Culto

Billar, filosofía y ciencia ficción

Una partida de billar genera una reflexión del filósofo Hume e inspira un relato de Asimov. Ambos ocupan al que es considerado la estrella en ascenso de la filosofía francesa, discípulo de Alain Badiou, Quentin Meillassoux (1967). Ha publicado un breve libro en que aborda asuntos de la metafísica conectándolos con la ciencia ficción y se ha traducido en Chile por Roneo. Fue comentado por Ugo Batini en L’Œil de Minerve.

Retomando una conferencia dictada en mayo de 2006 en la École Normale Supérieure de París, Metafísica y ficción extracientífica (Roneo, 2020) constituye una notable pequeña introducción a la especificidad del pensamiento de Quentin Meillassoux.

Si tal pensamiento ha conocido sólo un eco moderado en Francia, sin embargo se ha convertido al otro lado del Atlántico, con el desarrollo del “realismo especulativo”, en una obra insignia. Este pequeño ensayo es, por tanto, una oportunidad, a partir de un problema aparentemente anodino basado en una distinción de un nuevo género de ficción, para descubrir un pensamiento vigoroso que plantea nuevos desafíos a los grandes problemas de la metafísica.

El punto de partida del ensayo se pregunta sobre la posibilidad de considerar dos regímenes de ficción: la ciencia ficción (CF) y lo que él llama “ficción extracientífica (de mundos)” (FEC). La diferencia es simple: la ciencia ficción siempre se coloca bajo el ángulo de la ciencia, cualesquiera que sean los postulados que decida plantear. El mundo que describe es diferente, pero aún puede someterse a un conocimiento científico. En el mundo extracientífico, por el contrario, “la ciencia experimental es, en principio, imposible, y no desconocida de hecho”. Toda la cuestión, entonces, es descubrir a qué se puede parecer un mundo así. Detrás de esta simple cuestión de clasificación, en realidad hay un problema metafísico clásico que va a emerger: el problema de Hume.

Es precisamente la función de la segunda parte del ensayo describir este problema y compararlo con un célebre relato de la ciencia ficción que la edición también ha reproducido al final del libro: La bola de billar, de Isaac Asimov.

Es en la sección IV de la Investigación sobre el conocimiento humano de Hume donde encontramos la famosa formulación del problema y su ilustración mediante una partida de billar, la que llevará a cuestionar el origen de la inducción y la necesidad de leyes de la naturaleza. La pregunta de Hume simplemente equivale a preguntarnos qué nos lleva a creer que las leyes físicas siguen siendo válidas cuando no hay ninguna contradicción lógica ni experiencia que permita oponerse a sus modificaciones en el futuro. Nada, entonces, nos asegura —si no es una simple creencia ligada a una costumbre suscitada por la repetición de casos similares— que la naturaleza no cambiará por completo mañana.

Quentin Meillassoux considera entonces las dos soluciones clásicas dadas a este problema (las de Kant y Popper), comenzando por la de Karl Popper, que está precisamente en el origen de la expresión “problema de Hume”. La originalidad de la exposición de Meillassoux es que atribuye la incapacidad de Popper para afrontar el desafío de la pregunta humeana a su incapacidad para entrar en un imaginario FEC. Popper puede esperar que las bolas de billar de Hume adopten comportamientos diferentes en el futuro. Pero el problema es que para él este evento seguirá siendo compatible con la idea de la ciencia que en el futuro será capaz de explicar, a través de una hipótesis, las causas de tal cambio. Vemos rápidamente dónde aprieta el zapato: Popper permanece en un marco puramente epistemológico mientras que el problema de Hume es ante todo ontológico. Este último no se detiene en la cuestión de las teorías de la ciencia, sino que ataca las propias leyes físicas. Popper pasa por alto este cambio de registro porque él permanece, por completo, de cabo a rabo, en el horizonte de la ciencia y, por lo tanto, sólo plantea el problema en un marco de ciencia ficción. El verdadero problema de Hume es el de un mundo por venir donde la ciencia misma se habría vuelto imposible tras la desaparición de toda estabilidad en las leyes de la naturaleza. Hume no está, por lo tanto, en un imaginario de CF, sino en la posibilidad de una FEC que aborda una cuestión metafísica muy real.

Ahora bien, esta dimensión del problema es bien percibida por Kant, quien, en la deducción trascendental de las categorías, la hace suya, practicando una demostración mediante el absurdo. La escena de billar descrita por Hume es imposible porque, si lo fuera, ni siquiera podría tener lugar para nosotros, no podríamos percibirla. Quentin Meillassoux resume perfectamente la argumentación de Kant al subrayar que, para el filósofo alemán “el error en el razonamiento de Hume consiste en disociar las condiciones de la ciencia y las condiciones de la conciencia”. En resumen, la conciencia no puede sobrevivir a la ausencia de un mundo susceptible de ser conocido por la ciencia. Sin conexión, sin estructuración, ahora esta actividad es precisamente el foco de la conciencia trascendental: el sujeto no podría subsistir en tales condiciones. De modo que el propio hecho de que exista una representación de un mundo refuta el problema de Hume. Pero Kant quizás vaya un poco lejos al suponer necesariamente un mundo caótico, y por tanto imposible de percibir por nosotros, desde el momento que las leyes de la naturaleza siguen siendo contingentes.

Estos dos callejones sin salida llevan al autor a pensar de nuevo en el problema a través de su concepto de ficción extracientífica (FEC) y de los límites de la tentativa kantiana. La debilidad de Kant, en última instancia, es no haber desarrollado lo suficiente su imaginario FEC, un mundo que no obedece ninguna ley, por ejemplo, no tiene por qué ser completamente caótico. Tomando este extremo —la imposible creación de un mundo— el autor del ensayo propone tres tipos de FEC:

El tipo 1 agrupa los mundos posibles que son irregulares pero no lo suficiente como para afectar realmente a la ciencia. Hay eventos sin causa en estos universos, pero no tanto como para afectar los procesos de la ciencia experimental. Dado que tal mundo es pensable, se sigue que “ni la ciencia ni la conciencia tienen, por condición de posibilidad, la aplicación estrictamente universal del principio de causalidad”.

El tipo 2 descansa sobre una irregularidad suficiente para abolir la ciencia pero no la conciencia. Nuestra vida cotidiana siempre podría depender de las estabilidades relativas para orientarnos. En estas condiciones, la regularidad natural puede pensarse de la misma manera que pensamos actualmente en la regularidad en el mundo social.

Finalmente, el tipo 3 corresponde al caos que nos describe Kant en la primera Crítica.

El tipo 2, por tanto, permite derrotar al mismo tiempo las proposiciones de Kant y de Popper, pero sobre todo estas variaciones nos llevan a comprender que la contingencia de las leyes de la naturaleza no es una hipótesis absurda. Sin embargo, esta tesis es precisamente una proposición central de la propuesta metafísica que Quentin Meillassoux busca establecer y de la que la obra Después de la finitud (2006; Caja Negra, 2015) ha dado un primer avance.

“Metafísica y ficción extracientífica” termina luego con una reflexión más amplia sobre la ficción extracientífica y la narración, mostrando que lejos de convertirla en un simple detonante del pensamiento, el autor se toma en serio su hipótesis hasta el final. El análisis de la novela de René Barjavel, Destrucción, le permite mostrar que ya existen relatos coherentes pero sobre todo pertinentes que se basan en las ficciones extracientíficas.

Al ir al fondo del problema de Hume y al examinar las implicaciones de su hipótesis hasta el final, Quentin Meillassoux abre puertas tanto en la metafísica como en la literatura y, a través de estos ejercicios de pensamiento, se conecta con una verdadera experiencia filosófica. Esta conferencia, si bien permite una rápida entrada en el problema constitutivo del sistema de su autor, también da una idea de una nueva forma de abordar los problemas de la metafísica que continúa creciendo más allá de su iniciador en otras obras tan dinámicas como las de Élie During o Pierre Cassou-Noguès.

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