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Rutger Hauer: El actor sin miedo

Fallecido a los 75 años, el actor holandés que saltó a la fama en Blade Runner dejó atrás una filmografía extensa, irregular y a ratos desconcertante. Trabajó con directores de talla mundial y con otros que no conoce ni el perro. Fue vampiro, pistolero, samurai y replicante. Fue, a la larga, el gran actor B de su generación.

Rutger Hauer

Es la vieja historia de los actores de cine: el rol que los consagra en la cultura popular no es necesariamente el que recuerdan con más cariño o el que mejor exhibe sus talentos. Antes de presentarse a audicionar para Blade Runner, Rutger Hauer ya tenía una década de películas y televisión a sus espaldas. No era un novato y tampoco un aparecido. Pero para Hollywood era una cara nueva y por eso su desempeño como Roy Batty agarró de sorpresa a tanta gente, productores y críticos incluidos. Batty no era un villano blindado e indestructible como Darth Vader ni un sádico irredimible como los nazis de Los cazadores del arca perdida.

Batty era -sigue siendo- la criatura más compleja del universo de ese Los Angeles 2019. Era su dolor y desconcierto lo que uno seguía en el drama y era su muerte, la famosa muerte con el famoso monólogo y la paloma, lo que permanecía en la retina mucho después de haberse olvidado del final (de los finales) con Harrison Ford y Sean Young.

Hauer llegó a presentarse a la audición con el director Ridley Scott recomendado por una amiga. Como lo cuenta el propio Scott en el documental Dangerous Days, Hauer llegó a la cita vestido con una especie de pijama-buzo de un solo color, con el pelo parado y una flor en el pecho. El director dudó. ¿Este era el tipo duro, el némesis del héroe que le estaban recomendando? Ambos hablaron durante horas, según cuenta Hauer. Y después, casi al final de la charla, el actor le pregunta a Scott si puede poner en las escenas del personaje "todas las cosas que no deberían estar ahí, el humor, la poesía, la ternura".

Scott, como buen director, no le lleva la contraria de inmediato. Le dice que verán la forma de trabajar con todo eso cuando ya estén en el rodaje. Sin embargo, Scott sigue audicionando a otros actores en el intertanto. Hauer no le convence, por cierto no como le convenció Harrison Ford, quien llegó al rol de Deckard después de que estrellas como Dustin Hoffman y Robert Redford descartaran la oferta.

Y a la hora nona, Hauer llega a ser Roy Batty. Y su actuación es -valga el cliché- el mejor efecto especial de Blade Runner. Es el corazón de la peripecia y además, seamos francos, es el personaje más entretenido de ver. Si un defecto fue claro desde el inicio en la película era que sobraban escenas de Harrison Ford y faltaban escenas de Hauer. Uno quería saber más de él y de la manera torcida y ultraterrena con que miraba el mundo, con ese ojo envuelto en llamas que abría la historia y que era el suyo y el nuestro.

Hauer, contrario a lo que habría hecho un Cruise o un DiCaprio en su momento, no capitalizó la buena prensa de su trabajo en Blade Runner para saltar a la primera línea de las superproducciones. Rechazó ofertas para salir en películas de gente como Spielberg y John Frankenheimer y se aplicó a rarezas como The Osterman Weekend, la última cinta de Sam Peckinpah y una de las peores de su carrera. Fue un caballero medieval en Carne y Sangre, un héroe legendario en El hechizo del halcón y un psicópata carretero en The Hitcher.

En 1988, nadie sabe muy bien por qué, el italiano Ermanno Olmi le dio el protagónico de La leyenda del santo bebedor, un pequeño drama de tintes religiosos donde Hauer está en todas las escenas (lo que sería a priori algo magnífico), pero donde nada tiene mucho interés. La película se ganó un montón de premios, pero Hauer -de nuevo- le hizo el quite a la ruta obvia y se sumergió en cintas B como la estupenda Furia ciega (1989), donde era un veterano de guerra ciego que hacía justicia a punta de sablazos.

Lo que vino después fue el período que le hizo un santo patrono de los videoclubes en Chile y en el resto del mundo. Películas de baja estofa combinadas con rarezas, actuaciones memorables atrapadas en historias de clase Z, Hauer perdido en Hauer. Sólo en 1994 hizo seis películas y de ellas nadie se acuerda.

Por eso tuvo sentido que Alicia Scherson lo pusiera en El futuro (2013) interpretando a una ruina de actor olvidado de viejas películas de romanos y luchadores. Esa era a las alturas del siglo XXI la visión que muchos teníamos de él. Un ángel futurista que había envejecido en la canalla de la mala ficción.

Pero cuando uno mira su filmografía, entre la selva de mamarrachos y balas perdidas, se encuentra con joyas más allá de Roy Batty. Está el prisionero de Wedlock (1991), esa versión high-tech de Escape de Sobibor. Y está el terrorista psicópata de Halcones de la noche, ese olvidado y recio policial que hiciera con Stallone justo antes de saltar a la fama.

Y sobre todo está mi Rutger Hauer favorito, el policía maniático, adicto al café, el chocolate y los cigarrillos de Fracción de segundo (1992) esa joya disfrazada de mala película. Ahí, Hauer no sólo se burla de sus propios manierismos bladerunnerianos. También se burla de toda una década de héroes de acción maniáticos y sobre-estimulados. Crea un personaje que parece sacado de las páginas de una Cimoc o de una Fierro y con él protagoniza una intriga que incluye calentamiento global, ritos satánicos, un demonio carnívoro asesino en serie y un desfile de armamento pesado que dejaría en vergüenza al Schwarzenegger de Depredador.

Fracción de segundo no tendrá el pedigrí de Blade Runner, ni su mito ni su impacto en la cultura popular. Pero uno siente que ese es el Hauer que más se divierte, el que más juega y el que a la larga le hace honor a esa frase que Roy Batty dice justo antes de su famoso monólogo y que para mí es tanto o más icónica: "Es duro vivir con miedo. Es como una picazón que nunca te puedes rascar. Eso es la esclavitud".

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