Underground y budismo: el retorno de Jack Kerouac con dos de sus clásicos

Los vagabundos del Dharma y Los subterráneos, dos novelas cruciales del estadounidense, publicadas hace 65 años, vuelven a los escaparates reeditadas por Anagrama. De mano de especialistas, revisamos las claves por donde pasa su lectura. “Estaba en un viaje literario mucho más expansivo de lo que nadie había imaginado hasta entonces”, se indica.


De su puño y letra, Jack Kerouac le escribió a su amigo, el poeta Allen Ginsberg, el 30 de noviembre de 1957. Dos meses atrás, había publicado su novela insigne, En el camino, que le dio un éxito rotundo, aunque eso sí, la había escrito en 1951. Mientras le mandaba la carta al hombre de Aullido, Kerouac estaba inmerso en un nuevo proyecto, aunque revelaba que no estaba en su mejor momento.

“Ahora soy un buen novelista, mi obra en curso es Los vagabundos del Dharma, que trata de Gary [Snyder] y los años 55 y 56 en Berkeley y Mill Valley, y es realmente mejor que En el camino, y ojalá estuviera lo bastante sobrio para terminarla ahora que sé que voy a hacer el ridículo con el malvado Gilbert Millsteins en Nueva York”.

Poco tiempo después, en 1958, Los vabagundos del Dharma llegaría a las librerías. La novela trata sobre su búsqueda y acercamiento al budismo (bajo el alias de Ray Smith) aunque el protagonista en las sombras es el poeta Gary Snyder, justamente budista, quien también aparece con un mote: Japhy Ryder. De fondo, la soleada California que acogía a los exponentes de la llamada “Generación Beat”. Tal como lo había hecho con En el camino, escribió la novela de un solo tirón, en un rollo de papel de papel de 3 metros de largo.

¿Qué llevó a Kerouac a explorar el budismo? Responde a Culto desde Estados Unidos su biógrafo, Gerald Nicosia: “Jack estaba cansado de que sus amigos Neal (Cassady) y Carolyn (Robinson) hablaran sobre Edgar Cayce y la reencarnación, quería encontrar las raíces de la teoría de la reencarnación. Por eso buscó la Biblia Budista de Dwight Goddard en una biblioteca (que tiene todas las escrituras principales traducidas al inglés), incluido el Lankavatara Sutra, El diamante Sutra, etc”.

“Jack fue inmediatamente atrapado por la promesa del budismo de terminar con el sufrimiento, ya que estaba en un momento de su vida de gran dolor: todos sus manuscritos fueron rechazados, su segunda esposa lo había dejado (en realidad él la dejó, pero lo interpretó como que ella lo dejó), era muy pobre, su familia (su hermana y su esposo) lo habían rechazado, etc. Luego, cuando llegó a San Francisco en 1955, encontró todo un enclave de budistas literarios, Rexroth, Snyder, Whalen, etc., y su conocimiento comenzó a profundizarse, y comenzó a ver el budismo como una disciplina literaria, así como también como una disciplina de vida”.

En un testimonio que recoge el libro Kerouac y la generación beat, de Jean-François Duval (Anagrama, 2013), habla Joyce Johnson, quien fue su novia por esos años, y comenta: “(Al budismo) lo comprendía desde un punto de vista intelectual, pero lo utilizaba de la peor manera posible. Se servía de él para racionalizar todo lo que le era funesto, sobre todo su ineptitud por mantener una relación duradera. Decía, desde un punto de vista filosófico, que nada tiene importancia, que todos vamos a morir, que nada es sino vacío. Contemplarlo todo desde ese ángulo le impedía afrontar de forma concreta, para tratar de solucionarlos, problemas que en el fondo eran personales. Cuando, de la noche a la mañana, se convirtió en el centro de la atención general, ya no estaba en posición de hacer frente a la fama, ya estaba a punto de convertirse en una ruina”.

Pero en ese 1958, Jack Kerouac no solo publicó Los vagabundos del Dharma. También lanzó la novela breve Los subterráneos, que también había escrito hace unos años. En ella, narra el romance que tuvo con una muchacha de raza negra, Mardou Fox, en medio de las aventuras de un grupo de jóvenes amantes de la música, las drogas blandas y los bares de mala muerte.

Los subterráneos fue escrita en 1953 -apunta Nicosia-. Kerouac ya la había superado (en términos de vida, entusiasmo e incluso estilo de escritura) cuando se publicó en 1958. Por el contrario, Los vagabundos del Dharma acababa de ser escrita por él en diciembre de 1957, y estaba mucho más cerca de su estado de depresión del momento, y sentía que su vida se había agotado. Entonces, estaba buscando alguna ecuanimidad tranquila con la que pudiera pasar el resto de su vida (que resultó ser solo unos diez años más).

En rigor, Mardou Fox era el seudónimo de una mujer real. “Mardou se basó en una pequeña (pequeña) mujer negra de piel clara llamada Alene Lee. Más tarde se convirtió en la novia de Lucien Carr. Estos tipos estaban con mujeres todo el tiempo; y a pesar del gran alboroto que Kerouac hace porque ella se acuesta con (Gregory) Corso al final del libro, no quería un apego permanente a ninguna de ellas”, señala Nicosia.

Ambos volúmenes, clásicos de la bibliografía de Kerouac, vuelven a los escaparates a través de la catalana editorial Anagrama. En unas nuevas ediciones de la colección compactos, la de los libros de colores. Nicosia apunta lo que significaron para la carrera del autor: “Demostraron que estaba en un viaje literario mucho más expansivo de lo que nadie había imaginado hasta entonces: que no estaba simplemente relatando las patadas hedonistas de algunos jóvenes veinteañeros, sino que estaba intentando registrar el desarrollo de un alma estadounidense, desde el entusiasmo inicial hasta la visión del mundo oscurecida, pesimista y la conciencia de la pérdida, la mortalidad y la muerte. Los críticos literarios estadounidenses no estaban dispuestos a concederle tanta profundidad, por lo que asumieron que era un tonto borracho que se entrometía en asuntos que escapaban a su comprensión”.

Hasta hoy, tanto Los vagabundos del Dharma como Los subterráneos son libros que se leen. Así lo comenta el librero de Metales Pesados, Sergio Parra. “Todavía tienen lectores. Es curioso, porque los beatnik se leían en las universidades y en los colegios, ahora han cambiado los currículos. Lo que pasa es que las lecturas de Kerouac, o de Bukowski, que son escritores que tienen mucha libertad, se heredan de padres o de abuelos. Los grandes libros malditos o irreverentes, no se enseñan en los colegios, se heredan”.

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