Culto

Lucybell se despide a la altura de su leyenda con un show atronador y lleno de clásicos

En un concierto de tres horas, y cargado de emoción, la banda que hizo historia en el rock chileno se despidió en Movistar Arena con un set que combinó temas menos evidentes, clásicos y momentos de ambición creativa. Su poderoso directo sonó fuerte ante una audiencia que llegó dispuesta a vivir un adiós que resonará como un eco en la música local.

Foto: Pedro Rodríguez/La Tercera

Lucybell siempre se trató sobre las sensaciones. Era el credo que, como una declaración, manejó el grupo en sus primeros años. Y como un motivo que gana sentido dentro de la historia, aquella premisa se repitió en el adiós, en el show sold out en el Movistar Arena. Un enorme telón blanco desplegado frente al escenario, sumaba la necesaria brisa de misterio.

Un juego de luces, más una presentación en video que recorrió la historia visual de Lucybell, desde el cubo de Comiendo Fuego a los colores de Lúmina, crearon la expectativa. Y cuando bajaban los aplausos, el tambor de José Miguel “Cote” Foncea (quien este año cumplió 20 años integrando la banda), marcó el arranque. Cae el telón. La gente sentada en las sillas ubicadas en cancha, se levanta impulsada por la fuerza del sonido. Claudio Valenzuela comienza a cantar De sudor y ternura con la misma entonación inundada de sensualidad de los días de Peces. El respetable brama. El misterio se disipa y la despedida del grupo arranca con la emoción elevándose hacia lo más alto del Arena.

En su carrera, Lucybell supo desplegarse como una contundente fuerza en vivo. Su despedida no podía ser menos. La gira nacional Ecos, arrancó en julio pasado en Antofagasta, y se extendió por ciudades como Concepción, Valdivia, La Serena, e incluyó hasta un show extenso en la discoteca Blondie, un lugar cuya vibra rimaba con la historia de la banda.

Y como para dejarlo en claro, el grupo acomete con Caballos de Histeria. Un tema de los primeros días, que recién se grabó en el fundamental disco Rojo. Sonó vibrante, poderoso, gracias a la apretada sección de ritmo que aceitaron por años Foncea y Eduardo Caces. La canción destila el rock que siempre contuvo. Luego, saltan hacia Arrepentimiento, uno de los cortes de Amanece, en ese período de comienzos de los 2000 en que exploraron el cruce de rock y electrónica. Aunque la tocan muy fiel a la versión de estudio, sonó algo más cruda, con la energía que le imprime el power trio. Y así, con esa muestra, la banda deja en claro que en su despedida no escatiman energías.

Solo entonces saludaron. “Buenas noches -dijo “Cote” Foncea-. Prepárense para una noche muy larga”.

Foto: Pedro Rodríguez/La Tercera

En el adiós, Lucybell sonó atronador. Muy fuerte. Su capacidad para adaptar su sonido a un repertorio muy ecléctico, se hizo notar en un ambiente cruzado por la emoción del adiós. “Gracias por escuchar”, agradeció Valenzuela, antes de seguir con Ten paz. El primer bloque arrancó con su material más decididamente rockero, en que se puede sacar provecho al touch de Foncea, las Gibson de Valenzuela y la precisión de Caces. La fanaticada repite el grito ¡Lucybell!, ¡Lucybell!”, que los acompañó por años.

El show pasó a un momento más calmo, reviviendo el acompañamiento de cuerdas con el que registraron De este amor no sabrás huir, para Sesión 3000 en el Teatro Municipal. Un guiño a su historia reciente que ratifica lo importante que era el directo para el grupo. Siguieron con Hoy soñé, con un karaoke general, en una muestra de su capacidad de hacer canciones poderosas y vocación masiva.

Foto: Pedro Rodríguez/La Tercera

Las visuales, desplegadas en dos pantallas, al fondo y sobre el escenario, enfatizaban formas, colores, figuras. Sensaciones en diálogo con la música. Por eso apareció un enorme sol crepuscular al tocar Juro al sol, de Comiendo Fuego. Un momento en que la frase de la guitarra de Valenzuela se funde con el fraseo de Foncea y la imaginativa línea que Caces toca en su bajo headless Steinberger.

El show se traslada del escenario principal a uno más pequeño instalado en la parte posterior del Arena. Suena la secuencia de Carnaval. El grupo se mueve a un segmento acústico con Valenzuela y Foncea en las guitarras (este último también con un pequeño bombo en el pie derecho, para marcar el ritmo), Caces en el contrabajo y un cuarteto de cuerdas. Y efectivamente, suena una delicada versión de aquel single del álbum Viajar. El público canta como sintiendo el momento. “Siempre he estado vivo, al menos cuando he logrado llegar”, canta el Arena mientras los teléfonos aportan un acompañamiento de luces. Caces se gira para mirar a su alrededor. El momento está cargado de una vibra difícil de describir.

Siguen con la bella Salté a tus ojos, luego Pez sin auxilio, Amanece (en una gran versión lounge, trompeta incluida), Milagro (de las más coreadas de la noche) y cierran el bloque con la clásica (con Valenzuela cantando de pie y Foncea en la guitarra de 12 de cuerdas) . “Esta música va a seguir calando hondo no solo en nuestros corazones, sino que también en los de ustedes”, dice el batero. El público le responde con un aplauso. Al terminar, bajan y se devuelven por un costado, entre el fervor de quienes les estiran la mano para lograr un saludo.

Foto: Pedro Rodríguez/La Tercera

De vuelta al escenario principal, siguen con la siempre sugerente Rojo eterno (mientras las pantallas se tornan en un rojo brillante). Es el segundo bloque dedicado a la electricidad vibrante de su material más intenso; pasan temas más recónditos como Sueños líquidos, Mi propia cruz y clásicos como Ver el fin (coronada con un juego de lásers), Tu sangre, Sálvame la vida, Solo crees por primera vez, Luces no bélicas (junto a una sección de bronces que le inyectó amplitud tonal) y una trepidante interpretación de Que no me vengan con paraísos. “Este tiempo ha sido dimensionar el inmenso cariño que tienen para nosotros”, agradeció Valenzuela.

Tras dos horas de show vino un momento de respiro. Regresaron a escena al paso de la marchosa percusión triphop de Viajar, con Foncea sumado a la guitarra acústica. Caces, apropiadamente, se cambió de polera y vistió una con la portada de Let it Be, el momento que marcó el adiós de los Beatles. También pasó a tocar con su Fender Precision.

El segmento siguió con Ángel, otro corte recóndito de Lúmina (2004) que sonó cruda. Alternaron con clásicos de la talla de Si no sé abrir mis manos (su traducción a power trio suena convincente), Sembrando en el mar, Fe (la marcha de la batería de Foncea es la clave de la canción), A perderse (los bronces aportan), para llegar al tramo final en que el público se encendió con Cuando respiro en tu boca, Mataz (que el grupo se permite retocar con el sazón de la contraamelodía y solo de los bronces). “No nos queremos ir”, dice Foncea, antes de agradecer a sus compañeros y staff. El adiós, tras poco más de tres horas, lo marcó Mil Caminos. Un tema que se conoció por primera vez en el directo de Sesión Futura y que en la despedida sirvió como una declaración de la carrera del grupo y su volcánico sonido en vivo; la base que les permitió mantenerse en los escenarios, sin descanso, por 30 años. Se acalla por ahora. El eco permanecerá resonando largo tiempo.

Foto: Pedro Rodríguez/La Tercera

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