Gallina con cuatro patas
Lo cierto es que el pollo siempre ha estado ahí, revoloteando, dando sentido, calidez y nutrición a nuestra existencia. Y eso que nada hemos dicho del impajaritable pollito al velador. Ni de su centralidad en el menú patrio: el pollo asado, el ave palta, el pollopleto.

Blanca Varela, la gran poeta peruana, de cuya muerte se cumplen ahora diez años, escribió versos misteriosos, bellos y audaces: "Soy el dios de un cielo vacío como un huevo vacío / Mi piel el revés del cascarón donde la vida ardía". Lejos de querer interpretarlo, me quedo con la imagen de un dios sosteniendo un huevo vacío, como ese que en artes plásticas había que perforar por los extremos, soplándolo por uno de ellos hasta botar por el otro la yema y la clara para luego pintar la cáscara con motivos festivos.
Tal como pensar el presente es pensar el pasado y el futuro, pensar en huevos es pensar en gallinas y pollos. Se mira muy a huevo al pollo, es el aporte cicatero en los asados, la opción pobre en la cazuela o el pastel de choclo. Si hasta la otrora desdeñada entraña vale hoy cinco veces más que un tonto pollo. Sospecho que la culpa la tiene la harina de pescado con que los alimentan. Como sea, el pollo es, en lo real y lo simbólico, un menospreciado. Por suerte los supermercados se habrían puesto a la vanguardia, revalorizándolo como ser vivo, teniéndole aprecio y subiéndole el precio.
"Íbamos por pollo y nos daban polla", reclama un precipitado por ahí. Alega que el retail se coordinaba para encarecer el trutro corto, el trutro largo, la pechuga entera y las alitas, tocándonos los huevos y descascarándonos el presupuesto alimenticio. Alguien podría retrucarle que no se sulfure, que por qué mejor no suponer una magnánima voluntad de combatir, con firmeza pero sin ostentación (de ahí el silencio en que habrían tenido lugar las coordinaciones), el duro e indignante trato que viven millones de pollos en la industria del agro, apretujados en jaulas estrechas, más desgraciados que pollo en corral ajeno. Pero no: dele que dele la cargante Fiscalía Nacional Económica con revolver el gallinero, y la sociedad y la prensa con ver debajo del agua, prejuzgando como "colusión" lo que bien podría ser, ya lo decíamos, salvataje animalista, un proceder algo mesiánico y desprolijo, si se quiere, pero generoso igual. Noé también tuvo que tomar decisiones impopulares. La Corte Suprema dirá.
Lo que está fuera de discusión es la relevancia cultural del pollo. Se trata de una presencia que en Chile, como los pollos mismos, jamás volará, no desaparecerá, no se echará el pollo porque está en nuestra médula. Véase sino su frecuente uso como apodo (el Pollo Véliz, el Pollito Fuentes) y su fuerza en expresiones como la rogativa o imperativa de silencio en un diálogo de tenor coloquial ("Muere pollo, chuchetumare"). O su presencia en canciones formativas ("Los pollitos dicen", hoy desplazada por la meliflua "Gallina pintadita") y su variado uso metafórico, por ejemplo para aludir al escupo ("échalo a volar", ironizan los amigos cuando alguien expectora con flema) o al ayudante de trabajos, bajo el curioso apelativo de medio-pollo: qué sería de la economía irreal de Chile sin esos trabajadores fantasmales.
Lo cierto es que el pollo siempre ha estado ahí, revoloteando, dando sentido, calidez y nutrición a nuestra existencia. Y eso que nada hemos dicho del impajaritable pollito al velador. Ni de su centralidad en el menú patrio: el pollo asado, el ave palta, el pollopleto. El año pasado, cuando recibió la noticia del Premio Nacional, Diamela Eltit dijo a la prensa algo de un realismo perfecto, una imagen indeleble para fijar la ocasión: "Con mi marido estamos asando una presa de pollo, así que vamos a almorzar aquí en la casa".
Nuestra literatura siempre ha dado cuenta de la pollitud, desde Pablo de Rokha ("los pollos nacidos que van lloviendo") a Delia Domínguez, de Marta Brunet a Gonzalo Maier. La poesía de Enrique Lihn está significativamente llena de gallos y gallinas; en 1986, en una entrevista con Pablo Azócar para la revista Apsi, el gran poeta –que aunque leía novelas sabía cosas importantes– dijo estas palabras tras las cuales yo ya no diré ni pío: "Aquí muchos de los monstruos son de cuello y corbata. No se reconocen como tales, con la apariencia de amables y distinguidas personas hablan en los diarios y aparecen en la televisión. Sin darse cuenta, están en un sistema que les permite conductas aberrantes. Y lo hacen con toda alegría. Chile, en definitiva, hoy es eso: una gallina con cuatro patas".
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