Del hombre de Piltdown a la hidroxicloroquina: cómo la ciencia también se tiñe de escándalos

La ciencia y sus resultados debería estar más allá de cualquier reproche. Pero eso no siempre es así. En la historia de la ciencia varios ejemplos lo ratifican. Falta de ética, presión por publicar, egos y otros pecados, recuerdan que errar es humano. Por eso la revisión debe ser rigurosa, en especial en plena pandemia por Covid-19.


En tiempos de Covid-19, las expectativas de una solución están en la ciencia. De los avances e investigaciones que se realicen sobre tratamientos, y en especial, de una ansiada vacuna, dependen literalmente hoy la vida de muchos. Por eso, cada nuevo reporte sobre Sars-Cov2 es difundido con mucha rapidez y esperanza.

Eso ocurrió el 22 de mayo último, cuando la prestigiosa revista científica The Lancet dio a conocer un estudio que contradecía al presidente de Estados Unidos Donald Trump, asegurando que la hidroxicloroquina no beneficiaba a quienes tienen infección por Covid-19, tal como Trump insistía. Todo lo contrario, indicaba la investigación, podría resultar fatal.

Fue tal impacto de esa publicación, que incluso la Organización Mundial de la Salud (OMS) llamó a suspender todos los ensayos globales sobre el fármaco.

El presidente de Estados Unidos Donald Trump, señaló que el fármaco hidroxicloroquina beneficiaba a quienes tienen infección por Covid-19, lo cual la publicación en The Lancet desmentía. Foto: REUTERS

La decisión era a todas luces responsable. Tenía fundamentos. No era fake news ni se trataba de cualquier journal. La revista británica, una de las más destacadas y prestigiosas en ciencia, tiene un elevado índice de impacto, medida que se refiere al número de veces que se cita en promedio un artículo publicado en una revista, de 59,102 (la revista Nature tiene un índice de impacto de 43), lo que da cuenta de la relevancia científica que tienen las investigaciones que difunde.

Pero la historia tuvo un vuelco. Tres de los cuatro autores del estudio pidieron la retractación del artículo. Así lo informó la propia revista británica el jueves. “No podemos seguir garantizando la veracidad de las fuentes de datos primarios” indicaron los tres autores a The Lancet, quienes responsabilizaban al cuarto autor por los datos que dieron pie a la investigación, y quien se niega dar acceso directo a ellos.

Decepción e impacto. Más aún en tiempos en que las expectativas hacia la ciencia son altas. Resultados válidos y sin lugar a ningún reproche es lo que se espera en tiempos normales. Y en pandemia por Covid-19, mucho más.

Publica o muere

Pero errar es humano, reflexiona Adriana Bastías, presidenta de la Red de Investigadoras. Y la ciencia está hecha por personas. Mujeres y hombres, propensos a sesgos y errores. Por eso las investigaciones científicas deben pasar muy varias revisiones antes de ser dadas a conocer, explica.

En el caso de The Lancet, explica Bastías, no estaban disponibles los datos crudos, “y cuando se les pidió a los investigadores como una forma para revisar los resultados, no pudieron entregarlos”.

Pero acá el juicio no solo debe ser a los investigadores. También hay responsabilidad por parte del medio que publica el trabajo. “En este estudio muchos otros investigadores ante la duda y lo polémico de sus resultados comenzaron a reproducir lo que ellos señalaron, pero no lo lograron, y ahí la revista comienza a auditar el estudio y se da cuenta que no están los datos crudos. Y ante eso lo más ético es bajarlo. Pero ¿por qué lo publicaron si debieron haberlo revisado de forma adecuada? De ser así, no habrían tenido que pasar por esto”, dice Bastías.

La presión por publicar no es propia de la pandemia. Siempre ha estado. El problema radica básicamente en el “publish or perish”, que significa “publica o tu carrera académica muere”, añade Pablo Muñoz, neurocientifico en la Universidad de Rutgers, New Jersey (EE.UU.). “Con ese monstruo encima algunos científicos dejan la ética de lado y manipulan datos para llegar a publicar en revistas de alto impacto que les permitan acceder a algún puesto en alguna universidad”, señala.

Pero a su vez hay otro problema muy grave: las máquinas de publicaciones falsas llamadas paper mill o “maquinas creadoras de paper” en China. “Por unos 2 mil doláres puedes ser autor en un paper diseñados con datos rehusados o falso y puedes publicarlo sin problema. Si bien existe la revisión de pares, estos papers falsos logran pasar el filtro”, detalla Muñoz.

Pero en pandemia, la investigación científica va contra el tiempo, y muchos autores, advierte Bastías, están subiendo sus estudios como pre publicados, pero no están revisados por pares, "muchos de los que hoy se están comentando en prensa y redes están en este estado de pre aprobación y tienen que pasar por revisión”.

Es innegable la necesidad sobre investigación de Covid-19. Y por lo mismo, esa información debe ser revisada de forma exhaustiva. Aunque se demore semanas en salir, dice Bastías. “Esa información tiene que ser veraz y útil, porque además si lo publican rápido eso dificulta la investigación para otros grupos, partir de un punto falso dificulta el avance de la investigación”.

En lo personal, comenta Muñoz, durante su tesis doctoral basó su hipótesis en algunos trabajos de un laboratorio alemán que luego fueron retractados. “Afortunadamente parte de esos paper tenían resultados replicables. Pero si uno basa tesis de doctorado el daño afecta a un laboratorio, pero políticas basada en investigaciones clínicas que resultan falsas pueden llevar a problemas muy serios como es el caso de la hidroxicloroquina”, advierte.

Escándalos

Lamentablemente, por la relevancia de esta área, no es el primer caso, y lo más probable es que no sea al último. Famoso es un caso de unas de las estrellas de la ciencia en China, comenta Muñoz, un investigador del cáncer, Guoqiang Zhao, profesor de la Universidad de Zhengzhou, acusado de falsificar y manipular datos en más de 30 publicaciones, según consta en el sitio PubPeer, donde se discuten y revisan investigaciones científicas. Este fenómeno también es debido al “publicar o morir”, dice Muñoz, “y en China es aún más ruda la batalla y cada paper cuenta”.

Y no solo The Lancet tiene cuentas que rendir al respecto. Science, otra revista científica destacada también tiene algo que aportar a la historia de fraudes. Ocurrió con el trabajo de Hwang Woo Suk, investigador surcoreano que entre febrero de 2004 a octubre de 2005, anunció que clonó un embrión, poco después la clonación de las células madre de origen humano y después, presentó a “Snuppy”, el primer perro clónado de la historia.

Su trabajo pasó las pruebas y fue publicado. Hazaña que se reflejó en cómo fue llamado por los medios de su país: “Apóstol coreano de la clonación”, “logro de proporciones históricas”, “padre de la clonación terapéutica”, entre otros títulos repletos de alabanzas.

Pero ante tanta maravilla, las sospechas no tardaron en llegar. Finalmente se comprobó el fraude y violaciones éticas. Se retiró el documento de la revista, y hasta hoy no hay consenso sobre si el fraude fue deliberado o el resultado de un documento mal escrito.

Imagen del investigador de la Universidad Nacional de Seúl, Hwang Woo-suk, en su laboratorio en diciembre de 2003. Foto: REUTERS / Kim Kyung-Hoon

Otro de los fraudes científicos famosos, es el conocido como el engaño del hombre de Piltdown. Se trata del cráneo fosilizado, aparentemente del ‘eslabón perdido’ entre simios y humanos, que fue descubierto en 1908 en una cantera en Piltdown, Sussex, Inglaterra. Hallazgo dado a conocer por el paleontólogo, Arthur Smith Woodward, jefe del Departamento de Geología del Museo Británico.

Un obrero realizó encontró las piezas en la cantera y se los entregó al arqueólogo aficionado Charles Dawson, quien los dio a conocer junto al en ese momento destacado paleontólogo del Museo Británico, en la Sociedad Geológica de Londres. El hallazgo se declaró como auténtico y se le denominó Eoanthropus dawsonii.

Pero en ciencia nada es irrefutable. Posteriormente se supo que el supuesto cráneo del “eslabón perdido” estaba formado por huesos de al menos 3 especies de homínidos, incluida la mandíbula de un orangután con dientes afilados. El más perjudicado fue Woodward, a quien su nombre quedó vinculado para siempre con el fraude más importante en ciencia en el siglo XX.

Imagen del cuadro pintado por John Cooke en 1915, conmemorativo al descubrimiento del hombre de Piltdown en 1908.

Casos hay varios. Algunos incluso con consecuencias dramáticas. En 2011, se anunció un prometedor avance: científicos japoneses habían logrado que células madre embrionarias de ratón se conviertan espontáneamente en el laboratorio en la compleja estructura a partir de la cual se desarrolla la retina.

Mototsugu Eiraku y Yoshiki Sasai fueron los investigadores del centro Riken de biología en Kobe, que habían desarrollado el trabajo publicado en la revista Nature. Pero la investigación, aclamada como un logro para los tratamientos con células madre, fue posteriormente desacreditada cuando otros científicos no pudieron replicar las sorprendentes afirmaciones.

En agosto de 2014, Yoshiki Sasai, coautor de esa investigación fue hallado muerto en el instituto Riken. Muerte que posteriormente se confirmó como un suicidio. Sasai, tenía 52 años.

El editor jefe de Nature, Phil Campbell, emitió un comunicado en esa oportunidad describiendo la muerte de Sasai como una tragedia para la ciencia y una pérdida inmensa para la comunidad investigadora. “Yoshiki Sasai era un científico excepcional y ha dejado un legado extraordinario de trabajo pionero en muchos campos dentro de las células madre y la biología evolutiva”, indicó Campbell.

Pero si de fraudes científicos se trata, uno de los más destacados y con lamentables consecuencias fue el de Andrew Wakefield, investigador que en 1998 dio a conocer un estudio en el que aseguraba que la vacuna de la triple vírica provocaba efectos secundarios, como el autismo, en niños. Su estudio también se publicó en The Lancet.

Andrew Wakefield al abandonar el Consejo Médico General en Londres el 16 de julio de 2007, donde fue cuestionado profesionalmente por su estudio y mala conducta durante su investigación. Foto: REUTERS

Los datos en que basaba sus afirmaciones, sin embargo, se comprobó posteriormente, eran falsos. Incluso, en 2004, periódico Sunday Times denunció que además existían financieros por parte de Wakefield en sus resultados. El Consejo Médico General de Reino Unido le retiró su licencia médica. Le acusaban de fraude y de abusos a niños por procedimientos médicos invasivos.

Más recientemente, en 2018, la Universidad de Harvard ordenó retractar 31 artículos del investigador en cardiología Piero Anversa, que estaba a cargo de un laboratorio de investigación de la Facultad de Medicina de esa universidad. Su trabajo abordaba la posibilidad de que las propias células madre del corazón puedan reparar sus lesiones. Pero diferentes laboratorios no lograron replicar los experimentos de Anversa.

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