Arte en la calle
¿Cómo hacer para que de una vez y para siempre el arte se meta en el imaginario colectivo de la ciudadanía, sin mediar condición social, edad o género? El primer paso parece haberlo dado Santiago a Mil, con sus obras callejeras y gratuitas.


La calle es el lugar que nos convoca. Además de lo literal, por supuesto, es en ese espacio en el que se da la reunión social más cabal. A diario, anónimamente, es desde ahí que nos trasladamos, paseamos o simplemente circulamos. El lugar de todos por excelencia, pero de nadie a la vez, donde pasa mucho si tomamos el tiempo para observar, y poco si caminamos con un rumbo determinado. También el espacio que cada verano ha ido tomando un inusitado protagonismo gracias a las múltiples actividades que se han organizado en el marco de Santiago a Mil. Tal cual, ese espacio en el que convivimos cambia de tono en esta época para convertirse en escenario, en la palestra de exhibición de obras que se rebelan a las fronteras que imponen teatros,museos y galerías, para ser de una vez por todas públicas en su extensión. Así lo vivimos con el montaje Firebirds, de la compañía alemana Titanick, que con sus pájaros de fuego logró sorprender a más de 25 mil personas que siguieron el recorrido iniciado en la Plaza de Armas, o lo que por su parte logra componer la compañía Royal Deluxe con una espectacular Pequeña Gigante, cuya sorprendente puesta en escena ha dado cátedra en cuanto a la relevancia de los espacios públicos como soporte cultural. Y si bien es unamanera efímera, es un primer paso. Grandilocuente o novedad, la verdad es que se presenta como un acontecimiento particular y único dentro de la escena urbana, una que motiva la participación y genera vínculos con el entorno.
Para Francisco Brugnoli, director del Museo de Arte Contemporáneo, el espacio público asume un rol de vital importancia en el proceso que puede vivir una obra artística, pues “el arte no está, o está de manera previsible en él. Porque el arte, como la vida, no puede estar relegado a dejar de ser un acontecimiento, no puede dejar de acontecer”, aclara. Y eso es justamente lo que pasó con la estatuaria –considerada por años el arte público por excelencia–. Dejó de ser protagonista y se convirtió en parte del paisaje urbano, algo que precisamente se rompe cuando estos hitos efímeros se colocan en el imaginario colectivo de cientos de personas adueñándose de las calles, para ser ellos y la puesta en escena los únicos intérpretes de la velada.
Un hecho puntual que se viene a sumar a múltiples manifestaciones ciudadanas, espontáneas, que se han sucedido el último tiempo –plebiscitos comunales para aceptar o no un nuevo plan regulador, declaración patrimonial de ciertos complejos de viviendas, etc.–, reflejando la conciencia que existe por las implicancias que tiene el espacio público, el espacio de todos en la cotidianidad.

Pablo Cottet, director de la Escuela de Sociología de la Universidad Arcis, nos comenta que fue en los países industrializados donde se comenzó a dar el fenómeno de arte callejero, que finalmente se traduce en una significación de los espacios, pues “se piensa el espacio público como experiencia. No está ahí, uno lo ocupa, se hace ahí. El espectador se hace parte de la obra, generando relaciones sostenidas y pertenencia”, aclara.
Y es que ese espacio público, de dominio y uso público, por fin ha tomado peso, cuerpo y forma. Porque hoy ya no da lomismo que menoscaben una cuadra entera, por ejemplo, con el despliegue de propaganda electoral en época de campaña, o una vereda que se cierra para dar paso a camiones que la deterioran sólo porque se está construyendo un gran edificio. Nada de eso. En la actualidad una incipiente mentalidad, que parte de estos espectáculos callejeros como los que nos entrega Santiago a Mil, da cuenta de esta nueva realidad, la de tomarse la calle, que de paso define la certeza del arte, que se pregunta una y otra vez si obligadamente tienen que tener fundamentos estéticos para considerarse como tal.
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