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Alma Delia Murillo, escritora mexicana: “Creo que la literatura sí tiene la posibilidad de convocar emociones”

La autora publica la novela Raíz que no desaparece, donde aborda la temática de las personas desaparecidas en México desde una perspectiva literaria, pero también apuntando al rol que le compete al Estado. Con Culto habla sobre cómo ha sido internarse en el tema, además de su opinión del gobierno de Claudia Sheinbaum y de la Inteligencia Artificial.

Alma Delia Murillo, escritora mexicana: “Creo que la literatura sí tiene la posibilidad de convocar emociones” Foto: Paulina Garduño

Fue una noticia ocurrida en Ciudad de México la que le disparó la idea de una novela a la escritora mexicana Alma Delia Murillo (48). “Cortaron la palmera icónica de más de cien años que se vislumbraba detrás del Ángel de la Independencia porque estaba infectada con un hongo asesino, luego se hizo una consulta pública a la ciudadanía para plantar al árbol de reemplazo que resultó ser un ahuehuete”.

Pero luego, ese árbol comenzó a tomar un sentido diferente, no solo como un mero adorno para la ciudad. “Se rodeó muy pronto de rostros de las personas desaparecidas que colocaron ahí los colectivos buscadores, y el ahuehuete también murió. Así que desde ahí decidí que debía preguntarle a los árboles si tenían algo que decir sobre esta epidemia de violencia, y resultó que sí”.

Esa idea de mezclar a los árboles con la búsqueda de personas desaparecidas en el país fue la que Murillo -quien ya ha publicado otros cuatro libros además de ser columnista en medios de su país- desarrolla en la novela Raíz que no desaparece (Alfaguara). Cuenta la historia de Ada, una mujer que busca a su hijo desaparecido, quien se le aparece en sueños tratando de decirle dónde está. Y un árbol se transforma en la pista central del doloroso puzzle.

“Vivir en México, un país que al día de hoy registra 133.185 personas desaparecidas, de las cuales 100.000 desaparecieron en los últimos 18 años, convierte a cualquiera que tenga conciencia colectiva en un testigo azorado de este dolor social que hoy tiene al país sumido en esta tragedia”.

Crédito: Paulina Garduño

¿De alguna forma hay un vínculo entre la naturaleza y la violencia humana?

No es que haya un vínculo, es que somos lo mismo. Los seres humanos somos naturaleza, somos un elemento más en el ecosistema, si con nuestra violencia lo alteramos, estamos cometiendo un daño sistémico pero también con una cierta pulsión suicida, porque finalmente se revierte contra nosotros.

Entiendo que acompañó a las madres buscadoras. De alguna manera, fue una novela “de campo”, ¿cómo fue para usted escribir sobre ese dolor?

Sí, entrevisté a varias familias buscadoras, particularmente madres y acompañé tres días de jornada de búsqueda en zonas de fosas clandestinas. Fue un proceso absolutamente transformador para mí porque yo esperaba lo obvio, que sería muy doloroso y lo fue; pero también fue increíblemente motivador por el amor y la motivación feroz con que las madres buscan, por la vitalidad que las empuja. Conecté con eso y me hizo tanto bien, porque descubrí que es desde ahí que podemos acercarnos, no sólo desde la narrativa oscura, necropolítica, desesperanzada.

La novela aborda un tema muy crudo, pero con una prosa poética y una narrativa que a menudo se siente como un susurro. ¿Cómo logró ese equilibrio entre la dureza del tema y la belleza de la escritura?

Es como un golpe al plexo solar atestiguar que lo que sostiene a los colectivos buscadores no es el dolor, sino el amor. Y en el amor cabe la belleza, la alegría y la ternura que duelen, los símbolos y otros lenguajes, como el de los sueños. Ya los colectivos buscadores habían tomado varios árboles como espacio para honrar ahí a sus familiares desaparecidos con imágenes, veladoras encendidas ¿dónde pueden ir a hacer su duelo las familias que no tienen un cuerpo para honrarlo? Así que el árbol me llamaba poderosamente pero tenía el reto narrativo de no darle una voz humana, así fue que llegué a ese relato botánico, más de inteligencia vegetal que van haciendo los árboles en alianza con las madres buscadoras: los árboles en efecto tienen memoria vegetal del peligro, se defienden, secretan sustancias cuando son atacados, etc. Todos esos mecanismos puestos en colaboración de Ada, mi personaje central que busca a su hijo, me permitieron elaborar la novela desde un lenguaje nuevo.

También hay una dimensión de que las madres obtienen pistas de lo ocurrido con sus hijos en sueños. ¿Es algo que ha constatado en ellas?

Efectivamente, las madres sueñan (como soñaría cualquiera de nosotros si buscara a un miembro de la familia) intensamente con sus hijos e hijas, con sus hermanos, les dicen dónde están, se muestran junto a un portón de un color específico, vestidos de cierta manera, incluso en sueños les dicen nombres de calles y de personas. A la vuelta del tiempo las madres constatan que aquello que soñaban eran pistas nítidas para los hallazgos. La intuición no se equivoca.

Crédito: Ana Hop

Al final de la novela agregó un listado con los desaparecidos, ¿busca generar conciencia sobre el tema?

Hablé con tantos colectivos como pude y les prometí poner en el libro a sus familiares desaparecidos, era una deuda de honor. Pero es también, claro, una forma de decirle a cada persona que lo lee, en la intimidad de su soledad, que la estadística no solo contiene cada uno de esos nombres y apellidos, cada una de esas vidas. También están ahí esos nombres como un pequeño acto de memoria.

¿Cree que la literatura tiene el poder de generar conciencia y cambios sociales en temas como este?

No sé si aspirar a tanto. Pero creo que la literatura, las palabras, sí tienen la posibilidad de convocar emociones: rabia, ternura, indignación, incluso miedo. Cualquiera de esas reacciones siempre serán mejor que la indolencia.

Más allá de la trama principal, la novela también explora la corrupción, la impunidad y la indiferencia de las autoridades a la hora de investigar las desapariciones ¿Cree que las autoridades han actuado con desidia y con cierta concomitancia con el crimen organizado?

Absolutamente, no se llena el 75% del territorio de un país con fosas clandestinas sin la omisión, negligencia o complicidad del Estado. Y brindar seguridad a los ciudadanos es una obligación de un sistema que se presume democrático y conforme a derecho. No desaparece una persona cada 45 minutos sin todas esas corresponsabilidades del gobierno que debería ser garante de una vida pacífica y en condiciones mínimas de bienestar.

La actual presidenta, Claudia Sheinbaum, lleva casi 1 año en el poder. ¿cómo cree que ha encarado este tema?

Fatal. En lo que va de su sexenio han desaparecido 8.000 personas; se ha negado a reconocer la crisis de desapariciones y ha sido esquiva con los colectivos de familias buscadoras que le piden audiencia. Lo mismo hizo el presidente anterior Andrés Manuel López Obrador, lo mismo Felipe Calderón y lo mismo Enrique Peña Nieto. Cito a las tres administraciones porque ha sido en los últimos tres sexenios (y el actual) que han desaparecido cien mil personas, la crisis se ha agudizado principalmente en este periodo. En estos últimos periodos han gobernado las tres fuerzas políticas más potentes —y supuestamente distintas— de México: el PAN, el PRI y MORENA. La epidemia de desapariciones nos permite constatar que la crisis trasciende a todos los partidos políticos y sus diferencias.

En otro ámbito, ¿qué piensa de la Inteligencia Artificial?, ¿cómo cree que afecta a la literatura?

Más allá de la muy seria crisis de plagios y conflictos de derechos de autor que esto propicia y seguirá propiciando, me entristece profundamente que hayamos sucumbido al canto de las sirenas de renunciar al dolor de crear, de pensar. Escribir es pensar, y la inteligencia artificial no piensa; sólo es un gran banco de datos. Escribir es dejar que te sorprendan las palabras tejiéndose de un modo nuevo, es el deslumbramiento de un estreno del lenguaje, es el extrañamiento de crear mundo e imágenes juntando las palabras de un modo que nadie había hecho antes. Y la inteligencia artificial es exactamente lo contrario: recurrir al lenguaje predictivo, al algoritmo por reincidencia. Escribir es sentir, y la inteligencia artificial no siente. Ojalá que pronto salgamos de la intoxicación de presionar botones en lugar de vivir, y recuperemos la cordura.

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