Columna de Marisol García: Por qué tan serios

Divertidos fueron Parkinson en El vino, Los Prisioneros en Pa pa pa, y Pánico en casi todos sus conciertos. Pero hoy son pocos los cancioneros nuevos realmente mordaces. Ya sea si se mira hacia adentro u ostenta hacia afuera, el panorama de la cantautoría -y no sólo el de nuestro país- cuida no pisar los metafóricos huevos de la incorrección o la burla. Agelasta llamaban los griegos a quien no sabía reír. Estamos rodeados.



No son las melodías tarareables ni el canto con sutileza las más lamentables bajas del arrase que las modas musicales han ido dejando a su paso: es el humor. Con él, yacen caídos hasta nuevo aviso la rima irónica, el verso pícaro, el show despampanante, la disputa escénica en sutil frontera entre excentricidad y ridículo. Y se les extraña.

No es que la canción popular deba tomarse todo a la broma, pero hoy que la extrema autoconciencia ha vuelto solemne hasta lo más banal, tienta guardar un minuto de silencio por aquella antigua deriva de la composición que comprendía la potencia expresiva de un chiste entre líneas o de un sarcasmo explícito. Todo aquello que iba del “ojalá que te vaya bonito” al “que se mueran los feos”, por decir algo.

Incluso el viejo y llano desparpajo brilla por su ausencia en un panorama pop que ha naturalizado la autocensura y aplazado la provocación para tiempos menos dogmáticos. Es curioso cómo incluso el desacato a los estereotipos de género hoy se ejerce sin sentido del juego, como si la relevancia de una causa identitaria exigiera un comportamiento de permanente cálculo, sin espacio alguno para la espontaneidad. Miren a Sam Smith.

“La risa es más seria que la actitud plañidera. Porque el mundo es adverso y la risa es una resistencia, mientras el lamento y la queja son una redundancia, una entrega”, escribe Vicente Undurraga. En Chile, graciosos -y, por lo tanto, resistentes- han sido Payo Grondona exponiéndose como un conquistador fallido en Me diste mal la dirección, Eduardo Peralta dedicándole una Canción a tu ex marido y Mauricio Redolés describiendo, perplejo, a una Chica poco comunicativa. Agudos Benedicto Piojo Salinas en su contribución a la picaresca folclórica, Los Zunchos con su ocurrente protesta política en vaivén de columpio, y todos los benditos payadores que persiguen remates con doble sentido.

Divertidos fueron Parkinson en El vino, Los Prisioneros en Pa pa pa, y Pánico en casi todos sus conciertos. Pero hoy son pocos los cancioneros nuevos (Diego Lorenzini, Sentinela del Norte y algún otro) realmente mordaces (hay varios más en roce con la cumbia y la cueca, por cierto). Ya sea si se mira hacia adentro u ostenta hacia afuera, el panorama de la cantautoría -y no sólo el de nuestro país- cuida no pisar los metafóricos huevos de la incorrección o la burla. Agelasta llamaban los griegos a quien no sabía reír. Estamos rodeados.

El humor en la canción no está para desatar carcajadas, pero es cómplice preciso para un género que no puede escapar de la imposición de síntesis, y que además debe refrescar cómo sea tópicos a los que el uso y abuso van quitando chispa. Señeros en ello fueron trovadores franceses de la segunda mitad del siglo pasado, sobre todo George Brassens; pero España no lo hace nada mal, de Chicho Sánchez Ferlosio a Los Punsetes.

Hay quienes afirman que las canciones de famosas a sus ex son lo más gracioso que nos ha pasado en el último tiempo, pero es todo lo contrario: la que convierte su despecho en sermón vengativo pierde la partida. Quien, por el contrario, puede mirar a la cara y espetar “estas botas se hicieron para caminar y un día de estos…” se queda con la última sonrisa.

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