Enjaulados como leones: corredores en cuarentena (2ª parte)

FOTO: REUTERS

Tienes que olvidar tus límites. Tienes que olvidar tus dudas, tu dolor, tu pasado. Tienes que olvidar esas voces internas que gritan, que suplican: ¡Ni un paso más!. Y cuando no te sea posible olvidarlo, debes negociar (Phil Knight).


Se acerca el invierno y entre el frío y la lluvia se pasan los días por la ventana. Para algunos y algunas estas condiciones facilitan el encierro, mientras otras y otros, al ver la cordillera nevada, echan de menos las ruedas, los esquís y las tablas.

Así, avanzan las semanas y los corredores y ciclistas amateur que veo en consulta, hacen lo que pueden para transformar ese torrente energético que dejaban en las calles, en algo productivo y creativo dentro del perímetro de sus casas. Para acompañarlos, me terminé de leer la autobiografía de Phil Knight, fundador de Nike, y empecé La Felicidad de Correr, del maratonista nacional, Gonzalo Zapata.

En pantuflas y casi sin moverme del sofá, me metí en la cabeza de estos corredores para entender qué los hace exigirse al límite (¿qué los motiva?) y ver cómo salieron de complejos momentos en sus desafíos deportivos, en sus carreras profesionales, familiares y personales.

Y debo reconocer que empezar a leer La Felicidad de Correr fue un bálsamo después de terminar Nunca te pares, pues nunca me imaginé que la autobiografía del padre de Nike, me sumiera en tantas emociones, adrenalina y caos. No pretendo arruinarles la sorpresa a quienes quieran leerlo, pero si tienen ganas de emprender un negocio o quieren transformarse en un emprendedor, deben leerlo y pensar cómo y con quiénes les gustaría pasar sus próximos cuarenta años.

Además, para quien quiera profundizar en las luces y en las sombras de una mente competitiva, aquí hay un crudo relato de alguien que ganó y perdió mucho en la vida. Phil Knight es un competidor nato, por lo que no es extraño que haya conectado con deportistas de la talla de Michael Jordan, Tiger Woods o Kobe Bryant.

Con estas lecturas y rutilantes figuras del deporte en mente, vuelvo a sintonizar con Mauricio, cliente que ya no aguanta más el encierro y la falta de trote.

“Mira Sebastián, cuando me preguntaste, años atrás, cuando fue la última vez que había hecho algo valiente, sentí como que me hubieras pegado una patada en la guata. Quedé sin aire, sin ideas y a lo único que atiné fue a levantarme e irme. Estaba furioso, pero no era una furia que viniera de adentro hacia afuera, sino que sentí que era una ira que me envolvía. Apenas llegué a mi casa la Flaca cachó que era mejor no preguntarme qué había pasado. No hablé en días y en la oficina me hundí -totalmente perdido- en la silla de mi escritorio. Fueron días de rabia y de pensamientos asesinos y fue ahí que sentí la necesidad de hacer algo y me puse a correr. Y era tanta la bronca, que me daban lo mismo los dolores, la guata y la falta de aire. Al principio corría después de la pega, pero cuando renuncié para pensar qué mierda hacer con mi vida, me puse a correr en las mañanas. Era difícil arrancar, pero prefería el frío y la oscuridad de la calle a tener que lidiar con el caos de la casa en las mañanas. Me angustiaban las colaciones, los uniformes, las demoras, los llantos, las leches, así que un día me iluminé y salí a correr antes de que los demás se levantaran. Las primeras veces pensé que la Flaca me iba a mandar a la mierda, pero de a poco caché que ella también me prefería fuera, pues claramente estresaba a todos. En fin, no sé cuánto tiempo habrá pasado, pero en cuestión de días ya estaba corriendo todas las mañanas, todas las noches y una buena parte de los fines de semana. Y de repente me llamaron de una pega. Nunca había trabajado en el mundo privado y a diferencia de lo que me pasaba en el público, aquí les gustaba mi forma de ser. Fue inmediato y partí, sin saber nada, gerenciando nuevos negocios en una constructora y lidiando con muchas personas de la noche a la mañana. Y me fue bien desde el día uno. Me puse contento, la Flaca también y mis hijos estaban más tranquilos. Fue ahí cuando hice el clic y vine a verte por segunda vez. Quería contarte que después de odiarte ya no quería devolverte la patada en la guata, sino agradecerte. Claramente me fue imposible darte las gracias, seguía picado, pero al menos quise que supieras que estaba haciendo cambios y que me estaba yendo bien.

¿Y para ti era importante que yo supiera que te estaba yendo bien?

Mira weon… perdona… mira Sebastián… soy un weón enfermo de competitivo y llevaba años sin ganar. Y como no le podía ganar a nadie, me encargaba de que nadie me ganara. O al menos, no tan fácilmente. Miro hacia atrás y me doy cuenta que le hice la vida imposible a mucha gente de la pega, que la verdad, me importa una raja. Estaba amargado, estaba mal y sentí que me pegaste la patada final. En ese momento pensé, qué se cree este flaco de la recon&%$#”, pero eso mismo me hizo atinar y volví en mí. Volví a correr, volví a competir y después de unos meses me metí a un grupo de running y empecé con el cuento de las maratones. Santiago, Viña, Buenos Aires. Pese a mis años, me sentí una máquina y en la pega estaba a mis anchas. Ya no tenía que estar terneado, ni mamarme todas las pelotudeces y los protocolos del mundo público. Y me picaron las patas como dicen los nadadores, quería seguir corriendo, triunfar y ya no eran solo las maratones, sino que quería ganar en todo y a todos. La Flaca y mis hijos me empezaron acompañar a las carreras, empezamos a viajar como familia y en la pega me dieron facilidades para empezar a correr los majors. Me armé un grupo de amigos, puros weones y weonas como yo, cagados de la cabeza, locos por correr, por ganar. Hasta dejé de chupar y de comer como bestia y me empecé a cuidar. Antes estas cosas me parecían puras tonteras, pero me di cuenta que haciéndole caso al entrenador y al nutricionista me sentía mejor. Y seguí e iba la raja, hasta que el año pasado con el estallido social las cosas empezaron a cambiar en la pega. Estos weones se apanicaron y como consecuencia tuve que cancelar un par de carreras y unos viajes. Fue frustrante, pero en las noches me desquitaba y botaba la bronca corriendo. Y en el verano, tampoco hubo carrera, no hubo viaje al sur y seguí acumulando y acumulando, hasta que con esta webada del bicho de mierda colapsé.

¿Qué pasó?

La Flaca, aleonada por mi vieja, se puso brígida desde el principio y me empezó a webear desde el día uno con que no podía salir a correr, que me tenía que cuidar, que ya estaba bien pasado los 40 y bla bla bla. Fueron discusiones acaloradas y la webada que me cagó, fue cuando mi vieja, por zoom y con la Flaca conectada, me preguntó si le quería hacer a mi señora lo mismo que mi viejo le había hecho a ella: ¿La quieres dejar sola? Al menos tu papá esperó a que todos estuvieran en la universidad para morirse. ¿Tú quieres hacer lo mismo con niños chicos? Partí el teléfono en mil pedazos. Me vieron mis hijos y caché que me tenía que controlar. La Flaca se puso como loca y mi vieja en vez de desconectarse, seguía ahí en cámara. Bueno, la cosa es que nunca más salí a correr y yo no soy perro de interior. Y siento que de acá en adelante todo pasó muy rápido, volví a comer carne como condenado, quesos, frituras, cerveza, vino y de ahí ya no sé en qué minuto pasé a los destilados. Como los senadores, me puse a trabajar y tomar, y cuando la Flaca me cachó, me dijo que así siempre se imaginó a mi viejo. Trabajando, comiendo y chupando. Aquí, esta vez sin darme cuenta, hice cagar mi computador. Se me cayó de la rabia y aunque no lo quise hacer, el efecto fue el mismo que con el teléfono. La flaca se volvió loca y empezó a gritarme todo lo que se había guardado por años. Daba lo mismo que mis hijos escucharan o que en los últimos años yo hubiese cambiado. Era como si de un instante a otro, volviera a ser esa vaca que fui, ese weón bueno pa’l copete, pa’l asado y los excesos. Me debe haber gritado por horas y los niños aterrados escuchaban y cuando le pedía que parara, era peor. Durante días quedamos todos mudos, después volvimos a una seudo normalidad, pero la Flaca estaba cero arrepentida y ahora, a la más mínima, me dice las peores webadas, lo que no sé por qué, me hizo volver a mi infancia, a las peleas de mis viejos y sobretodo, a mi vieja, que a punto de chala, zapato o zapatilla o, en realidad, de lo que tuviera a mano, me hacía estudiar o levantarme para entrenar. Parece mentira la webada, pero yo pensaba que el tema de mi vieja ya estaba enterrado, superado, pero con esto de los zoom, ahora la veo más que antes. Ella sigue en Valdivia y ahora se conecta con la Flaca prácticamente todos los días y mis hijos la ven como una abuelita de cuento.

¿Y a ti que te pasa por dentro?

Puta, la verdad, preferiría salir a correr que responderte. Siento demasiada rabia y aunque sé que es una locura, aún le echo la culpa a mi vieja de que mi viejo se haya muerto tan joven. De pendejo, cuando me curaba, decía que lo había matado. Después me sentía pésimo cuando me recordaban lo que había dicho, pero cuando conocí a la Flaca pensé que había dejado Valdivia y toda esa mierda atrás. Pero no, dejé de correr, me quedé quieto y siento que de repente la mierda me sube hasta las orejas.

La coprolalia de Mauricio, sesión a sesión, iba en aumento, pero alcanzaba el cénit de las heces cuando hablaba de su madre. No dije nada, simplemente lo anoté y agradecí salir sano y limpio de una sesión más. Aliviado, suspiré apenas apagué la cámara, pero en cuestión de minutos me vi pensando en Mauricio y en tantos corredores y corredoras, que no han podido salir en meses y que no van a salir en algunos meses más.

En busca de oxígeno, abro La Felicidad de correr y leo el siguiente párrafo:

“...para un deportista amateur el arte es equilibrar todos los aspectos de la vida, la relación con los amigos, con la familia, con el trabajo: en esto no es solo uno. Es verdad que es un deporte que se corre solo, pero requiere de mucha comprensión familiar y del entorno, de mucha conversación. Es fundamental hacerlo porque son muchas las situaciones que hay que compatibilizar. Muchas veces, tienes que ceder”.

Es cierto, Mauricio y muchas y muchos deportistas amateur han tenido que ceder y pienso en la primera maratón de Nueva York de Gonzalo Zapata, maratón que pese a su historia y tradición, se canceló por primera vez en su historia estando él allá. La frustración descrita es enorme. Llevaba un año preparando su primer major y no pudo ser y es por eso, tal como lo indica en uno de sus capítulos, que el poder mental es clave para lidiar con la realidad de un corredor.

Continuará

Lea aquí la primera parte de esta columna

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