“Dicen que tenía un alma libre, una personalidad destartalada”: lo que revela sobre Felipe Camiroaga el nuevo libro El Gran Vuelo Terrible

En su libro El gran vuelo terrible -ya disponible en tiendas-, la periodista Tania Tamayo se adentra en el accidente del avión CASA C-212 en 2011. Entre los pasajeros fallecidos, estaba el popular animador. Sobre su personalidad, la ocasión en que interpeló en vivo al ministro del Interior de la época, y la búsqueda y hallazgo de sus restos se refiere este extracto que publicamos a continuación a través de Culto.


En esta ocasión y coincidiendo con Cubillos, en la lista de pasajeros de la misión se encontraba Felipe Camiroaga, y eso engrandecía cualquier tipo de empresa. El animador era un ídolo para parte importante de la población: auspiciaba marcas comerciales reconocidas, era un rostro fuerte de su canal y —de manera espontánea— había sumado adherentes jóvenes al pedir “educación libre y de calidad” en un video de apoyo al movimiento estudiantil de 2011, que se encontraba en pleno apogeo.

“Creo que han dado una lucha impecable, creativa, sensible, tremendamente valiente, que de verdad, como chileno, siento un orgullo gigante. La educación no puede ser un negocio para nadie y también creo que la educación es lo que cambia este mundo de raíz”, expresó ante una cámara junto a otros animadores.

El mismo año, Camiroaga protagonizó lo que sería una escena de culto: su interpelación televisada al ministro de Interior, Rodrigo Hinzpeter, en respuesta a la posible instalación de la termoeléctrica Barrancones en la Región de Coquimbo: “Ministro —le habló en directo—, yo sé que lo que voy a hacer no es muy común, pero creo que me va a entender. Nosotros tenemos el privilegio en nuestro trabajo de tener línea directa con autoridades tan importantes como usted. Quiero pedirle, a título personal, pero sé que represento a la gran mayoría de los chilenos que, por favor, el gobierno, el presidente, su equipo, se oponga con todas las fuerzas que sean necesarias a esta termoeléctrica que quieren poner en un santuario maravilloso, mundial, me refiero al tema de Punta de Choros, ministro”.

El proyecto no se concretó. El presidente Sebastián Piñera intervino para la suspensión de la planta y de inmediato comunicó a la población que estaba orgulloso ”de poder preservar un santuario de la naturaleza que he podido disfrutar con mis propios ojos”.

No obstante, siete años después, gracias a una serie de reportajes de la Unidad de Investigación de Radio Biobío, se conocerían las verdaderas razones del mandatario: Barrancones necesitaba establecerse en la comuna de La Higuera, cerca de la reserva Punta de Choros, al igual que el proyecto minero portuario Dominga, donde la misma autoridad tenía fuertes intereses económicos y afectivos.

La familia presidencial, primera dueña y accionista mayoritaria de Dominga, había vendido sus acciones al empresario Carlos Alberto Délano y aceptado una cláusula por casi diez millones de dólares, que permitiría el avance de la venta siempre y cuando se asegurara su construcción y que se hicieran a un lado todo tipo de restricciones medioambientales. La cláusula fue aceptada por la familia del Presidente, autoridad máxima sobre todas las políticas públicas del país.

Felipe Camiroaga solo defendía, en esa interpelación en vivo e inédita para la habitual prescindencia de las figuras televisivas, la protección de Punta de Choros.

A sus cuarenta y cuatro años, Camiroaga se había encariñado con los paisajes salvajes y con cada uno de los animales que allí habitan, al nivel de adaptar su vida a ello. Le fascinaban los chimpancés y los caballos; las gallinas y los halcones. Su pasión era la naturaleza. De manera coincidente, otro de sus sueños era buscar el tesoro mítico de la isla Juan Fernández. Había ido en su juventud con su amigo Juan Griffin para hacer negocios.

Las vueltas de la vida hicieron que fuera el padre de Juan, Carlos Griffin, quien vendiera los aviones Casa a la FACh, además de otras aeronaves que proveyó a las Fuerzas Armadas.

—Felipe era muy cariñoso y de jovencito era un comerciante, venía con el Juan y se quedaban en la hostería El Pangal, después salían y compraban una tracalá de langostas para llevar al continente. Nunca perdió la simpatía, era muy de piel, incluso después, cuando era famoso. A veces llegaba al aeródromo y me gritaba “Nano, te queremos”, y yo me moría de la risa. Cuando desapareció lloré como un cabro chico. Lloré mucho. Siempre estaba preocupado de nosotros, que cómo estábamos, si necesitábamos algo —cuenta el pescador artesanal y trabajador de ATA, Maximiliano Recabarren.

Desde los catorce años, Camiroaga hizo por lo menos cuatro viajes al archipiélago para vender equipos básicos de buceo o implementos de caza, entre otros productos de distinta categoría. En el mismo aeródromo del accidente también jugó a la pelota con los hijos de Maximiliano Recabarren. Lo recuerdan como un joven más.

En junio de 2011 viajó a la isla, esta vez junto al proyecto de Desafío Levantemos Chile.

—¡Qué rico! —exclamó aquella vez que salió del mar, luego del “bautizo” que hizo con el equipo del centro de buceo Marenostrum—. Si alguna vez queremos bajar, ¿qué medidas hay que tomar? ¿Qué hay que hacer?

—Hay que pedir permisos y certificarse para que se pueda bajar al fondo del mar —le respondieron los buzos.

—Esto superó todas las expectativas. La calidad del mar, los peces, el colorido. En la cueva fue como onírico, mágico, bellísimo —comentó, emocionado, Camiroaga.

Dicen que tenía un alma libre, una personalidad destartalada y poco vanidosa. Que era mal lector. Que no estudiaba los libretos de los programas de televisión porque sentía que bastaba con su personalidad encantadora. No obstante, el 7 de julio de 2011 tuiteó, como un presagio, el poema Mortal de Gonzalo Rojas:

“Del aire soy, del aire, como todo mortal,

del gran vuelo terrible y estoy aquí de paso a las estrellas”

Uno de sus mejores amigos, el periodista Gonzalo Ramírez, recuerda: “No era un gallo culto o sofisticado, y él lo sabía. No se las daba de nada. Lo suyo era otra cosa: era gracioso y tenía mucho talento. Era generoso. De hecho, se vestía de acuerdo con la ocasión, no tenía estilo. Si se juntaba con gente más cuica, se vestía con chalequito, o con un pañuelo, pero si estaba en el campo, se ponía sombrero de huaso y botas de agua. Nos invitaba a comer y el refrigerador estaba pelado, no tenía fideos en la despensa, qué sé yo. Sus autos se quedaban en pana, sin bencina, como un niño. Prefería andar a caballo, o perseguir a su halcón cuando volaba más de la cuenta, que ir a eventos elegantes”.

En febrero de 2011 su casa, en una parcela de la comuna de Chicureo, se incendió por completo. Se quemaron los muebles, las paredes y los cuadros. Esa madrugada, el animador llevaba una chupalla y se dedicó a proteger los animales de la parcela. Con las horas, y en medio del humo de una residencia aún en brasas, llegó al lugar un hombre misterioso que sirvió café, té y galletas para los amigos y colegas que comenzaban a llegar.

Los amigos le preguntaron por la identidad del hombre.

—No tengo idea quién es —respondió Felipe.

Nadie supo nunca quién era.

En junio de 2013 se reveló el resultado de una investigación realizada por la Compañía de Bomberos de Lampa y la PDI. En ella se decía que el fuego se había iniciado de manera intencional y no por la consecuencia de cables de electricidad en mal estado. En las pericias se encontró material propio de una bomba molotov.

En su momento, Camiroaga no quiso perseverar con un proceso judicial, en una respuesta que extrañó, pero que iba muy de la mano con su personalidad de ir dejando las desgracias atrás.

El último fin de semana de su vida (el sábado 28 y domingo 29 de agosto) lo pasó en un terreno recién comprado al que llamó “Campo viejo”, cerca de Chillán. Fue con su pareja, la periodista Fernanda Hansen, y con Gonzalo Ramírez y su esposa, Paloma. La cabaña del lugar aún estaba helada y Camiroaga recién había comprado camas para las visitas. Vistió un poncho blanco y llevaba bigotes de charro. Después de comer carne y ensaladas, anduvieron en carreta, tratando de ver dónde instalaría la caballeriza y el corral.

También estuvo la hija pequeña de Gonzalo y Paloma. Iba a ser la ahijada de Camiroaga, quien en esa ocasión reconoció, con los ojos vidriosos, que era muy probable que nunca tuviera hijos propios. Para apadrinar a la niña el animador fue a todas las charlas de la parroquia, y ese último fin de semana la abrazó con mucho cariño. Alguien registró ese momento en una foto.

Un año antes, Felipe Camiroaga había organizado en la parcela de Chicureo una fiesta para todos los integrantes del Buenos días a todos. Hubo concursos: uno consistía en ver dónde se posaba su halcón adiestrado, el que aparecía con un silbido. Se rifaron dos autos y seis motos. Una de las motos la ganó Rodrigo Cabezón.

El grupo musical La Noche fue la estrella del evento.

Con motivo de la fiesta, el animador dibujó un mapa para que los invitados llegaran al lugar. En el mapa decía “no se aceptan drogas” y “no se aceptan relaciones sexuales”, entre otras advertencias.

Todo lo que salió de ahí fue de su bolsillo, como una forma de retribuir el éxito y la fortuna. Desde 2007 se preocupó de comprar una torta cada vez que alguien del equipo estaba de cumpleaños. La compartía en las reuniones de pauta, con bebidas y galletas.

Tras la tragedia, los restos de Felipe Camiroaga tardarían en aparecer. Lo primero que se encontró fue su mochila, que reposó todo un día en el aeródromo de la isla. Estaba detrás una camioneta blanca al costado del centro de operaciones. Algunos fotógrafos de agencias internacionales se apuraron en registrar la imagen. Tenía cosido un parche militar que decía su nombre; adentro estaban sus útiles de aseo y sus tarjetas. Había una medalla dentro de la billetera, en una de cuyas caras emergía, tallada, la imagen del padre Pío.

Posteriormente, sus pertenencias fueron entregadas a su familia.

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