América Latina, dolores de parto

Las cuentas fiscales no solo son, como queda implícito en la primera conclusión, una herencia muy amarga: son también un obstáculo bastante gordo en el camino de la confianza que todos los nuevos gobernantes estaban convencidos de poder despertar rápidamente en los capitales internos y externos.



En los últimos días he tenido oportunidad de tomar contacto con los presidentes y ministros de algunos países de la región y quisiera compartir con los lectores mis conclusiones principales.

1-. La herencia recibida es mucho peor de lo que esperaban los gobiernos de centroderecha que han sucedido a los populismos de izquierda. No solo eso: la paciencia popular es bastante más corta de la que los gobiernos entrantes creían y la capacidad de agitación de la izquierda carnívora, mucho mayor de la que esperaban (porque suponían que el descrédito del populismo tendría a los populistas intimidados, marginados o a la defensiva).

El caso colombiano (allí el nuevo gobernante no reemplazó a un populista carnívoro, pero sí derrotó a uno en la segunda vuelta), es emblemático. Los estudiantes universitarios, a partir de un reclamo comprensible, pero que nunca habían hecho en grado semejante a gobiernos anteriores, le han declarado una guerra sin cuartel a Iván Duque. No importa que la nuez de la protesta no tenga nada que ver con el nuevo gobierno y sí con un déficit acumulado de 15 billones de pesos por lo menos desde 1992. Tampoco importa que en el nuevo presupuesto se le asigne a la educación casi nueve billones de pesos más que al sector de la defensa, o que Duque y su ministra hayan aumentado en un billón la asignación a los estudiantes (aunque el grueso del presupuesto va a las escuelas y no a las universidades, es a estas últimas, foco del reclamo, a las que se ha otorgado un dinero adicional importante, a pesar de la enorme brecha fiscal heredada). Gustavo Petro y otros sectores de la izquierda creen haber olido sangre y, encaramados en el sentimiento estudiantil, están tratando de hacerle el país ingobernable a quien no tiene la menor responsabilidad en el estado actual de la educación superior, bastante deteriorada, en efecto, en los últimos años.

2-. Argentina es vista con una mezcla de expectativa, trepidación y urgencia que dice mucho sobre la importancia que dan todos los gobiernos no populistas a lo que está sucediendo con Mauricio Macri. Se cree que es una necesidad imperiosa que Macri logre la reelección el año que viene. Su victoria, creen sus colegas, fue el hecho central en la pugna entre populistas y no populistas en años recientes. Como Jair Bolsonaro es todavía una incógnita algo angustiosa, Argentina es el país del que se esperaba el liderazgo determinante en Sudamérica en esta nueva etapa (semi)liberal. En la medida en que, para evitar traumas excesivos, Macri optó por el gradualismo, un eventual fracaso daría el beso de la vida a la izquierda populista y dejaría a los vecinos con herencias envenenadas ante la obligación de optar por reformas dolorosas de shock para evitar convertirse en un espejo el fracaso gradualista. Esto, se cree, implicaría el riesgo de potenciar todavía más al populismo opositor.

3-. Las cuentas fiscales no solo son, como queda implícito en la primera conclusión, una herencia muy amarga: son también un obstáculo bastante gordo en el camino de la confianza que todos los nuevos gobernantes estaban convencidos de poder despertar rápidamente en los capitales internos y externos. Argentina tenía hasta hace muy poco un déficit fiscal consolidado equivalente a un 7% del PIB. Está bajando poco a poco (el gobierno apunta a bajar a cero el déficit primario de la administración federal para 2019), pero dado todo lo sucedido, incluida una devaluación de casi 100% el último año, se calcula que el déficit financiero aumentará un 50%.

En Ecuador, se arrastra un déficit desde hace 10 años y este año el gasto en el pago de intereses de la deuda ha subido 42%. En Brasil, lo que le espera a Bolsonaro es así de chocante: la brecha aumentó 77% este año y el pago de intereses equivalió a 6,2% del PIB. En Colombia, el desnivel sería de 25 billones de pesos si no fuera porque el gobierno ha reducido partidas, pero aun así hay un agujero de 14 billones que explica por qué las polémicas medidas tributarias monopolizan hoy, junto con el asunto estudiantil, la atención de los ciudadanos. La factura populista ya no es el problema de los gobiernos que salieron, sino de los que entraron o están a punto de entrar, y en todos los casos implica abocarse a prioridades indigestas. Los capitales están mucho más reticentes de lo que se creía; una parte de la razón es la herencia financiera y el temor a la inviabilidad política de la solución.

4-. Ecuador, que ha estado manteniendo una equidistancia ideológica entre el populismo carnívoro y la nueva ola de centroderecha, empieza a decantarse en algunos asuntos de política exterior por la segunda, quizá no tanto por convicción como por temor a que pueda resurgir el adversario y por la necesidad de encontrar puntos de apoyo y de referencia, lo que es más apetecible que actuar en soledad. Lenín Moreno está enfrentado a capa y espada a Rafael Correa, quien está en Bélgica tratando de tramitar un asilo político pero maneja a la mitad de los parlamentarios de Alianza País, tiene un alto 30% de aceptación y no pierde ocasión de tratar de moverle el piso a su sucesor. Correa veía en Moreno a un fiel servidor suyo, pero su sucesor, nada más asumir el poder, se propuso "descorreizar" el gobierno, lo cual no implica que haya renunciado a todo lo anterior, pues ha preservado algunos colaboradores y normas del pasado.

Como ya se podía intuir en la campaña electoral, Moreno y los socialcristianos de Guayaquil liderados por el exalcalde Jaime Nebot tienen una tácita "entente", dictada por la necesidad de Moreno de contar con soportes parlamentarios en la medida en que una mitad de los legisladores de su partido son leales a Correa, y de escudarse contra las críticas de Guillermo Lasso, el líder liberal que estuvo a punto de ganar las elecciones (denunció un fraude) y se mantiene hoy en una posición altamente expectante de cara a los próximos comicios. Nebot, celoso del arraigo de Lasso en el espacio de centroderecha, ha encontrado en esta "entente" un parapeto temporal. Pero la necesidad de reformas gubernamentales audaces no permite suponer que este esquema siga funcionando en el futuro. Quizá porque intuye algo de esto, Moreno está desplazándose (lentamente) hacia una posición algo más definida frente a dictaduras supérstites en la región como las de Nicolás Maduro y Daniel Ortega.

5-. La construcción de mayorías parlamentarias es un asunto más complicado de lo que fue en el pasado para los gobiernos de derecha o centroderecha (por ejemplo, en comparación con los años 90). Macri depende, para la aprobación de proyectos importantes, del peronismo "light" (si tal cosa existe), o por lo menos del peronismo no kirchnerista, muy sensible a la opinión de los gobernadores de ciertas provincias. En el caso de Iván Duque, su partido, el Centro Democrático, está dividido por ahora entre quienes quieren seguir una línea de colaboración estrecha con el gobierno y quienes mantienen una distancia crítica en asuntos clave. Estos últimos son percibidos como uribistas acérrimos y el propio exmandatario no esconde mucho su propia posición crítica frente a temas como la reforma financiera y tributaria planteada por el gobierno (específicamente, en lo que respecta a la propuesta de extender el IVA a los productos de la canasta familiar que están exentos, aunque reduciendo la tasa y compensando a los más pobres).

Los partidos que fueron en su día cercanos a Juan Manuel Santos, como el de la "U" o el Liberal, apoyan a medias a Duque en el Congreso, mientras que las tres versiones de la izquierda (la de Petro, la del Polo Democrático y la de los Verdes, enfrentadas entre sí) hacen una oposición pura y dura. Esto implica que Duque debe distraer una energía y capacidad política mucho mayor de la que se pensaba a la construcción de mayorías. No facilita su tarea el que haya puesto fin a la práctica, conocida allí como "mermelada", de comprar votos con puestos públicos.

En Ecuador, según menciono en mi conclusión anterior, ya vemos lo que la necesidad de construir mayorías ha producido.

La dura realidad de modificar o gerenciar la herencia recibida construyendo mayorías donde no las hay es hoy una realidad general en la región, como lo demuestra también el caso de Sebastián Piñera en Chile (o el propio Martín Vizcarra en el Perú, aunque allí hay peculiaridades que hacen de él un caso diferenciado).

6-. Es interesante la incertidumbre que reina en los gobiernos latinoamericanos respecto del Brasil y la administración que muy pronto tomará las riendas. Tratándose del país más determinante de la región (como lo demostró el papel clave de Lula da Silva en América Latina), es un dato importante en sí mismo el hecho de que varios de los gobiernos vecinos no sepan si Bolsonaro será un populista de derecha que les traerá problemas en temas como el comercio o la integración, o si se sumará a la tendencia democrática de centroderecha que marca hoy la pauta sudamericana. Tampoco tienen claro si la política exterior será aislacionista o participativa. No ignoran que será un adversario de la izquierda carnívora, pero no se hacen una idea cabal de si querrá ser un líder regional o se atrincherará en su inmenso Brasil.

Es curioso que, por lo anterior, haya tanta atención puesta, por parte de los gobiernos vecinos, en los dos "superministros" que ha anunciado Bolsonaro: Paulo Guedes, el "Chicago Boy" que pretende desapolillar la muy estatista economía brasileña, y Sergio Moro, el hombre que llevó a la cárcel a muchos empresarios y políticos brasileños, entre ellos al propio expresidente Lula da Silva. No es usual que en la región se ponga tanta expectativa en lo que puedan hacer los ministros de un gobernante entrante. El asunto no es, desde luego, anecdótico. Las consecuencias de un Brasil exitoso serán rápidamente sentidas en la región (y antes que nadie por Argentina), como lo serán en el caso contrario.

7-. No asoma un líder de todos ellos todavía. Lo era, hasta que estalló la crisis, Mauricio Macri. Le tocaría, de forma casi natural, al brasileño, pero los antecedentes de Bolsonaro no permiten a sus colegas del vecindario darle ese rol sin constatar, antes, cuál es su derrotero. Piñera tiene un cierto "seniority" sobre los otros, pero Chile siempre ha exhibido, por tratarse de un país y una economía de tamaño mediano, mayor capacidad para predicar con el ejemplo que para acaudillar a sus vecinos. Duque es muy joven y aún no ha avanzado lo suficiente su mandato como para gozar de credenciales de líder regional definitivas, pero si supera el reto financiero y estudiantil, las puede conseguir. Por lo pronto su iniciativa de demandar a Nicolás Maduro ante la Corte Penal Internacional ha tenido acogida regional.

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