Biotecnología: La evolución del genoma Valenzuela

Cristián Hernández, Bernardita Méndez y Pablo Valenzuela de la Fundación Ciencia y Vida. Foto: Juan Farias / La Tercera

Pablo Valenzuela, Bernardita Méndez y Cristián Hernández han trabajado desde hace años en diferentes instancias de la creación de emprendimientos con base científica en Chile. Ahora han dado un paso extra, con la creación de Zentynel Frontier Investments, el primer fondo de inversión de Latinoamérica especializado en biotecnología, y que opera en toda la región. Es por un lado la más reciente aventura de una pareja de pioneros científicos, y por otro la más concreta expresión de una posta casi familiar.


Antes, mucho antes de que Paul Berg combinara los ADN de dos organismos distintos en 1972 -algo que cambiaría la historia de la ciencia y con la que él mismo anotaría sus máximos logros profesionales- la vida del bioquímico Pablo Valenzuela estuvo marcada por lo que podríamos definir como la combinación de distintos ADNs.

Quizás la primera evidencia esté en ese niño escolar fanático de las ciencias naturales que recorría el Cajón del Maipo y fabricaba herbarios e insectarios y se los vendía a sus compañeros más flojos para cumplir con las tareas. La combinación de científico y emprendedor se comenzaba a revelar. Su propia elección de carrera resultó de una combinación: biología y química. La carrera de Bioquímica se había creado recién en la Universidad de Chile y fue el camino que eligió Valenzuela. Luego, muchos años después, concretó su gran hito, cuando junto a William Rutter, quien fuera su maestro en California, fundaron en 1981 Chiron Corporation, en San Francisco, con el también científico Edward Penhoet como tercer socio. Era una empresa pionera en un mundo, el de la biotecnología, que recién comenzaba a desarrollarse a partir del uso -inicialmente controversial- del ADN recombinante.

En Chiron, Valenzuela era Director de Investigación, pero antes de que la empresa creciera como creció -comenzó con una oficina y 10 empleados, y terminó con sedes en 18 países y seis mil personas- el bioquímico dedicaba buena parte de su tiempo a trabajar con sus propias manos en el laboratorio. Así creó la que sería su gran primera obra: la vacuna contra la hepatitis B, la primera vacuna recombinante para humanos, que fue aprobada por la FDA en 1986.

Pero ese no sería el final de sus combinaciones exitosas. En su matrimonio con la también científica Bernardita Méndez concretaría la combinación de un equipo que probó ser virtuoso. Méndez, doctora en Biología Celular, trabajó con Valenzuela en la investigación de la hepatitis B y se especializó en asuntos regulatorios (fue vicepresidenta de esa área en Chiron). Juntos regresaron a Chile a mediados de los años 90 y crearon la Fundación Ciencia y Vida con el propósito de estimular el desarrollo no sólo de la ciencia, sino de emprendimientos científicos.

Entrevista a Cristián Hernández, Bernardita Méndez y Pablo Valenzuela de la Fundación Ciencia y Vida. Foto: Juan Farias / La Tercera

Hoy es difícil separar el legado de Pablo Valenzuela del legado de Bernardita Méndez; algo que en todo caso no tiene sentido: son parte de un mismo organismo. Y su evolución natural incorpora a otro “espécimen”, clave y determinante en el paso que acaban de dar.

“Quiero ser como tú”

Cristián Hernández Cuevas vio por primera vez a Pablo Valenzuela en una charla en la Universidad de Chile y, asombrado, se dio cuenta de que acababa de conocer a su modelo. “Contó esta historia de que ha creado empresas, que vuelve a Chile, que va a armar una Fundación y que necesitan estudiantes”, recuerda. Intentó acercarse después de la conferencia pero Valenzuela, como es su costumbre, desapareció rápido. Nada que pudiera detener a Hernández, que al terminar su carrera de biotecnología molecular llegó a través de un profesor a tocar la puerta del galpón donde comenzaría la Fundación Ciencia y Vida, en calle Maratón, y le comentó a Valenzuela que quería trabajar y hacer su tesis con él. “Le dije: en realidad quiero ser como tú”, afirma hoy Hernández, riendo, mientras Valenzuela y Méndez sonríen a su lado. “Me dice bueno, primero parte aprendiendo a hacer los experimentos y súmate al equipo”.

Convertido en uno de los “obreros moleculares” de una vacuna de ADN para salmones, confirmó algo que sabía desde hace tiempo. Antes de todo eso, antes incluso de la charla de Valenzuela, Hernández sabía que lo suyo no estaba precisamente dentro del laboratorio. “Estaba convencido de que no tenía manos para la experimentación científica. Hay un momento en que necesitas tener mano para la cocina, que te tienen que resultar los experimentos”, comenta Hernández. “Me fascinaba el contenido, pero no era buen ejecutor. Es cuando te gusta la música pero no sabes tocar muy bien los instrumentos”. Por eso la combinación de ciencia y empresa que le mostraba el camino de Valenzuela le hizo tanto sentido.

Fue lo que lo llevó a postular con éxito a un programa hecho a su medida: un Máster en Empresas de Biociencia en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra. Allá trabajó con el entonces director del Centro de Biotecnología de esa universidad, Cristopher Lowe, un conocido de Valenzuela.

“Estudio allá, me pongo a trabajar, me involucro en una compañía que es exitosa y termino el viaje de la empresita completo, saliendo a la bolsa y todo”, recuerda Hernández. “Yo siempre estuve en contacto con Pablo, pero ahí vuelvo a hablar con él y le digo: esto fue increíble, yo fui un pasajero en este viaje de esta empresa británica, quiero repetirlo como protagonista, como piloto, conductor, en Estados Unidos. Tú que has estado allá, ayúdame a hacerlo”.

La respuesta de Valenzuela: Olvídate, vente a Chile, lo hacemos desde acá y eventualmente terminamos allá. Hernández recuerda que usó una analogía de las carreras de autos. “Me dijo: pasa por pits por Chile y luego sigues a tu destino final. Y todavía seguimos en pits, como 20 años después”, remata Hernández y rompe en carcajadas al unísono con su mentor. Bernardita Méndez agrega al final: “Sí, pero con harto recorrido”.

Un negocio con leyes propias

Ese recorrido se ha consolidado ahora en un nuevo “organismo” que en sí mismo es una combinación de ADN distintos. En Zentynel Frontier Investments confluyen el mundo de las finanzas y el capital de riesgo con el de la ciencia, con Cristián Hernández como híbrido entre ambos. Por el lado científico están Pablo Valenzuela y Bernardita Méndez; por el lado de los negocios Pablo Fernández y Roberto Loehnert, socios de Ventura Investments. Cinco directores para un fondo que nace para levantar capital específicamente en torno a productos biotecnológicos. La compañía está inscrita en Estados Unidos, contempla proyectos en toda Latinoamérica y busca levantar capital en todo el mundo. Ya tienen un puñado de proyectos, ninguno de ellos en Chile porque, explican, es difícil encontrar emprendimientos de este tipo donde Valenzuela, Méndez y Hernández no estén o hayan estado involucrados de alguna manera anteriormente. Nuestro país tiene otra particularidad: desarrolla ciencia de excelencia, pero el capital disponible es muy bajo en comparación con los grandes de la región. “Chile probablemente lleva la delantera en sofisticación, pero debe ser de uno de los países más chiquititos en cuanto a capital biodisponible, o para ser invertido en biotecnología”, replica Hernández.

Un vistazo a las empresas del portafolio de Zentynel da una idea de su campo de acción. Autem Therapeutics (Brasil) trabaja en un aparato bioelectromagnético que mejora la eficiencia de las quimio, radio e inmunoterapias para pacientes de cáncer hepático. Isa Labs (Brasil) desarrolla una plataforma digital on-demand para servicios de salud a domicilio. Multiplai (Argentina) es una compañía genómica que combina secuenciación de punta con Inteligencia Artificial para evaluaciones más rápidas y precisas de salud cardiovascular usando una pequeña muestra de sangre. Samay Health (Colombia) desarrolla un aparato que permite una monitorización continua y no invasiva de la función pulmonar en pacientes con problemas respiratorios. Harmony Baby Nutrition (Brasil) fabrica fórmulas de leche materna en base a una tecnología avanzada de fermentación. Y Micro Terra (México) trabaja en ingredientes nutricionales para la industria agrícola basada en la lemna, una lenteja de agua.

El bioquímico Pablo Valenzuela

Todos proyectos que presentan para sus inversionistas una lógica distinta de retornos. Típicamente, explica Hernández, a los cuatro o cinco años comienzan a verse resultados que todavía no son económicos, sino “indicadores de una inflexión o multiplicación del valor del activo”, relacionados con hitos como aprobaciones, autorizaciones, patentes, fichajes de gente relevante en la industria o el ingreso de nuevos inversionistas más grandes.

“Son indicadores, pero en ese punto todavía no le llega nada a los que pusieron la plata”, aclara Pablo Valenzuela. “Son indicadores de que la empresa vale más. Ahora vale cinco veces más, pero todavía no han recibido nada. Y ahí viene lo importante: hay que hacer un exit, una salida. En algún momento hay que vender la empresa. Si la empresa vale cinco veces más y alguien la quiere comprar, ahí viene la discusión. ¿Seguimos adelante en hacerla crecer hasta 10 veces o mejor agarramos el cash, o repartimos entre todos y ya tenemos una historia de éxito más rápido?”.

De admirador a pieza clave

“Creo que en general a través de las acciones nuestras y las acciones en la Fundación hemos sido pioneros en la innovación científico tecnológica, en Chile”, reflexiona Bernardita Méndez mirando atrás. “Yo creo que inspirados por vivir esta revolución de la ingeniería genética en Estados Unidos, que nos mostró el valor real de tomar el conocimiento y sacarle jugo en un impacto real en la sociedad y rápido”, dice. Y en ese camino, el eslabón de Hernández ha cumplido un rol que ha ido cambiando: desde admirador a pieza clave. Y ahora, la causa de que Valenzuela y Méndez sean directores de un fondo de inversión.

Pablo Valenzuela, Bernardita Méndez y Cristián Hernández. Foto: Juan Farias / La Tercera

De alguna manera, Cristián Hernández es un organismo que Valenzuela y Méndez crearían en un laboratorio en un mundo y una época donde eso fuera concebible. Ha sido facilitador e impulsor para que una de las misiones que ambos fijaron para la Fundación Ciencia y Vida: la de ser incubadora y aceleradora de negocios científicos.

“Creo que Cristián ha sido un buen ejemplo. Porque uno necesita un prototipo de las cosas”, dice Bernardita Méndez. “Y además le gusta interactuar, entonces ha tenido un alcance importante, tanto con la gente del ámbito académico como con la gente de la parte de negocios. De los dos mundos”.

Valenzuela agrega: “Creo que hay una generación que lo admira. Cristián es un guía. Algunos después fueron al lugar donde él fue (Cambridge). Y hay un grupo importante que ya casi no interactúa conmigo; es Cristián la persona que los ha formado, los ha seguido”, dice. Y luego, inevitablemente, llega a la analogía familiar; “Esos son como nietos. Y los papás son más importantes que los abuelos”.

Escucha el episodio de Crónica Estéreo, el podcast diario de La Tercera, dedicado a este tema acá.

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