Columna de Héctor Soto: Olor a sangre

31 de octubre del 2019/SANTIAGO Los presidentes de partido de oposición, llegan a la Moneda, para reunirse con el Ministro del Interior. De izquierda a derecha: Carlos Maldonado, el presidente del Partido Radical, Alvaro Elizalde, el presidente del Partido Socialista, Fuad Chain, el presidente de la Democracia Cristiana, Heraldo Munoz, El presidente del Partido por la Democracia, FOTO: SEBASTIAN BELTRAN GAETE/AGENCIAUNO Sebastian Beltran Gaete

Visto que el escenario electoral ya no puede estar más recargado de aquí al término del actual gobierno, y dado que el país saldrá muy herido de la actual emergencia sanitaria, no se necesita mucha madera de estadista para plantear la conveniencia de un acuerdo político que en el corto y mediano plazo ayude al país a enfrentar los desafíos que vienen. Son desafíos arduos. Estamos entrando a una crisis económica que, si bien debiera ser corta, será extremadamente violenta. Vienen a lo menos cuatro meses de terror. Estamos, además, lejos como sociedad de haber extinguido el fuego que movilizó las protestas y desórdenes de octubre. Tenemos, por otra parte, cuentas pendientes en temas como previsión, salud, endeudamiento y seguridad pública que se han estado acumulando por años y que son muy anteriores a la revuelta. Y estamos, en fin, ante un escenario externo que, al margen de los menores precios del petróleo, que nos favorecen, no deja pasar un día sin castigarnos con noticias desalentadoras, menores oportunidades y más nubarrones sobre el horizonte.

Precisamente por eso, porque el país está más cerca del despeñadero de lo que nunca ha estado en los últimos 30 años, el imperativo de alcanzar un acuerdo político más o menos transversal de gobernabilidad se vuelve más urgente que nunca. Es en momentos así cuando las dirigencias políticas se ponen a prueba para establecer si son capaces de anteponer el interés general del país al espíritu de secta, a los pleitos subalternos, a los legítimos y a veces no tanto apetitos de poder.

No hay que militar en el pesimismo para poner en duda la viabilidad de ese acuerdo. Sobre todo ahora, cuando estamos entrando en la fase más crítica de la pandemia, cuando el sistema de salud está muy sobreexigido y cuando finalmente las cifras están poniendo al ministro de Salud y al propio Presidente contra las cuerdas, para recordarles que el manejo que han tenido de la crisis no ha sido tan exitoso como se creía hasta hace pocos días. Huelen debilidad. Ocurre nada muy distinto de lo que sucede cuando las hienas o los tiburones perciben o sienten sangre: se enardecen y atacan.

Digamos las cosas como son: como lo muestran los sesgos de los medios y la discusión en redes sociales, hay gente que está muy contenta con el giro dramático que finalmente están tomando los contagios. Es a lo que han estado apostando desde hacía semanas o meses: a que el país se sobregire, a que se instale el caos, a que todas las variables de la normalidad se salgan de control, confiando eventualmente en que, en un contexto de río revuelto, más de algo pueda quedar atrapado en sus redes de captura. Desde que la oposición apostó a botar a un ministro tras otro y desde que -en una decisión que puso en duda su compromiso con el sistema democrático- intentó incluso derrocar al Presidente de la República, esta ha sido la moral, la línea y la constante rectora del bloque.

Es por eso mismo que el consenso se hace difícil. Puede haber buena disposición, quizás, tal vez, a lo mejor, si Dios quiere, en un sector de la DC y en el riñón más socialdemócrata de la centroizquierda. Algún sentimiento de culpa (esporádico, voluble, muy poco asumido) ronda a veces en estos grupos a raíz del obstruccionismo de la mayoría parlamentaria. Pero, ¿bastaría ese viejo y desprestigiado vértice de la política chilena para instalar un pacto como el que se requiere? Es más, ¿vale la pena un consenso que se gane por dos o tres votos, con suerte? ¿Vale la pena llegar a acuerdos malos -malos técnicamente, como el que se convino en algún momento con la directiva DC respecto de la reforma a las pensiones- o es preferible esperar a que el contexto político se serene, cosa que resulta muy improbable en la actual legislatura?

Son dudas pertinentes en este momento. El gobierno de Piñera, sea corta o larga la pista que se requerirá para el reencuentro de Chile con la normalidad, ya está jugado. No tiene ya mucho margen político ni tampoco económico para llevar a cabo una agenda ambiciosa. Tuvo su hora, tuvo el estallido y tuvo esta pandemia. Pero no tendrá siete vidas, como los gatos. El coronavirus terminará consumiendo todos sus esfuerzos y esta debiera ser su gran prioridad. Esta y, por supuesto, la gestión de la crisis económica en curso. Eso ya es bastante. El resto -es decir, lo que traiga el futuro, lo que decida la ciudadanía en el plebiscito y lo que hagamos los chilenos con nuestras viejas pulsiones de saltar al vacío de tarde en tarde- probablemente no le concierne.

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