Actualidad: El testimonio de los huesos
Los cadáveres de figuras públicas no siempre han podido descansar en paz. Antes se les concebía como reliquias y hoy se han transformado en piezas de investigación que pueden reescribir la historia. Es la lógica de la exhumación de Allende.
Cuerpos exhumados, muertos que resucitan noticiosamente o que penan en la conciencia pública como fantasmas convocados por los medios y los tribunales. La vida de ultratumba de las víctimas de la violencia política suele deparar sorpresas. Basta pensar en los vuelcos de la investigación sobre la muerte de Frei Montalva. Ahora resulta que se avecina una nueva exhumación de los restos de Allende, prevista para el 23 de mayo, en medio de una amplia investigación sobre violaciones a los derechos humanos. La sospecha de que no se suicidó, de que fue asesinado, fuerte en un comienzo pero luego debilitada con el paso del tiempo, nunca ha sido totalmente disipada.
Los cadáveres de nuestras grandes figuras públicas no siempre han podido descansar en paz o íntegramente a la espera de la resurrección o la descomposición. Menos aún cuando han muerto como resultado del torbellino de las discordias políticas. Portales fue acribillado por soldados insurrectos y rematado a bayonetazos en el suelo. Encarnaba, para sus detractores, la bestia del autoritarismo. Los conservadores, en cambio, lo erigieron en el genio tutelar del orden público y de la solidez institucional de la República. El primer acto de exaltación consistió en un funeral ceremonioso, de desagravio, y en la preservación de su corazón, en una urna sellada, como la reliquia de un mártir del credo oficial del Estado.
Cuento esto porque tal vez marca una tónica del siglo XIX al momento de aproximarse a los cadáveres de los hombres públicos. Era otro el significado de sus restos, y otra la manera de abordarlos. A veces se les concebía como reliquias en sentido casi religioso, como alimento de un culto patriótico a la vez simbólico y material. En procura de los huesos de una figura ilustre se podía llegar a la profanación de una tumba, aduciendo como pretexto los intereses de la nación.
Hoy la relación con los cadáveres suele ser distinta. En vez de reliquias con reminiscencias religiosas, se los trata como documentos, testigos, fuentes, material de archivo. Pienso en los cadáveres de las víctimas de la violencia política y, en particular, del terrorismo de Estado emprendido por la última tanda dictatorial en América Latina. Ahora los huesos, una tibia, unos dientes, un cráneo con perforaciones, una costilla astillada o una mandíbula fracturada hablan, ofrecen pistas para narrar la historia de los finales de espanto que cancelaron el curso de miles de vidas a manos de los aparatos de seguridad. Son los restos óseos documentos en sentido a la vez historiográfico y judicial: aportan al lento proceso de dilucidación de la verdad y de la justicia.
La exhumación del cadáver de Allende se inscribe en esta lógica pericial. Se removerán sus huesos para despejar dudas. Lo más probable es que se confirme la idea del suicidio, avalada por testigos de peso presentes en La Moneda ese 11 de septiembre de 1973. O tal vez no. Si Allende fue asesinado, tal como han sostenido varias personas cuyos testimonios hoy carecen de crédito, puede que su estatura póstuma se vea disminuida. El registro desprendido del análisis de un cráneo destrozado modificará nuestra apreciación histórica.
Hasta ahora, Allende ha acompañado a Balmaceda como el otro gran ejemplo de "suicidio altruista" de nuestra historia. Dos hombres que piensan en los efectos de su último acto sobre las futuras generaciones, y no sólo en Chile. Dos hombres que enfrentan la muerte con sentido trágico, y en pro de una causa que los trasciende, en parte, gracias a sus finales ejemplares. Dos hombres que abordan su suicidio como un sacrificio destinado a aplacar la sed de venganza de sus enemigos, y que le imprimen a ese final la calidad de una representación pública, aunque éste haya sido celebrado en privado, estando más solos que nunca. La verdad, si la verdad es otra, despojará a Allende del aura heroica de ese suicidio estoico.
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