Leonard Cohen: hay una grieta en la muerte

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Leonard Cohen.

Tres años después de su despedida, se acaba de publicar Thanks for the dance: el esperado disco póstumo del trovador canadiense. Un gesto de amor filial y justicia poética que se para de igual a igual con lo mejor de su discografía.


No molestar. Leonard Cohen colgó el arquetípico cartel en cada puerta de su mundo y se dispuso a trabajar contra-reloj. La urgencia no se tradujo en descuido. Aún en una silla ortopédica y con las vértebras crujientes, vestía sus trajes a medida y se afanaba meticulosamente sobre cada uno de los versos. Tenía 81 años —luego 82—, una enfermedad —leucemia— y dos objetivos: organizar las páginas de su libro La llama y grabar todos esos bocetos de música nueva. Sabía que el final estaba a un tiro de piedra y que no le sería concedido ver el resultado en las calles, pero eso no era una excusa. Hay una grieta en todo: incluso en la muerte.

Escogido por su padre para cerrar el disco, Adam Cohen se encerró en un garage con la voz metafísica y un montón de dilemas. "Principalmente se trató de adivinar cuál era la mejor dirección que podía tomar —dice Adam— y, a veces, tener conversaciones imaginarias con él e intentar recordar que la pregunta principal es '¿qué haría él?' (…) Una gran parte de la producción se la debo a los artistas, a quien respeto y admiro. Su contribución en el disco tiene que ver más que con el tamaño de su gesto, con el tamaño de su corazón".

Ese radio no es precisamente pequeño. Aconsejado por Daniel Lanois, Adam Cohen seleccionó nueve pistas y comenzó a otorgarles su espesor musical. Convocó a sus propios amigos (Beck, Feist, Damien Rice), a viejos colaboradores de su padre como el laudista Javier Más o la cantante española Silvia Pérez Cruz y ofició de guía en esa ceremonia de oficio e invocación. "Llegamos a tener conversaciones sobre qué clase de instrumentación y de sentimientos quería evocar para terminar el trabajo —apunta, en las liner notes del disco—. Tristemente, el hecho de que yo me iba a encargar de completar el disco sin su presencia ya estaba dado".

"The Goal", el adelanto que se publicó el 20 de septiembre pasado, parecía señalar dos cosas. Una era sospechosa; la otra era triunfal. Por un lado, el hecho de tratarse de un recitado con acompañamiento de piano y laúd abría la posibilidad de una suerte de cajón de sastre. Por el otro, la concentración crepuscular de esas estrofas era un verdadero tesoro. "Me siento en mi silla/ miro hacia la calle/ el vecino me devuelve/ mi sonrisa de derrota./ Me muevo con las hojas/ brillo con el color/ estoy casi vivo/ estoy casi en casa./ Nadie a quien seguir/ y nada que enseñar/ excepto que el objetivo/ está fuera del alcance".

Un mes más tarde, "Happens to the heart" despejó buena parte de las dudas. Aunque los fans más devotos ya conocían esos versos incluidos en la apertura de The flame, nadie se esperaba esta cápsula total: una canción hecha y derecha capaz de capturar un largo camino de exploración vital en cuatro minutos y medio. Dirigido por Daniel Askill, el video funciona como un espejo distorsionado por los haces de luz. Allí, capturada por el plano secuencia, una chica andrógina y ataviada como Cohen camina a través de un bosque mientras se despoja de sus ropas y abraza el salvavidas espiritual de un monje.

Ahora ya sabemos que "Happens to the heart" es la puerta oficial de entrada para Thanks for the dance: un disco a la altura de la obra de Leonard Cohen. Vaya si no es poco decir. Hablamos del autor de "Suzanne" y "Chelsea Hotel 2", de "Famous blue raincoat", "Bird on the wire" y "Hallelujah". Una de las varas más altas en los intrincados y luminosos pasillos de la Torre de la Canción. Arropado en una sobria caja negra con letras doradas, Thanks for the dance resulta —entre otras cosas— un acto de amor filial. De justicia poética. La pieza que le otorga su título es un vals impresionista y liviano como las motas de polvo que bailan en nuestra habitación durante la mejor luz de la mañana. "Un, dos, tres/ un, dos, tres", dice la mano guía de Leonard. Grabado originalmente por su compañera Anjani Thomas, se escucha como el susurro del bailarín sobre el oído de la persona amada: un epitafio cincelado en la figura coreográfica de la pista de baile.

Como casi todo el material, la canción tiene un fondo mediterráneo. A veces se desplaza hacia la melodía, a veces hacia el paisaje lírico. "The night of Santiago", por ejemplo, es una relectura —no acreditada— de "La casada infiel", el célebre poema del Romancero Gitano. García Lorca es un nombre clave en la cosmogonía de Cohen: el poeta que habilitó la busca de su propia voz y en cuyo honor bautizó a su hija. Sin embargo, nunca se había lanzado tan deliberadamente a canibalizar su obra como en esta canción, donde las palmas gitanas llevan la sintaxis y Cohen se reserva un final libre de sanción moral: "tú naciste para juzgar al mundo/ disculpa, pero yo no".

La voz explora las áreas más bajas de su registro con una linterna. Sabemos que su aliento pende de un hilo porque el spoiler no falla, pero Cohen nunca condesciende a la auto-conmiseración: toma lo que tiene y trabaja con dignidad. Esboza las líneas melódicas con un acento por aquí, una declinación por allá, y el efecto es devastador. "It's torn", por ejemplo, suena como el folklore final: una copla susurrada por un viento bíblico.

Todo el disco tiene una alta densidad emocional, pero el uno-dos del tramo final funciona como un golpe de knock out con guante de seda. "The Hills" es una escalada metafísica alimentada por el ronroneo de la muerte, las pastillas ("se las agradezco a Dios") y la tensión entre una secuencia descendente de acordes con un crescendo instrumental. "Listen to the Hummingbird", por su parte, funciona como una coda desde el más allá: "Escucha al colibrí/ cuyas alas no pueden ser vistas/ escucha al colibrí/ no me escuches a mí./ Escucha a la mariposa/ cuyos días no son sino tres/ Escucha a la mariposa/ no me escuches a mí./ Escucha a la mente de Dios/ que no necesita ser/ escucha a la mente de Dios/ no me escuches a mí".

Todas las piezas caen en su sitio. Todo parece un plan divino, pero sabemos que ese recitado fue una ocurrencia: la grabación espontánea de un puñado de versos urgentes durante la última rueda de prensa. No es extraño. Siempre es así. Del otro lado de la muerte, Cohen levantaría el dedo de su enseñanza: el arte es el ocultamiento del arte.

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