes F Felipe Fredes F

Repasemos: en las tres columnas anteriores hemos revisado las primeras tres de las “4C” de una estrategia de desarrollo: comprensión, contribución y compensación. Nos queda la cuarta “C”: la concesión.

Una vez que la ciudadanía de un país entiende de qué se trata la estrategia de desarrollo de su país, entiende qué es lo que se le pide como contribución a esa estrategia y qué es lo que recibirá como retribución por esa contribución; si es que les hace sentido, entregarán a la clase dirigente y al liderazgo político una concesión; esto es, el “permiso” o si se quiere el “espacio político” y el respaldo para implementar la estrategia de desarrollo.

Es importante entender que la “concesión” no es un respaldo fanático y militante. La realidad es que en la modernidad secularizada que vivimos, perpetuamente navegando los cinismos culturales del capitalismo tardío, una fracción muy menor de la ciudadanía se emociona hasta las lágrimas en concentraciones políticas y se entrega al culto de personalidad de las figuras políticas. Hay de eso, por cierto, pero es muy poquito (y crecientemente patético). Y la prueba de ello es que, en estos tiempos, la abrumadora mayoría de las personas que ondean banderitas y reparten volantes en los semáforos durante las campañas electorales, no son ciudadanos voluntarios, sino colaboradores remunerados que son contratados en el mismo lugar donde se diseñan e implementan estrategias de difusión para vender paellas y mariscos congelados; desabolladurías automotrices y recolección de chatarra electrónica. No son “brigadistas”, son “promotores”.

La mayor parte de los países que han completado exitosamente una transición hacia el desarrollo no lo han hecho con su población poseída por un frenesí político, marchando heroicamente hacia un horizonte donde amanece el albor de una nueva era, con la mirada en lontananza y los ojos llorosos. De hecho, en general, los períodos en que los países pasan por infatuaciones narcisistas, terminan mal. En los mejores casos, con decepción y desencanto; en los peores, con violencia o autoritarismo. Siempre tiene un costo cuando los adultos deciden comportarse como adolescentes y, a veces, los costos son…. como decirlo… eso…. “históricos”; a veces los costos son “históricos”.

No, en las Irlandas y Finlandias, Polonias y Portugales, Nueva Zelandas y Lituanias, lo que hay es “concesión”: la ciudadanía no encuentra que estén implementando una utopía sino una estrategia de desarrollo comprendida, a la que sienten que pueden contribuir y de la que esperan beneficiarse ellos y sus familias. La verdad es que cuando uno mira de cerca la política de esos países, suele ser harto más fome de lo que acostumbramos acá. Hay debate y competencia política, como no; y debates intensos como en todas partes; pero de lo que hay poco es de políticos vendiendo arcadias y utopías.

Durante los años de la Concertación lo que había era “concesión”. La mayor parte de los partidarios de esa coalición creían en otras cosas. Aspiraban a otros proyectos políticos. Deseaban, profundamente, otro camino histórico. Sus sueños y deseos más profundos eran bastante más radicales: más socialistas, más comunitaristas o más liberales. Sin embargo, la combinación de las primeras tres “C” que se les proponía, les parecía “pasable”, les hacía sentido práctico y, por sobre todo, les permitía desplegar una estrategia y proyecto de vida personal y familiar que era compatible con lo que estaba haciendo el país. El proyecto del país no “emocionaba”… pero sí “funcionaba”. Nadie era un militante fanático de la Concertación, la mayoría era, más bien, un circunspecto partidario. Nadie era groupie, pero muchos eran votantes. Y es probable que por eso es que fue un proyecto tan exitoso. Nunca prometió el paraíso terrenal y sin embargo, sobriamente construyó el período de mayor prosperidad económica y avance democrático de nuestra historia republicana. Vaya paradoja.

Vivimos en otros tiempos políticos. La práctica de la política de hoy consiste en vender radicalidad y luego, una vez en el poder… ¿cómo es que dicen los analistas?… ah sí…“bajar expectativas”. El fanático y demagogo de la campaña se transforma, en cinco minutos, en un flemático estadista e, increiblemente, exige que se le trate así y pretende que se nos olvide su época de hiperventilado… de hace cinco minutos. La demostración más obscena de que vivimos en una era de demagogia desatada es que llevamos dos presidentes al hilo que se demoran cinco minutos en incumplir sus promesas respecto de bajar su salario presidencial y/o de sus colaboradores más cercanos… Cinco minutos. Ni se arrugan. Por si acaso, yo no soy partidario de rebajar esos salarios; pero soy menos partidario de una política capturada por la demagogia y la mentira.

En fin, hay que reconocer que este “pragmatismo” paga en el mundo mediático y en la cultura política de hoy. Rinde, sin duda. No por eso nos tiene que gustar.

El problema con este nivel de demagogia es que no contribuye a la credibilidad de la política, más bien la depreda. Y lo otro es que no da espacio a proyectos políticos en serio; en particular, no da espacio a una estrategia de desarrollo, no da espacio a las cuatro “C”.

Más sobre:OpiniónColumnaEconomía

Plan digital + LT Beneficios por 3 meses

Navidad con buen periodismo, descuentos y experiencias🎄$3.990/mes SUSCRÍBETE