La banalidad de Mary & Mike

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La serie refleja con maestría un horror que para no pocos en Chile aún es ficción, a la vez que representa la verdadera banalidad del mal


Hay un momento de la vida real en que Mariana Callejas y Michael Townley pasan a ser personajes de ficción. Personajes de parodia, antes que dramáticos. Ese momento ocurre en 1974, cuando son reclutados por la DINA y, de manera oficial, con credencial, sueldo y beneficios, comienzan a representar el papel de agentes secretos. A partir de entonces siguen un guión de película de espías al que no hay que agregarle casi nada, quizás más bien quitarle, porque en esa vida de agentes todo es tan excesivo que parece inverosímil. Pero fue real. Ocurrió, en esencia, tal como lo cuenta la (increíble) serie Mary & Mike, recién estrenada.

Ese exceso de perversidad y osadía otorga un inmejorable material para una película. Pero a la vez, plantea el desafío de interpretar lo que estaba pasando por la cabeza de esa pareja para hacer lo que hizo.

No digamos que sólo hizo terrorismo de Estado, porque eso lo hicieron muchos funcionarios de civil y uniforme. Además, la pareja convirtió su casa en un cuartel secreto y a sus hijos en una fachada que ocultaba un espanto: mientras los niños hacían tareas, jugaban o veían televisión, en la planta baja se torturaba. Townley tenía su taller de electricidad a la vista, y en las sombras, en una casa interior, un químico experimentaba con gas sarín en conejos y ratones, sin que la vida doméstica se detuviera. Los niños invitaban a sus compañeritos de curso del colegio Saint George a jugar y cada tanto -como muestra la serie- se celebraban cumpleaños infantiles y esos famosos talleres literarios animados por la dueña de casa.

Lo que moviliza a Mary y Mike es el fanatismo político en un contexto de Guerra Fría, pero también -como en la vida real- hay algo de aventura. Más en ella que en él. Mike parece menos tontorrón de lo que era Michael, sumiso a su mujer y con un enfermizo anhelo de reconocimiento. Mary es la femme fatale que fue Mariana, frívola en política y vanidosa en su papel de agente y sobre todo de escritora. En el pasado fue hippie y simpatizante comunista; el presente la sorprende como personaje de uno de sus cuentos que, entre paréntesis, hablaron de torturas y atentados explosivos.

La necesidad de dramatizar la realidad obliga quizás a idealizar a esos dos agentes. La serie los muestra como profesionales hábiles e infalibles, algo cercanos a la pareja de The Americans. Pero en los hechos reales, Mariana y Michael eran aficionados insertos en un sistema de exterminio chapucero, de maestros chasquilla, lo que por cierto los hacía doblemente peligrosos y salvajes. La realidad del exterminio en Sudamérica está más cerca de una película de los hermanos Coen que de una de Oliver Stone.

Como sea, la serie refleja con maestría un horror que para no pocos en Chile aún es ficción, a la vez que representa la verdadera banalidad del mal. Los Townley Callejas fueron un caso extremo, pero a fin de cuentas, con más o menos estilo, todos en la DINA lo fueron. Protagonistas de una película clase B en que esos malos actores, después de practicar los tormentos más brutales, partían a su casa para cenar en familia y, en una de esas, si había tiempo, acostar a los niños, leerles un cuento y rezar con ellos antes del beso de las buenas noches.

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