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Columna de Oscar Contardo: Suma cero

MAURICIO MENDEZ/ AGENCIAUNO

Tanto paño que cortar. Podríamos, por ejemplo, echar mano al título del libro de cuentos ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?, de Raymond Carver. Una interrogación que da paso a un conjunto de relatos brillantes con historias más o menos banales, más o menos espeluznantes, pero todas tan concretas como la vida misma. ¿De qué hablamos cuando hablamos de oposición en Chile? O, mejor que eso, ¿de qué hablamos cuando hablamos de izquierda? Y las respuestas pueden surgir desde la historia, desde la filosofía, desde los libros de memorias de viejos militantes o desde el desengaño. Aun si acotáramos la búsqueda restringiendo la mirada retrospectiva, las respuestas podrían ser tantas como las voces dispuestas a explicarlas.

Está, por ejemplo, la izquierda satisfecha, aquella que después de dos décadas de persecuciones respiró aliviada, primero, y luego se sentó en la comodidad de los sillones de los despachos de gobierno, cambió su lenguaje, mutó sus viejos hábitos y ejerció el poder hasta que se le transformó en un hábito gozoso; una izquierda que puso entre paréntesis un puñado de convicciones y asumió que su propio bienestar -el acceso a directorios de empresas, el bling bling de los happy few, la frivolidad añeja disimulada de irreverencia- era el de todo ese ancho mundo que pretendía representar. Ese vasto electorado que fue abandonando a su suerte, en las periferias de las ciudades a las que esta izquierda satisfecha llegaba a través de lugartenientes que negociaban su propio ascenso con enjuagues de distinta calaña, cocinando los brotes de democracia con una receta venenosa, pero cundidora. Para esa izquierda, el pueblo devino en gente, la gente en gallada y la gallada en un tabulado de Excel que indicaba, sin lugar a dudas, los logros materiales alcanzados. Agradezcan más y quéjense menos, dirían de vez en cuando, desde los escombros de su proyecto.

Está también la izquierda insatisfecha, crítica, de contornos difusos sugeridos en el esbozo frágil de que la mera juventud es un valor en sí mismo; una izquierda que carece de columna vertebral, que se moviliza buscando causas sucesivas que no llegan a articularse en un sentido mayor que el entusiasmo momentáneo que enseguida decae, como un conjunto de pasiones que flotan en un vacío existencial que impide que cualquier liderazgo se consolide más allá de la popularidad momentánea; una izquierda que, como ciertos organismos simples, se segmenta infinitamente sin llegar a cobrar contundencia ni demostrar mayor cualidad que la intensa necesidad de concentrarse en los vicios ajenos ignorando los propios, dividiendo el mundo según una escala de virtudes que difunde como un catecismo que pocos están dispuestos a atender. Si lo que se necesita es proyectar un futuro, o al menos el plan de sus cimientos, lo que la izquierda insatisfecha brinda son comunicados públicos que se leen como revanchas privadas.

La fracasada unidad de la oposición de cara a las próximas elecciones municipales es el resultado de una suma cero entre izquierdas distintas, que parecen no darse cuenta de que lo ocurrido hace un año fue la exigencia desesperada de una respuesta clara y concisa; un alarido de advertencia desde el otro lado del foso, desde la orilla que habitan quienes se cansaron de escuchar buenas intenciones. El estallido no fue un reclamo contra un gobierno o un sector político específico, sino un grito de repudio al sistema completo de eso que llamamos nuestra frágil democracia. El mensaje fue estruendosamente claro y estaba dirigido, incluso, a las izquierdas que suelen disputarse la vocería del descontento.

Hay muchas izquierdas, sin embargo, esta semana demostraron tener algo en común: la incapacidad de entender el papel que se les está exigiendo. Le impusieron al país un festival de recriminaciones mutuas, una comedia miserable encarnada por dirigentes de mayor y menor calado, que brindaron un espectáculo lastimero de declaraciones que sólo demostraban, otra vez, que aún no entienden lo que está en juego. Las principales exigencias que el estallido expuso siguen sin lograr respuestas adecuadas de parte de ningún sector político, pero la derecha ya está ordenándose para enfrentar unida lo que venga. La izquierda, en tanto, redacta comunicados y declama explicaciones confusas con oratoria altisonante para un electorado que malvive presa de la crisis económica y sanitaria. Un mar de palabras que de poco valen, porque sencillamente a nadie le interesa escuchar tantas versiones de una misma mezquindad, ni buscar en distintos letreros la dirección que lleva hacia la derrota.

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