Sesenta días de Ribera: La tregua con Presidencia que marcó su aterrizaje en RR.EE.

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A punto de cumplir dos meses en un cargo para el que se había preparado por años, el Canciller llegó demarcando autonomía para no repetir la experiencia de su antecesor, Roberto Ampuero, quien vivió horquillado entre el Presidente y asesores suyos como Benjamín Salas. Ribera llevó su gente, pactó sus condiciones con el gobernante, con el Segundo Piso y coordinó un nuevo trato con el consejero presidencial. Pero le falta convencer a sus predecesores en la oposición.


-Presidente, deme sesenta días para tomar el control del ministerio.

La faltan todavía doce días para llegar a la marca -juró el pasado martes 18 de junio-, pero desde que fue fichado para poner fin y suceder a la dificultosa gestión de Roberto Ampuero, una de las urgencias de Teodoro Ribera fue abrirse paso en un ministerio con sabor a territorio extranjero. Pero sobre todo, en una cartera que encontró con señales de estar más subordinada a la Presidencia que lo formal: El novelista y autor de la saga de Cayetanó Brulé había dejado la Cancillería tras sucesivos episodios en que quedaba claro -a ojos de parlamentarios vinculados a las relaciones exteriores- que tenía menos incidencia en estos asuntos. Desnivel condimentado, además, por la incidencia que tenía el asesor presidencial en esos temas, Benjamín Salas Kantor. Con el pedal en Palacio, la agenda de RR.EE. se volcó a Venezuela y abrió un flanco adicional con la oposición.

Ribera, quien conoce al Presidente desde hace décadas (ambos vienen de RN y fueron parlamentarios), comenzó por saber dónde llegaba, bajo qué condiciones, dónde estaba parado y -especialmente- con quiénes contar. Entre el día de su designación y su juramento, ese martes 18, priorizó al menos cuatro reuniones cruciales para delimitar su campo de acción.

La primera fue con el Presidente, la que se concretó entre su nominación y el día en que juró como canciller. En este reencuentro -Ribera ya había sido brevemente su ministro de Justicia en su primer período, entre el 2011 y el 2012- ambos abordaron las condiciones de su nuevo cargo, incluso al nivel de establecer que, en lo posible, ambos no asistan juntos a todos los viajes al extranjero, sino que se los distribuyan. En conversaciones posteriores, el Canciller le ha hecho presente y han conversado por anticipado las nóminas de embajadores que hay que renovar, a quiénes cambiar por quién y una serie de detalles: el objetivo es que no los alcancen los plazos y se generen vacancias.

En RR.EE. afirman que una de las cosas que pidió Teodoro Ribera es tener siempre línea directa con el Presidente Sebastián Piñera, algo que -aseguran- hasta ahora se ha cumplido, sobre todo porque se conocen hace años. En ese sentido, afirman las mismas fuentes, que cuando Ribera llegó a la Cancillería hubo varias advertencias internas de que la relación con La Moneda sería compleja, debido a que Salas tenía influencia en muchas de las decisiones del Mandatario y eso dificultaba que el exministro Ampuero tuviera un poder real.

En el Ejecutivo, reconocen además que esto ocurría más debido a que Ampuero "era más débil" en cuanto al manejo de los temas jurídicos internacionales. Pese a eso, en el gobierno aseguran que Salas mantenía una buena relación con él y que lo mismo ocurre con Ribera.

Después de Piñera, Ribera pasó a una bilateral con Cristián Larroulet, jefe de asesores presidenciales, de quien depende Salas. Lo que se sabe de eso es que tuvo todo el gusto a un "rayado de cancha": para el nuevo canciller era vital delimitar funciones y atribuciones, y despejar la sospecha o sombra de una incidencia mayor del Segundo Piso en sus terrenos. En simple, demarcar autonomía. Después, eso sí, se ha comentado que el ministro tiene una buena relación con el consejero del gobernante.

Luego vino el turno de la cita con la ministra vocera de Gobierno, Cecilia Pérez. Además de coordinar tonalidades comunicacionales, Ribera necesitaba recabar detalles de qué falló en la experiencia Ampuero.

Pero lo crucial de la ronda con Presidencia, y en la que también fueron funcionales las citas que Ribera llevaba hasta entonces con el "check" hecho, era la que le quedaba con el propio Benjamín Salas . El asesor de Piñera en relaciones exteriores gozaba durante la era Ampuero con su propia cuota de poder, y hasta hoy recuerdan en el ministerio que una de las evidencias era la compartimentación de documentos e información: no todos llegaban a la oficina del ministro.

Con Salas, Ribera -cuyo carácter y estilo son de pocos rodeos- tuvo una conversación franca para delimitar bien los roles. Después ha transmitido a sus cercanos que tiene una buena relación con él y que le reconoce dotes como su capacidad de procesar rápido información y datos funcionales al Presidente.

Desde entonces, el asesor es "convocado" -no integra por defecto- a las reuniones de gabinete que sostiene el ministro junto a su equipo cada viernes. Y en el Piso 15 del edificio del ex Hotel Carrera aseguran que no han vuelto a tener con él los roces de la era Ampuero, ni información compartimentada.

En La Moneda, en tanto, afirman que Salas sigue participando de las reuniones del Mandatario en temas internacionales. Por ejemplo, estuvo presente cuando Piñera se reunió con los excancilleres el 24 de julio, porque así le corresponde en su rol de asesor. En el gobierno además dicen que él mantiene reuniones constantes con los dos subsecretarios de la cartera.

Con todo, algunos en el Ejecutivo afirman que el estilo de Ribera pone más límites a Salas porque le gusta estar "más encima" de las decisiones, versión que, en todo caso, otros desestiman. Otras voces agregan que Salas y Ribera tienen más sintonía porque ambos son abogados, con especialidad en temas internacionales.

En simple, algunos lo explican así: el Presidente conduce la política exterior, según la Constitución, mientras el canciller la implementa, lo dice su ley. Y que en todos los países los presidentes tienen asesores personales pera ayudarlos en sus temas internacionales y en las decisiones.

En parte por eso, Ribera comenzó por pedirle al Presidente esos sesenta días de "toma de control". Pero hay más.

Ajustes y desajustes

¿Por qué necesitaría o querría Ribera un plazo así para eso? Primero, porque encontró la misma estructura que rodeaba a Ampuero, y necesitaba delimitar roles y autonomía. Segundo, porque además de haberse preparado para este cargo, él se enrogullece de su experiencia y conocimiento en estos temas (una vez citó generosamente pasajes minuciosos de la historia del Paraguay en un encuentro junto a otros diplomáticos), y no está dispuesto a ser un mero funcionario.

Tercero, porque llegó sin un equipo de confianza y debía instalarse. Y cuarto -hay otros motivos-, porque la Cancillería ya no es un ítem pacífico en que el titular cuenta por defecto con el apoyo de gobierno y oposición porque son "temas de Estado".

Para este sector, eso se debe a que la administración Piñera apostó por la oposición a Maduro y porque prefirió hacer política interna a costa de la exterior. Para la Cancillería, es porque los temas limítrofes, que unían puertas adentro, se están acabando a medida que se agotan los juicios en La Haya, y ahora son otros los tópicos que dominan la agenda. Pero como sea, la concepción de Ribera es que Caracas no siga siendo  el protagonista de los asuntos de su cartera.

En parte por eso comenzó prodigando a la oposición gestos como invitar a los ex cancilleres -que ya habían confomado un frente contra Ampuero y la política exterior piñerista- a fumar la pipa de la paz y conversar. Entre sus primeras gestiones, además, había ido al Congreso a tender redes con algunos de ellos, como el senador PS José Miguel Insulza,  presidente de la comisión del ramo.

En vista de eso, además, rearmó  su equipo. A su jefe de gabinete, Carlos Bonomo, Ribera sumó otros fichajes: Luis Hernán Granier, quien fue su jefe de gabinete en Justicia; el embajador Juan Eduardo Burgos; Roberto Ruiz, hasta hace poco director de Planificación Estratégica de la Cancillería (Diplane), y el periodista Ricardo Alt, quien asesoró al subsecretario del Interior, Rodrigo Ubilla, en Piñera I.

Dicho equipo se reúne los lunes, entre 15:00 y 16:30. Los viernes, Ribera se sienta junto a sus subsecretarios Carolina Valdivia y Rodrigo Yáñez. A ambos los está conociendo en terreno y a diario.

Pero episodios como la polémica por la abstención de Chile en la ONU en la votación del Consejo de Derechos Humanos respecto a los crímenes que se cometen en Filipinas, dicen, le dejaron clara una cosa. Que no bastaba que la subsecretaria Valdivia -una de las versiones sostienen que ella tomó la decisión final, no Ribera ni el Presidente- zanjara el asunto solo siguiendo "el manual", es decir, revisar cómo estaban votando los socios de Chile en Asia (Japón también se había abstenido) y cómo había votado antes nuestro país. Pero que no se calibró el impacto político puertas adentro y la evidente contradicción con el discurso ante Venezuela.

Oposición: Mejor que con Ampuero, pero faltan pruebas

En la oposición rescatan y valoran el cambio de tono con la llegada de Ribera. Dicen y subrayan que lo ven con más autonomía que Ampuero y con más dominio de los temas. Pero entre las varas que utilizarán para medir si su  gestión es mejor que la de su antecesor -más allá de las formas-, hay una que parece depender más de su jefe, el Presidente, que de él mismo: una cierta enmienda o cambio de rumbo en temas como el Pacto de Escazú y el Migratorio de Marrakech.

Primero, la parte llena del vaso. Heraldo Muñoz -quien no tenía a Ampuero entre sus favoritos-, dice que destaca de Ribera su "disposición al diálogo, porque a menos de una semana de asumir, el ministro Ribera convocó a una reunión de ex cancilleres, una señal importante. Tuvimos una conversación sustantiva sobre temas como el conflicto comercial entre Estados Unidos y China, el asunto del Silala, Venezuela, los desafíos multilaterales".

Y que también ve "disposición a retomar el sentido de una política de Estado; eso ha sido lo principal de ests primeras semanas".

Insulza (quien, por el contrario, se llevaba bien con Ampuero), dice que "el canciller se ve más seguro, tiene un conocimiento importante de los temas, y sobre todo de derecho internacional" y que  "por cierto que este canciller es mucho más dueño del cargo" en comparación a su antecesor, que tenía "algún grado de inseguridad en lo que hacía".

Eso sí, y aunque recalca que "el trato en algunos aspectos ha sido muy adecuado" y que Ribera "es accesible cuando se le pide que lo sea", el senador PS le pasa uan factura: "Como se lo hice ver hace unos días, por alguna razón que ignoro, excluyó a las comisiones del Congreso de todo contacto con el canciller Chino y el con el canciller francés, cosa que no es habitual. Quedamos que íbamos a conversar ese asunto".

La mitad vacía del vaso tiene que ver con lo que ambos creen que falta: pruebas concretas más que buenas intenciones en las formas. Y los dos se remiten a la reunión a la que los invitó Piñera a La Moneda (24 de julio), cita que siguió a la Ribera había convocado a los mismos ex cancilleres a su oficina (21 de junio). En esa cumbre la oposición le tocó al gobernante el asunto Escazú y el asunto Marrakech. En RR.EE. dicen que el gobernante no comprometió palabra ni acción, pero no recuerdan lo mismo sus interlocutores.

Muñoz insiste en que "me gustaría que hubiese una reconsideración de la no firma del Acuerdo de Escazú y el Pacto Migratorio de Marrakech" y que en esa cita Piñera "dijo que habría una reconsideración" de la decisión de no haber votado. Recordando en detalle, relata que el gobernante les expresó "disposición a conversarlo y a reconsiderarlo, en el entendido que quien define la política exterior es el Presidente. Pero él estaba dispuesto a escuchar los puntos de vista más detallados sobre el por qué debier Chile firmar el Acuerdo de Escazú"

"Insistí bastante en ese punto, y otros insistieron en el Pacto Migratorio", detalla, pero insiste en que el gobernante "dijo ok, conversemos esos temas; fue una manifestación de voluntad del Presidente y esperamos que se concrete. Eso depende del gobierno y será a través del canciller Ribera".

El hoy jefe PPD también pone en la lista de pendientes "el cuestionamiento que hizo la Cancillería anterior a la comisión y a la Corte Interamericana de Derechos Humanos -que me imagino habrá tenido el apoyo del Presidente-, que fue algo de lo que nos enteramos por la prensa, y fue una muy mala señal". Si a eso "se suma la votación por Filipinas, eso ya presenta un problema. Esperamos que esas situaciones se reviertan", cierra Muñoz.

Insulza también tiene peros, y que la verdadera relación "se va a saber cuando sepamos qué pasa con los temas que tenemos pendientes. Hoy veremos el protocolo complementario CEDAW, la próxima semana veremos el protocolo de San Salvador sobre derechos humanos, económicos, políticos y sociales; tenemos pendiente Escazú y Marrakech, en que quiero que se formen los grupos de trabajo".

Según él, en esa misma reunión con Piñera,"él argumentó nuevamente -con él he tenido reuniones como ex Canciller y como presidente de la comisión de RR.EE:- y las dos veces él argumentó que la declaración de Marrakech le daba más derechos a los inmigrantes ilegales que a los legales, y nosotros creemos que eso no es así. Esas son las cosas que tenemos que discutir, para llevarnos bien".

El senador tiene claro que le cobrará la palabra: "Él dijo que estaba dispuesto a formar grupos de trabajo para conversarlo. Que su gente iba a tener los textos específicos y que nosotros lleváramos los nuestros, y los comparáramos. Eso no se ha hecho todavía, y le voy a preguntar al canciller cuándo se hace, por cierto".

Y cierra diciendo que "hay buena disposición, buena relación, se trata de una persona muy competente. Pero falta concretemos las cosas que queremos hacer".

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