Los casos de las mujeres africanas que han sido llevadas a Tartaristán para fabricar drones para Rusia
Una mujer relató a la BBC cómo fue su experiencia en el programa Yelábuga Start, que promete oportunidades laborales en el territorio ruso. Se presume que más de 1.000 mujeres han sido reclutadas desde distintos países de África para trabajar en las fábricas de armas en Yelábuga.
Fue en 2023 cuando Adau, una joven de Sudán del Sur quien hoy tiene 23 años, escuchó hablar por primera vez sobre un programa que ofrecía oportunidades laborales para mujeres de entre 18 y 22 años.
En aquel momento, ella estaba dentro del rango de edad para inscribirse.
Los organizadores prometían la posibilidad de ir a trabajar a la Zona Económica Especial de Yelábuga, en la República de Tartaristán, Rusia, y obtener capacitación profesional en áreas que incluían desde logística hasta servicio de comidas y hotelería.
La mayoría de las mujeres que participaban eran de África. Sin embargo, también había de Latinoamérica y el sureste asiático.
Adau, quien compartió su relato con la BBC bajo la condición de no revelar su apellido ni su rostro, contó: “Mi amiga publicó un mensaje en su sitio de Facebook sobre una beca en Rusia. El anuncio venía del Ministerio de Educación Superior de Sudán del Sur”.
La propuesta despertó su interés, por lo que se comunicó con los organizadores del programa a través de WhatsApp.
“Me pidieron que llenara un formulario con mi nombre, edad y por qué quería ingresar en Yelábuga. Luego también me pidieron que escogiera tres áreas en las que quisiera trabajar”.
Su primera opción fue ser operadora de grúa torre, ya que según afirmó, siempre le había interesado la tecnología. Dijo que en una oportunidad incluso viajó al extranjero para participar en una competencia de robótica.
En sus palabras, “quería trabajar en áreas que normalmente no hacen las mujeres”.
“Es muy difícil para una mujer encontrar actividades como operadora de grúa torre, especialmente dentro de mi país”, aseguró.
Tras enviar la solicitud, esta demoró un año en ser aprobada, ya que necesitó tramitar una visa.
Ya con los documentos en orden, en marzo de 2024 viajó al país presidido por Vladimir Putin.
Pese a las expectativas y a las promesas de los organizadores, su participación en el programa Yelábuga Start pronto se convirtió en un episodio traumático.
Tanto Adau como otras mujeres, en su mayoría provenientes de países africanos, han acusado que han sido engañadas con ofertas laborales, para más bien ser llevadas a fabricar drones en la República de Tartaristán.
A lo largo de la invasión a gran escala que Rusia ha desarrollado en Ucrania desde el 24 de febrero de 2022, los vehículos aéreos no tripulados han sido un elemento crucial en el frente de batalla para ambas partes, tanto para misiones de reconocimiento y recolección de información como para ataques directos.
Según declaraciones reunidas por el citado medio, los organizadores del programa Yelábuga Start rechazan las acusaciones en su contra.
Sin embargo, no niegan que algunas de las trabajadoras fueron destinadas a la fabricación de drones.
De acuerdo a los datos rescatados por la BBC, se presume que más de 1.000 mujeres han sido reclutadas desde distintos países de África para trabajar en las fábricas de armas en Yelábuga.
La situación llevó a que, en agosto de este año, el gobierno de Sudáfrica anunciara una investigación y advirtiera a sus ciudadanas que no se inscribieran.
Los casos de las mujeres africanas llevadas a Tartaristán para fabricar drones para Rusia
Adau relató que llegó a la República de Tartaristán en avión, pero que luego el viaje hacia la Zona Especial de Yelábuga fue por tierra.
En un principio “estaba muy impresionada”, ya que lo que veía “era todo lo que imaginaba que iba a ser”.
“Vi muchas fábricas, automóviles y empresas de agricultura”, dijo la mujer de ahora 23 años.
Tuvo clases del idioma por tres meses, antes de comenzar a trabajar en julio.
“Recibimos nuestros uniformes, sin saber exactamente qué era lo que íbamos a hacer. Desde el primer día en el trabajo nos llevaron a la fábrica de drones. Entramos y vimos drones por todos lados y gente trabajando. Luego nos llevaron a nuestras diferentes estaciones”, afirmó a la BBC.
Detalló que ni ella ni sus compañeras que se habían inscrito al programa tuvieron la opción de elegir si querían desempeñarse o no en la fábrica de drones.
De la misma manera, dijo, habían firmado acuerdos de confidencialidad, por lo que no podían comentar a sus seres queridos el trabajo que hacían.
Según Adau: “Todas teníamos una gran cantidad de preguntas”.
“Habíamos firmado para trabajar en áreas técnicas —producción, operación, logística, operación de grúa torre— pero todas terminamos trabajando en la fábrica de drones”.
Las trabajadoras no tenían permitido capturar fotografías dentro de las instalaciones de la fábrica.
No obstante, el citado medio mostró a Adau un video de la señal estatal rusa RT, en el que se mostraba una fábrica en Yelábuga en la que se construían drones de diseño iraní que son utilizados por las tropas rusas. En concreto, se trataba de modelos Shahed-136.
Cuando ella vio el registro, aseguró que ese era el lugar en el que trabajaban.
“Todo empezó a tener sentido: todas las mentiras que nos dijeron desde el momento de la solicitud. Pensé que no podía trabajar rodeada de personas que me estaban mintiendo sobre esas cosas. Y quería lograr algo más con mi vida que trabajar en una fábrica de drones”.
Frente a esta situación, Adau presentó su notificación de renuncia. Sin embargo, le dijeron que tenía que avisar con al menos dos semanas de anticipación y que debía seguir trabajando durante ese tiempo.
Durante ese periodo, fue designada a pintar la cubierta externa de los vehículos aéreos no tripulados.
Según Adau, los químicos que utilizaban le quemaron la piel, hasta el punto en que “se estaba pelando”.
“Usamos trajes protectores, overoles de tela blanca, pero los químicos se filtraban. Endurecían la tela”, aseguró.
La BBC consultó al programa sobre los relatos como el de Adau. Los organizadores negaron haber recurrido a engaños para contratar a las trabajadoras y dijeron que “todas las áreas en las que nuestras participantes trabajan están descritas en nuestro sitio web”.
También declararon que todo el personal contaba con los trajes de seguridad necesarios para las operaciones.
Dos semanas después de que Adau llegara a Rusia, la Zona Económica Especial de Yelábuga fue atacada con drones, por parte de las fuerzas ucranianas.
Dicha ofensiva ocurrió el 2 de abril del año pasado.
“Ese día me despertó la alarma de incendios, pero esta fue inusual. Las ventanas del piso superior de nuestro hostal estaban despedazadas y algunas de las chicas se habían despertado por una explosión. Así que salimos”.
Relató que ella empezó a alejarse caminando del hostal en el que se hospedaban, pero que otras de sus compañeras comenzaron a correr.
“Veo gente señalando hacia arriba, así que miro al cielo y veo un dron acercándose por el cielo. Ahí es cuando empecé a correr también. Corrí tan rápido que dejé atrás a la otra gente que había corrido antes que yo”.
De acuerdo a Adau, ese vehículo aéreo no tripulado “derribó” el hostal que estaba al lado del de ellas.
“Destruyó completamente ese edificio y el nuestro también sufrió daños”.
Posteriormente, cuando se enteró de que trabajaban para la fábrica de drones, le hizo sentido por qué las fuerzas ucranianas atacaron el sector.
Según ella, “Ucrania sabía que las chicas africanas que habían venido a trabajar en las fábricas de drones vivían en el hostal que impactaron”.
“Estuvo en las noticias. Cuando acusaron a Ucrania de atacar viviendas de civiles, ellos dijeron: ‘No, esas son de trabajadores en las fábricas de drones’”, afirmó.
Al ser consultada sobre por qué dicho ataque y los informes sobre Yelábuga no le despertaron sospechas previamente, Adau declaró que los organizadores les insistieron en que solo se desempeñarían en las áreas que les habían prometido y que pensó que “las acusaciones” de que estaban construyendo drones eran “propaganda antirrusa”.
Dijo que, en un momento después de la ofensiva, unas mujeres se fueron sin avisar al programa, lo que derivó en que le confiscaran los pasaportes por un tiempo a las trabajadoras.
Cuando finalmente pudo renunciar, la familia de Adau le envió un pasaje para que volviera a Sudán del Sur.
Pero a diferencia de ella, comentó la mujer, muchas de sus compañeras no tenían los recursos suficientes para pagar un vuelo de regreso, por lo que se quedaron ahí.
El sueldo que recibían tampoco les alcanzaba para volver a sus países, ya que según Adau, era considerablemente menor que el prometido.
Dijo que les descontaban por el arriendo, las clases del idioma, el uso de Internet y el transporte, entre otros factores, así como por los impuestos, o si cometían lo que los organizadores consideraban como faltas.
Cuando ella llegó a Rusia, tenía previsto recibir el dinero equivalente a unos 600 dólares mensuales. Sin embargo, obtuvo apenas una sexta parte de dicho monto.
Otra mujer que también participó en el programa Yelábuga Start compartió una visión distinta a la de Adau.
Declaró a la BBC, bajo condición de anonimato: “Para ser sincera, toda compañía tiene reglas. ¿Cómo te pueden pagar un salario completo si faltas al trabajo o no te desempeñas bien? Todo es lógico, a nadie obligan a hacer lo que no quiere”.
“La mayoría de las chicas que terminaron yéndose faltaron al trabajo o no siguieron las reglas. Yelábuga no retiene a nadie como rehén, puedes irte cuando quieras”, sostuvo.
Según Adau, “la Zona Económica Especial solía tener personas trabajando allí de Europa y América, pero todas se fueron después de la guerra entre Ucrania y Rusia por las sanciones contra Rusia”.
“Así que, cuando Rusia empezó a buscar a africanos para trabajar allí, parecía que solo querían llenar los puestos que habían dejado los europeos”.
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