Revista Que Pasa

De Transilvania a Copiapó

Son cerca de sesenta ingenieros y geólogos que llegaron a Chile a trabajar en la minería, en medio de la escasez de mano de obra calificada local. La historia de la colonia de mineros rumanos encuentra sus raíces en los años de la UP, y hoy la pequeña ola migratoria está lejos de terminar. <br>

En Tierra Amarilla deambulan rumanos. Los lugareños lo notan, y lo comentan: que son decenas, que llevan muchos años, que los trajo Allende y que tras el golpe jamás se fueron. Que son nada menos que de Transilvania, un lugar más famoso por el Conde Drácula que por sus especialistas en la minería. Se dicen muchas cosas en este poblado al sureste de Copiapó, donde la camanchaca se disipa para mostrar la aridez del desierto. A pocos kilómetros del pueblo, pero  530 metros bajo tierra, algunos de esos rumanos caminan por los túneles de la Mina Carola. Provistos de cascos, luces y picotas, palpan las rocas, en un trabajo casi a ciegas. La humedad y los más de 30 grados en el ambiente hacen imposible permanecer ahí abajo por mucho tiempo. Al menos para el foráneo la tarea se hace compleja.

Uno de ellos es Nicolae Pop (64). Llegó a Chile en la primavera de 1990, tras el colapso del régimen comunista en su país. Desde la capital chilena tomó un bus a Copiapó. En casa había dejado a su familia, en Baia Mare, al norte de Transilvania, y un futuro como gerente general del Ministerio de Minería. Quería probar suerte en Occidente. Él fue uno de los primeros rumanos en poblar Copiapó. Uno tras otro, fueron habitando la zona. Sesenta, de un total de 250 rumanos que viven en todo Chile. Cuatro más vienen en camino; sólo les falta tramitar su visa de trabajo. Con el actual precio del cobre, otros más podrían probar suerte en alguna de las minas del área. Si se agrega que en Chile falta mano de obra calificada, y a los rumanos les sobra, la inmigración eslava seguirá fluyendo.

A los 43 años y sin hablar español, Pop se instaló en un departamento en el centro de Copiapó. Al día siguiente ya estaba en los cerros, explorando las pertenencias mineras de Jonás Gómez, hoy dueño de Mina Carola. Le extrañó que un privado tuviera en sus manos la posibilidad de desarrollar la minería.

Un futuro en el desierto

El origen de la historia se remonta a 1970, con la llegada de Allende al poder y el fortalecimiento de las relaciones con el régimen rumano. En esa época se firmó un pacto de cooperación minera y se creó una sociedad mitad chilena, en manos de la Enami, y mitad rumana. Fue ésa la ventana para que un par de ingenieros de esa nacionalidad llegaran al país con la misión de analizar el potencial de la Región de Atacama.

No celebran con comidas típicas, sino con asados a la chilena. Ellos, todos los transilvanos, adoptaron rápidamente las costumbres locales. El pisco sour, dicen, es su segunda bebida favorita.

A fines de los 80, en la ola de privatizaciones, Enami vendió su 50% a Gómez. Se requería de más personal y fue así que llegó Pop al desierto.

Estuvo tres meses, hasta que su familia lo siguió. Juntos vivieron diez años, pero luego ellos regresaron a Baia Mare. Hoy él es gerente de Geología de Carola y director de ésta. Acá  construyó una vida, y se convertiría más tarde en el gestor de la llegada de los 60 rumanos a Copiapó. Nicolae Pop, de cabeza totalmente blanca y cejas arqueadas, se transformaría así en  el padrino de la gran familia rumana que habita en el Norte. La colonia más atomizada que los europeos tienen en Sudamérica.

El reclutamiento fue simple. Se necesitaba echar a andar la mina y Pop recomendó a un amigo. Luego a otro, y éstos a otros. Todos visados por él. Todos ingenieros y geólogos.

El primero en responder al llamado fue Constantin Isache (65), su amigo y ex compañero de universidad en Bucarest, a quien Pop contactó en 1992, cuando la naciente Mina Carola necesitaba más técnicos.

También de Transilvania, Isache llegó a Santiago y viajó de la capital a Copiapó en una camioneta, y recuerda que al llegar al límite sur de la Región de Atacama se emocionó. Había leído que era el desierto más seco del mundo, pero nunca pensó estar ahí.

Al igual que su colega y amigo, llegó solo, pero al poco tiempo su familia lo siguió. En el 95 inscribió a su hijo en el octavo básico del Liceo Católico Atacama, donde todos los rumanos han matriculado a sus hijos. También como la familia de Pop, y las de todos los eslavos, luego de un tiempo emigraron. Es lo que suele suceder cuando los hijos terminan el colegio. Isache se quedó en Chile, en el desierto, con sus compatriotas.

Visa para un sueño

Tras la caída de la cortina de hierro, la integración entre el Este y el Oeste hizo insostenible la minería en Rumania. A fines de los 90, se terminaron los subsidios que creó el gobierno de Ceausescu y muchos mineros quedaron cesantes.

Uno de ellos fue Stefan Gonczi (50), quien se empleó como chofer de radiotaxis de manera provisoria y así pavimentó su llegada a Chile: en diciembre del 2001, en las afueras del aeropuerto de Budapest, en Hungría, Nicolae Pop contrató sus servicios como chofer para viajar a Baia Mare. Ocho horas después, Gonczi estaba convencido de que el sueño americano estaba en Chile. Cuatro meses más tarde, ya vivía en Copiapó.

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