Raphael era puro histrionismo, drama y pasión cuando los artistas románticos de los 60 se expresaban con la gestualidad de un niño recitando poesía en la primaria. Ceñido de negro, alzaba la voz hasta la estratósfera, giraba las muñecas y miraba fijamente a las cámaras de televisión y cine, a la manera de un encantador de serpientes. El efecto de su presencia escénica fue sísmico en la España franquista y Latinoamérica. Se convirtió en un género en sí mismo, en el maestro de la afectación para intensificar el impacto de esas canciones escritas por otros. Un intérprete superlativo como lo fueron Sinatra y Elvis.

Cantaba angelicalmente desde los cuatro años. A los siete su destino quedó sellado al ganar un concurso en Salzburgo como la mejor voz de Europa. Con 17 discutía las condiciones de su primer contrato con el sello Phillips, para imponerse dos años después en el festival de Benidorm. A los 25 gozaba de independencia económica con un manejo astuto y a largo plazo, seguro de su cuantía, luego de que un empresario se quejara de su caché. Ante la oferta de dinero o porcentaje en aquel primer acuerdo discográfico, tomó la segunda opción apostando todo a ganador, confiado en que no tenía competencia. Antes de los 30 ya había actuado en Las Vegas y en el show de Ed Sullivan, el mismo donde Elvis y Los Beatles cambiaron el curso de la historia.

“El divo de Linares” abrió el camino para esa armada invencible de la canción popular que zarpó desde España con Julio Iglesias, Joan Manuel Serrat, Mocedades, Nino Bravo y Camilo Sesto, entre otros, a la vez decisivo en el estilo de rockeros coterráneos como Enrique Bunbury. En Chile, como en toda Hispanoamérica, es una estrella omnipresente grabada a fuego. ”Conservo un afiche de Raphael, y me peino como él”, cantaron Los Prisioneros en La Cultura de la basura (1987).

Mientras Camilo Sesto no logró superar las arenas del olvido en España, Raphael se sobrepuso a los bajones de popularidad -en los tiempos de La Movida representaba la antítesis de lo moderno-, y las parodias a los manierismos. Zafó sin mayores consecuencias de acusaciones vinculantes a la dictadura porque, entre otras razones, Carmen Polo, la esposa de Franco, solía asistir a sus conciertos. Mantuvo presencia en las listas de éxitos por casi tres décadas desde Yo soy aquel de Manuel Alejandro, la magnífica carta de presentación de 1966 como declaración de principios, hasta Escándalo de Willy Chirino en 1992, un hit kitsch donde rapeaba y que sonó hasta el hartazgo.

Sigue activo encantando audiencias con nuevos lanzamientos y propuestas en pos de proyectar su obra, mediante giras de maratónicos setlist como Raphael sinphónico con sazones orquestales y electrónicas, en tanto la escena indie española certificó su influencia al encabezar el festival Sonorama en 2014.

Es ejemplo de temple frente a los quebrantos de salud, contando un publicitado trasplante de hígado y un accidente cerebrovascular frente a las cámaras en diciembre pasado. Pero Raphael siempre vuelve con la sonrisa y la cabellera intacta. Inicia una nueva gira este mes y es probable que actúe en Chile en octubre de 2026.

La Academia Latina de Grabación, responsable del premio Grammy Latino, anunció esta semana que el astro hispano será honrado como “Persona del año” en noviembre. El reconocimiento, que ha honrado a numerosas figuras que probablemente no brillarían en el firmamento pop en nuestra lengua si no fuera por su trayectoria, arriba tarde pero llega para una estrella inigualable.