Una ciudad en movimiento: El circo tradicional en Chile y su huella en la memoria urbana

PASTELITO-7249623.jpg

El haber nacido en una sociedad sedentaria marca de un modo definitorio el concepto de habitar: se aspira a tener una, si no dos casas, vivir en un barrio, tener una identidad con el vecindario, levantar construcciones permanentes, especialmente aquellas ligadas al poder y el credo, mantener monumentos y declarar como patrimonio todo aquello sólido que tiene un poder evocativo de un pasado con raigambre territorial. Lo permanente, lo duradero, lo que sobrevive al paso del tiempo es a lo que se aspira y lo que se valora. La ciudad, en este sentido, es asiento de una arquitectura rígida que se constituye en parte de su topografía.

El circo, en el contexto de la topografía urbana, es fugaz, transitorio. Pertenece a ese tipo de fenómenos que encantan por su instantaneidad pero cuya presencia se desvanece en cuanto desmontada la carpa. Sin embargo, esa cápsula de emociones intensas, de alegría y suspensa, traza su recorrido en la memoria colectivo. Se nos viene septiembre, se nos viene el circo. General Velásquez, a la avenida Francia en Valdivia, o junto a los bomberos en Panimávida. Y se viene en septiembre, noviembre u octubre según sea el caso. Está en el recuerdo infantil y en la conciencia colectiva que sabe el cuando y sobre todo el donde van emerger las coloridas carpas, precedidas de camiones y altoparlantes. “Llegó el circo”, anuncian, y los carteles anuncian sus funciones “en esta ciudad”.

Circo

De aquí deviene una de las paradojas que el circo plantea a la ciudadanía: es un bello recuerdo de infancia de una actividad de la que prácticamente no se tiene conocimiento. Sin embargo, las carpas levantadas tanto en los estacionamientos de los malls, en sitios eriazos, y para los más modestos, que no tienen carpa, en gimnasios municipales, a lo largo y ancho del país, hablan de una historia diferente cuya fugacidad encanta y, luego, se disipa. Para conocer el circo hay que ser nómade o trashumante o, de lo contrario, despojarse de los prejuicios que esta sociedad sedentaria ha impuesto a sus habitantes.

El despojarse de los prejuicios es autorizarse a contemplar el despliegue de uno de los patrimonios de cultura inmaterial de la mayor complejidad imaginable. El hacerlo significa descubrir el valor de las arquitecturas flexibles y de las artes fugaces. Es adentrarse en la huella que en la memoria deja esta forma de patrimonio móvil, huella que es más profunda, más evocativa y más afectiva que cualquiera de los monumentos que pueblan una ciudad. Preguntar a un ciudadano o ciudadana acerca de tal o cual hito patrimonial urbano se traduce, la más de las veces, en indiferencia o ignorancia. Preguntar por un circo, en cambio, es dibujar una sonrisa en la persona a quien se ha consultado.

¿Cuáles son algunos de los trazos de esta pintura móvil que anuncia la proximidad del verano y el tiempo de recreación? Sin duda que la carpa sobresale como el símbolo mayor no solo porque su presencia anuncia la llegada del circo sino porque en torno suyo se organiza un vecindario móvil, formado por las casetas, los motor homes que sirven de domicilio a la comunidad circense. La carpa tiene la virtud de ser parte de la arquitectura flexible que permite su montaje y desmontaje y, como todo en la actividad circense, como el payaso serio y el chistoso, como la risa y el suspenso, cuenta con tensores para integrar fuerzas opuestas y, por esa vía, albergar al público que se reúne en su interior.

El circo enseña algo que ha sido difícil asimilar por las sociedades sedentarias: el reacomodo patrimonial a los tiempos siempre cambiantes. El circo ofrece algunas lecciones acerca de como habitar el futuro y otras tantas acerca de como recordar el pasado y de como hacer ciudadelas trashumantes.

Para un circo nada es certero sino hasta que se da por iniciada la función y ni siquiera ahí porque la vida en el trapecio o en el alambre es de incertidumbre. La lección es la misma que por varios miles de años han dado los pueblos recolectores. Andar con lo puesto – aunque lo puesto sean hasta cuatro camiones con tráiler, varias casas rodantes, camionetas y las personas y animales que forman parte de la ciudadela. Lo puesto significar desplegar las múltiples habilidades que permiten orquestar la vida cotidiana en el desplazamiento continuo entre ciudades y plazas donde se anuncia la función. El circo va donde el zapato de payaso arrojado al cielo se lo indique. O donde la intuición de su dueña lo sugiera. La movilidad no responde a los itinerarios de los vuelos o de los despachos y fletes. El circo no itinera porque es trashumante, como la propia palabra lo sugiere: trasladarse de suelo.

El pasado, en el circo, se recrea a través de la integración de la vida y el arte y del arte y el oficio. No hay talento que sea despojado de su valor. Nadie es especial en el circo y el trabajo de lo cotidiano no se discierne del de la pista. Arte y oficio, como lo ha sabido una buena parte de la humanidad, son los rostros de una humanidad como la que se expresa en el cara del payaso, o en los cuerpos contrastantes de acróbatas y clowns. Las distinciones como ocio y negocio son propias de una sociedad moderna pero no lo fueron en el pasado y probablemente dejarán de serlo en el futuro. Y el circo, institución más que centenaria, ha sobrevivido a su tiempo contando para ello con habitantes artistas que al mismo tiempo cortan boletos.

Pero hay algo más en el circo y es la plasticidad de su patrimonio: lo que lo define es su mutación, su cambio permanente. Los nombres de los circos, los colores de las carpas, la publicidad, los números que se presentan en la pista, son criaturas de sus épocas. Recogen las expresiones populares y de masas y no tardan en asimilarlas a sus rutinas, que, en realidad, no son rutinas. Son improvisaciones, instalaciones artísticas a su modo premonitorias. El patrimonio circense es metabólico: va procesando el cotidiano para perpetuarlo en la memoria y no en el monumento. Es de aquellos tesoros que la Unesco invita a cuidar y proteger, pues se transmiten a través de una trama de relaciones entre generaciones y a lo largo de líneas familiares.

En su tránsito por las ciudades y, sobre todo, por los pueblos y villorrios, el circo expande el horizonte de la cultura, forjando en sus audiencias una sensibilidad por la expresión creativa a la que antes no han tenido acceso. El circo llega a poblados donde no se ha visto un teatro o un cine, donde suele no haber conectividad, donde la cultura de las ciudades nunca estuvo. El circo es la avanzada del arte, es el primer paso del mundo escénico en un mundo que a la creación artística no les familiar.

El espectáculo se construye a partir de la relación que el circo tiene con su público. La palabra misma se entronca con su corazón que es la pista circular donde no están las certezas que provee la arquitectura de un teatro, por ejemplo. El despliegue de los talentos – la magia, el baile, los malabares – se hace con el doble fin de atraer la atención del público al tiempo que distraerle de otras acciones que están ocurriendo en el mismo lugar para el montaje del número que sigue. Los reflectores y la música son los ingredientes necesarios para sostener la ilusión como es la narración del maestro de ceremonias que narra al público lo que el público está viendo.

La marca del circo en la ciudad es cíclica: a su paso instala la posibilidad del reencuentro. Es el equivalente cultural de la presencia de las golondrinas y los colibrís, especies cuya ausencia invoca pasadas y futuras presencias. No en vano el circo más antiguo vigente en el país y el único que ha conservado su nombre de origen sea el Circo Alondra, de la Araucanía, nacido en 1935. Las alondras, habrá que recordar aquí son, con algunas excepciones, migratorias, y son veneradas por su canto, como los circos lo son por su espectáculo. Y “el respetable” se merece lo mejor: el esmero de artistas por el cuidado de su cuerpo por el diseño de su vestuario, por el maquillaje, por los brillos, son los medios de que se dispone para “que los niños de todas las edades” no olviden su paso por el circo.

Las alondras, sin embargo, están amenazadas por que les han privado de sus espacios vitales y algo similar está ocurriendo con los circos. Cada vez son menos los espacios disponibles para el desarrollo de su espectáculo y cada vez son mayores las restricciones que las normativas urbanas les imponen. Los circos anidan en suelos urbanos. Y los suelos urbanos (y también rurales) se hacen cada vez más rígidos, menos dispuestos a acoger la peregrinación de esta arquitectura fugaz. A la mirada sedentaria incomoda el movimiento: todo se quisiera clasificado, categorizado. “Un lugar para cada cosa y cada cosa…” Sin embargo, los segmentos de humanidad que mejor abrigo han encontrado en el planeta son aquellas móviles que no busca atrapar el mundo para sí sino que entregarse al mundo para el goce de los demás.

Los circos plantean una pregunta general acerca del patrimonio: ¿Cómo se ha de valorar la fugacidad cíclica de un tesoro patrimonial? La biología de la conservación nos aporta algunas pistas: a las aves y animales migratorios se les intenta crear corredores ecológicos, los que se complementan con paisajes de conservación, lugares protegido para el desarrollo de especies nativas. De manera análoga hay que acomodar a los circos en su paso por la ciudad. Hay países que lo tienen establecido – Finlandia, una vez más, es el ejemplo. Y también ha habido comunas, como Los Andes, que ha reservado espacios públicos para los circos.

En tanto patrimonio móvil, singular a nivel mundial, el circo tradicional en Chile merece ser querido. En él hay que reconocer, valorar y atesorar la riqueza artística que acuna. El circo ha sido una entidad autónoma, autofinanciada y auto gestionada. Su comunidad no busca beneficios especiales para el futuro. Solo necesita que la ciudad se flexibilice para acoger sus lecciones para habitar ese futuro en tiempos de incertidumbre. Y un buen punto de partida es incorporarla al inventario del patrimonio cultural inmaterial del país.

* Universidad Alberto Hurtado

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.