Perfil de Jorge González: “Sepultó los setenta y ese hippismo trasnochado y triste del Canto Nuevo”
El periodista y académico Juan Cristóbal Peña publica una nueva versión de Sudamerican Rocker Un retrato de Jorge González, donde aborda los orígenes, la irrupción y los motivos tras un cancionero y trayectoria que lo elevó a la altura de Violeta Parra y Víctor Jara. “En sus primeras entrevistas es consciente de lo que quiere y de lo que está haciendo: sepultar a una generación”, asegura.
No había escuchado hablar de ellos, menos su música, cuando Juan Cristóbal Peña (Santiago 1969) vio por primera vez a Los Prisioneros a mediados de los 80, en el festival de un colegio del barrio alto capitalino. Experimentó “algo parecido a un chapuzón en aguas frías” frente a la presencia de esa banda “muy distinta a cualquier otra de la época” vestida con sencillez. La actitud inusitada del cantante en ese Chile sin sufragio donde se entonaba el himno todos los lunes, lo impresionó. “Se puso a pelear con el público a los insultos: cuicos, hijitos de papá, pendejos flojos, les gritaba con desprecio”.
En los siguientes años Peña se convirtió en periodista y no de reparto, sino uno de los primeros especialistas reconocidos en música popular en la década del 90, miembro de una generación que contribuyó al relevo del periodismo de espectáculos entusiasta de la bohemia, las vedettes y los humoristas. Entre el reporteo y la academia, Peña se ha especializado en perfiles de figuras centrales de nuestra historia reciente como Cecilia, Augusto Pinochet y Mariana Callejas. Sudamerican rocker Un retrato de Jorge González (Ediciones Universidad Diego Portales), contenido originalmente en Ídolos, libro editado por Leila Guerriero hace un par de años, persiste en esa línea de personajes que delinean nuestro carácter nacional, que dicen quiénes somos.
“Admiro mucho su música y todo lo que representa como músico y como figura pública -responde Peña por escrito desde Inglaterra-. Su discurso político, su lucidez para leer al país y su época”. “Me parece que desde un comienzo, siendo adolescente -continúa-, fue siempre dos pasos adelante. Sepultó los setenta y ese hippismo trasnochado y triste del Canto Nuevo, básicamente, todo lo que oliera a fogata y vino navegado”. Para Peña, Jorge González anunció el descrédito de la institucionalidad política y criticó los privilegios de clase. “No por nada fue un ícono cultural del estallido social de 2019”, sentencia.
La actualización del perfil incluye las últimas grabaciones del músico, entrevistas, y el libro Ya viene la fuerza Los Prisioneros 1980-1986 (Club de Fans 2024) de Alejandro Tapia “que a mi parecer es de lo mejor que se ha escrito sobre el tema, si es que no lo mejor”. “No sumé muchas cosas nuevas al texto -detalla-, pese a que con Jorge González siempre están pasando cosas. Como le dijo alguna vez a Pedro Carcuro en De pe a pa, es una persona aventurera. Ahora, creo que está mucho más tranquilo, más conciliado consigo mismo y su entorno, después de lo difícil que fue todo el proceso del ACV. Como él mismo dijo en una entrevista reciente, y como también le escuché decir a Cristian Castro, está dedicado a vivir los días (...) sin muchas pretensiones ni demandas, una vida parecida a la que tienen sus gatos. Una vida a la que todos deberíamos aspirar, por lo demás”.
Mientras Miguel Tapia se negó a colaborar en el perfil, lo conversado con Claudio Narea “no me sirvió mucho (...) para los propósitos que buscaba”, cuenta el autor.
“De todos modos -sigue-, la idea de los perfiles es que escapen a la actualidad y a las fotos de último momento; la idea, mi idea al menos, es que sean miradas en retrospectiva que abran preguntas e interpretaciones del personaje y su época”.
—Tus libros perfilan figuras complejas, muchas veces incómodas. ¿Qué te atrae de personajes con ese grado de contradicción? ¿Qué aprendiste de Jorge González al narrarlo?
—No me fue fácil escribir sobre Jorge González porque, como dices, tiene una carrera compleja y contradictoria, es un músico tremendo con dramas a cuestas que no son fáciles de ponderar. En ese sentido, fue como volver a aprender a escribir perfiles y a conocer su carrera musical. Volví a escuchar sus discos, los solistas y los que hizo con Los Prisioneros. Aprendí a valorar de otra forma su música, sobre todo la música que hizo a partir del disco Libro. Una música más libre y sencilla, sin esa pretensión que alguna vez tuvo -o que le impusieron- de sonar en las radios.
Jorge versus la prensa
“El líder de Los Prisioneros, Jorge González, demostró ser de los González rascas el día de su boda (...)”. El reporte del diario La Cuarta sobre el casamiento del músico en diciembre de 1986, es uno de los ejemplos recogidos en el perfil graficando la relación áspera con los periodistas durante largos años. “Creo que esa tensión con la prensa es propia de su personalidad, de su carácter -opina Peña-. Jorge González es un músico y a la vez una figura pública y política, un artista que llegó a desafiar, a cuestionar y alterar el orden de las cosas, y el periodismo y los medios, por cierto, forman parte de ese orden”. El autor asegura que “su crítica y desdén han sido coherentes”, que sostuvo un trato diferente con los medios opositores a la dictadura con los que ”se sintió más cómodo”, distante de la imagen “amable y sonriente que mendigara el favor y el aplauso de la prensa”.
Ya en los 90, el autor y periodista cree que las fricciones mediáticas de González respondieron no solo a su carácter, sino también “por las críticas adversas a su primer disco solista y en no menor medida por la adscripción de una buena parte de la prensa con la derecha política”.
—¿Alguna vez recibiste directrices editoriales sobre cómo cubrir a Los Prisioneros y a González? ¿Se buscaba angular la información de cierta manera?
—Nunca recibí alguna directriz o indicación o algo que se le pareciera. Pero tengo la impresión de que siempre se esperaba algo de él, que se le criticaban sus salidas de madre, sus actitudes hostiles, pero a la vez eran bienvenidas y de alguna forma eran provocadas desde una parte del periodismo de espectáculos. El caso más ejemplar es el de esa conferencia de prensa en que botó los micrófonos. Era como un libreto esperado. A la vez, sus entrevistas y conferencias de prensa siempre garantizaban algo sabroso y punzante, no se salía de ahí sin un buen titular, lo que representa un mérito de él, por cierto. Recuerdo que una vez mi amigo David Ponce, que también hacía periodismo musical, me dijo que con Jorge González no hay pregunta mala: siempre salía con algo sorprendente, agudo, sabroso, incorrecto, algo que vale la pena escuchar y contar.
No debe ser tan divertido
En el perfil se expone la dicotomía de un talento que ansía la fama y que al recibir su premio, descubre lo duro de perder el anonimato y la cotidianidad. Le pasó a Kurt Cobain y también le sucedió a Jorge González. “Coincido en que vivió de una manera contradictoria o incómoda esa fama”, comenta Juan Cristóbal Peña. “Creo que eso explica algunas cosas de la música que hizo en los noventa, ese salto entre el primer disco solista y el segundo. Por lo demás, no debe ser tan divertido ser famoso y popular, al punto de que te reconozcan en la calle y escriban y opinen de ti. Francamente, puede ser horroroso. La fama te sitúa en un lugar muy frágil. Mira tú a esas pobres figuras de la televisión que tienen su temporada de fama y luego, cuando se les acaba, no saben cómo vivir sin ella”.
—En cierta medida, el perfil desacraliza a González en cuanto al motivo del estrellato y las canciones -prioritariamente la conquista de mujeres- antes que encarnar la rebeldía y la crítica social. ¿En qué momento se da cuenta de que su rol es ser más que un ídolo pop, un portavoz generacional? ¿Ese papel se convierte en una carga?
—Si bien creo que tiene motivaciones diversas para aspirar al reconocimiento musical, entre ellas la conquista de mujeres, diría que Jorge González fue consciente de manera muy temprana de su poder y talento. Ya en sus primeras entrevistas es consciente de lo que quiere y de lo que está haciendo: sepultar a una generación y a una estética cultural que se arrastraba con fuerza desde los años sesenta y setenta en Chile.
—Si González era el rebelde por antonomasia, ¿cómo es que su primer álbum solista lo convierte en una figura con un trabajo promocional digno de Chayanne? ¿Cómo llega a ese punto? ¿Fueron decisiones impuestas por el sello o una estrategia que él asumió y luego lamentó?
—Yo creo que operaron ahí un conjunto de cosas. En ese primer disco solista influyeron su vida personal, sus ganas de hacer algo musicalmente distinto a lo que había hecho, y sobre todo la presión de una industria musical que lo empujó a la categoría de ídolo pop de la canción romántica latinoamericana. El yerno ideal, el cantante de los 14 de febrero. Claramente no era la persona indicada para jugar ese papel.
Profesión ídolo
Peña es del bando partidario de considerar a Corazones (1990) como el primer álbum solista de Jorge González, antes que el último título de Los Prisioneros en el siglo XX. “Él hizo todo, compuso, tocó, cantó, grabó -detalla-. Miguel Tapia apareció literalmente para la foto”. El periodista recuerda que el álbum “descolocó a la crítica y al público de Los Prisioneros” desafiando a sus seguidores a reconocer “otros registros musicales y líricos”. “De su etapa solista solista -agrega- me gusta mucho el disco que hizo poco antes del accidente de 2015, Trenes, un disco muy pop pero a la vez íntimo, de canciones sencillas y melódicas”.
—Desde tu perspectiva como cronista y conocedor del medio, ¿cómo interpretas lo ocurrido tras el accidente vascular que sufrió González hace una década? Mi impresión en el momento -y no ha cambiado mucho desde entonces- es que su entorno, y en particular quienes manejaban su carrera, no lo cuidaron lo necesario.
—Me parece que a su entorno se les hizo muy difícil afrontar las cosas, porque abordar algo así no debe ser nada fácil y había, por decirlo así, dos bandos enfrentados, el de su manager y el de su familia. Y claro, entre tanto, hubo gente de su entorno que no manejó bien las cosas o derechamente se aprovechó de su estado y de la turbación de los primeros años. Hay, de hecho, una querella que presentó González por ese motivo.
—A una década del retiro efectivo de González, ¿cómo lees hoy su influencia en la música chilena contemporánea?
—Es impresionante lo que ha pasado y sigue pasando con Jorge González. Su música no ha dejado de sonar y escucharse desde los años ochenta, su música ha trascendido generaciones y es quizás uno de los músicos más trascendentes y venerados, a la altura de Violeta Parra y Víctor Jara. No conozco otro músico chileno vivo que genere la idolatría que genera él.
—¿Por qué crees que Los Prisioneros y Jorge González calaron tan hondo en los países de la costa del Pacífico? En Perú son estrellas máximas. ¿Qué pasó ahí? ¿Qué lo explica?
—Me parece que se explica por la vocación popular y política de sus canciones. Son bailables y a la vez de contenido político, algo que por ejemplo no era común a la música que se hacía en paralelo en Argentina, con excepción quizás de Sumo y un par más de bandas más. Además están sus canciones románticas y pasionales como varias de Corazones y las del primer disco solista, que con el tiempo se escucha distinto. Me parece que Los Prisioneros, y en particular González, leyeron muy bien su época, en el sentido de interpretarla y proyectarla al futuro.
—Los perfiles, las investigaciones, los libros biográficos, no responden todas las preguntas ni agotan a los personajes. ¿Qué aristas de Jorge González y su obra crees que aún merecen análisis y reflexión?
—De Jorge González y Los Prisioneros se han publicado muchos libros y perfiles, quizás más que de ningún otro grupo popular chileno, y de seguro se seguirán escribiendo. Hay libros biográficos y de entrevistas, podcast, películas, series de televisión. Su vida daría para una muy buena biopic, ahora que están de moda. Sus discos, cada uno de ellos, en especial los que hizo con Los Prisioneros y los primeros solistas, darían para un libro aparte cada uno.
Más información del libro se puede ver aquí.
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