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La aventura en bicicleta por las rutas del Camino de Santiago de Compostela

Durante casi 1.500 kilómetros, pedaleamos la “ruta jacobea” que cruza Francia y sigue el mar Cantábrico. Solo en el primer semestre de 2025, 227 mil peregrinos llegaron a la capital gallega, continuando una tradición milenaria que junta a Europa entera entre conchas y flechas amarillas.

“He estado esperando esto durante 40 años”, dijo Nicolás, antes de ponerse una mochila más gruesa que él mismo en la espalda, despedirse de todos y partir, puntual a las 6.50. Hace casi un mes había salido de Basilea caminando, y esa noche durmió en el albergue de Le Puy en Velay, en pleno centro de Francia.

Nicolás venía de jubilar hace unos meses, y le había dicho a su mujer que partiría a caminar hasta llegar a Compostela, que siempre lo había soñado, y que quería vivir ese paréntesis al menos una vez en su vida. Tenía un piercing en la ceja, era delgado, y costaría adivinar a qué se dedicó durante esos 40 años: podría haber sido un banquero, o un electricista, o un atleta. Ahora era otro peregrino, y una concha de vieira colgaba de su mochila para indicarlo.

Cartel con las rutas del Camino de Santiago en Lavoûte-sur-Loire, Francia. Foto: Bastián Díaz

Todos los años, de todas las esquinas de Europa, cientos de miles de personas se lanzan a los caminos con una mochila y un bastón en dirección al oeste. Muchos empiezan en los Pirineos, en la frontera franco-española, otros empiezan en una catedral cercana, y otros deciden que su camino empieza en la puerta de sus casas. Independiente del inicio, todos se dirigen a la capital de Galicia, Santiago de Compostela.

Para esto, una red de caminos que se despliega por todo el continente permite a los caminantes, siguiendo vistosas flechas amarillas, andar día a día y semana tras semana, acercándose a este objetivo. Estas son las “rutas jacobeas”.

Entre los caminos que llevan a Santiago, uno empieza en Le Puy en Velay, conocida por un festival medieval que se organiza en septiembre y una catedral con unas escaleras enormes, que miles de peregrinos han bajado para comenzar su odisea. Algunos, como Nicolás, deciden hacerlo de un tirón, abriendo un pequeño paréntesis de desconexión a su vida. Otros toman la decisión de hacer el camino fragmentado: una semana este año, otra semana el siguiente, retomando la ruta ahí donde la habían dejado.

De Le Puy a la frontera española hay 732 kilómetros. De la frontera a Compostela, otros 764. En total, a un ritmo de 30 kilómetros por día, casi 50 días de caminata.

Estatua de Notre Dame de France, en lo alto de Le Puy en Velay. Foto: Bastián Díaz
Abadía de Conques en Rouergue, Aveyron. Foto: Bastián Díaz

En bicicleta, salgo de Le Puy una mañana a las 6.30, y me interno en las regiones de Guevaudán y Aubrac. En la primera, una especie de lobo gigante recorrió durante años los pueblitos, degollando y devorando a los adultos y niños que encontrase, volviéndose así el gran asesino serial de los 1700. El horror por esta criatura se expandió por toda Francia, de tal manera que el rey Luis XV, que recién venía de pelearse siete años con los ingleses, tuvo que dedicar más recursos para vérselas con el chupacabras local.

Sobre dos ruedas, un día de peregrinaje vale por tres de caminante normal. En el río Lot, con su forma de serpiente que avanza contoneándose por el suelo, uno tras otro aparecen arrinconados entre montaña y cauce pueblitos que se anuncian como premiados entre “los más bellos de Francia”: Espalion con su puente viejo; Estaing como el expresidente; Cajarc, donde otra ciclista me cuenta que ahí tenía su residencia secundaria Françoise Sagan, la novelista autora de Bonjour Tristesse; Saint-Cirq-Lapopie, que alguna vez ganó la competencia y fue la número 1 de las localidades. En Conques-en-Rouergue, una abadía del siglo IX se ofrece como albergue para peregrinos, y en una muralla decenas de bastones apoyados indican la presencia de decenas de caminantes.

Siguiendo el río, se llega a Cahors, lugar de origen, me contarían, del vino Malbec, el mismo que se produce en Mendoza. A las puertas de la catedral de Moissac, refugiados del calor en las piedras frescas de las escaleras, converso con dos peregrinos, uno irlandés y otro bretón. Las conversaciones con los peregrinos avanzan entre recomendaciones de comidas, preguntas por futuros albergues y la muy profunda pregunta de “¿qué te trajo aquí?”.

Saint-Cirq-Lapopie, a las orillas del río Lot, Francia. Foto: Bastián Díaz

En los años 800, un eremita y un obispo gallegos encontraron bajo un arco de piedras los restos de Santiago. El eremita se llamaba Pelayo, y cerca del río Sar vio una serie de luces extrañas en la noche, que parecían indicar en una dirección: una flecha de estrellas en el cielo, acompañadas por un milagroso canto de ángeles. Informó al obispo Teodomiro del lugar indicado por la flecha, y junto a un grupo de religiosos encontraron un sepulcro, y con el los papeles que declaraban que se trataba de Santiago Mayor. Teodomiro se lo contó al Papa, y pronto Roma declararía un peregrinaje oficial hasta el lugar.

De las estrellas en el cielo vendría el “campo estrellado” que daría origen a “Compostela”, o “campus stellae” en ese entonces.

El primer peregrino de la historia fue el rey Alfonso II de Asturias, que fue hasta el lugar para comprobar si los restos del apóstol eran reales. Muchos después lo seguirían en los años siguientes, incluido su bisnieto, Alfonso III, que mandaría construir una catedral, y con ello, la ciudad de Santiago de Compostela.

En el libro de Jack Hitt, Off the Road, explica un poco el excelente timing que este descubrimiento tuvo para la Iglesia Católica. “En el siglo anterior, los moros invasores habían conquistado todo, salvo la inhóspita franja norte de España, precisamente donde se encuentra la ruta de peregrinación”, escribe.

El peregrinaje sirvió a la Iglesia como una buena manera de atraer hombres al norte de España, pero fue mucho más que un campamento de guerra: “Sin saberlo, la Iglesia también había descubierto una nueva forma de generar gran riqueza. El flujo continuo de personas cualificadas y no cualificadas creó lo que los residentes de Florida o California reconocerían como una economía turística”, apunta Hitt.

Vista de Ondarreta, Donostia. Foto: Bastián Díaz

“Dile que se las vea conmigo, que no viene porque me tiene miedo, porque sabe que le doy caña”. Después de las fiestas de San Marcial, el domingo por la mañana Irún es una ciudad zombie con gente a medio dormir en las plazas, y borrachos gritándose cosas de una calle a la otra. Entrando al País Vasco, vuelven los caminos montañosos, y por las carreteras nacionales se ven muchos ciclistas de fin de semana con trajes de licra y marcos de carbono, subiendo las cuestas por las que el Tour de Francia pasó en 2023.

En el albergue de Donostia, una peregrina italiana cuenta que prefiere este camino, el Camino del Norte, por sobre el tradicional Camino Francés que va por Pamplona y Burgos. Según ella, quienes siguen la costa suelen ser peregrinos más “espirituales”, más dispuestos al sufrimiento de los relieves, y que en el otro camino van a puro carretear.

Los “Caminos de Santiago” reconocidos oficialmente son decenas, pero el más popular es el Francés, que empieza en Roncesvalles y durante 800 kilómetros atraviesa las Castillas por Burgos, León, y se interna en Galicia por Sarria. El 80% de los peregrinos, según estadísticas oficiales, elige ese camino. El segundo más popular es el Camino del Norte, que sigue la costa, y con ello, acantilados y montañas empinadas, aunque tiene la ventaja de un clima más fresco, en el que puede llover en pleno verano.

La peregrina italiana cuenta que su hija, precisamente ahora, está haciendo el Camino Francés, y que allá “se pasan de botellón en botellón”, según le avisan, y que “toman más cerveza que agua”. Luego me pregunta si por casualidad no me habré equivocado de camino.

Mercado Central de Castro Urdiales, Cantabria. Foto: Bastián Díaz

Durante los siglos que sucedieron al milagro, una serie de celebridades bendijeron el camino a Santiago con sus pisadas: Ricardo Corazón de León, Felipe II de Francia, San Francisco de Asís, los Reyes Católicos Isabel y Fernando, e incluso, sin respeto al orden de los años, Carlomagno, conocido rey peregrino muerto en 814, antes del descubrimiento de las osamentas. Sin embargo, un libro de la época asegura que Santiago se le apareció en un sueño para mostrarle “un camino de estrellas”.

En el 1300 el Papa decide que los peregrinos que vayan hasta allá tendrán una Indulgencia Plenaria, el perdón completo de sus pecados. Así, toda la sociedad medieval a lo ancho de Europa tomará una capa, un bastón, y se pondrá una concha de vieira en el cuello, anunciando así su peregrinaje.

Montañas cerca del Parque Nacional Picos de Europa, Asturias. Foto: Bastián Díaz

Entre las carreteras, la Ikurriña, la bandera roja, verde y blanco de Euskadi, es omnipresente, y los grafitis dicen que esto no es “Ni España ni Francia”, sino Euskal Herria. Después de Bilbao, en la Playa de la Arena, el camino se introduce en acantilados reverdecidos, con las olas golpeando a metros bajo los pies.

Ya en Laredo, una especie de balneario de clase media en el Cantábrico, una estudiante de Artes que acaba de terminar la licenciatura cuenta que volverá a casa caminando: había hecho sus estudios en Bilbao, y aprovechaba el Camino de Santiago para andar hasta Vigo, donde viven sus padres. Lleva tres días, y se lamenta: “Todo el mundo habla de que en el camino hay una gran iluminación o algo, y lo único que estoy sintiendo es heridas en los pies”.

En el albergue de la zona encuentro a los primeros “peregrinos expertos”: personas que han hecho los distintos caminos cinco, siete veces. Juan Antonio, un caballero de 60 años, de tan apasionado por la peregrinación se ha vuelto hospitalero, inscribiéndose en la asociación que se encarga de siempre tener algún voluntario recibiendo a los caminantes.

Plaza Mayor de Gijón, Asturias. Foto: Bastián Díaz

Alguien escribió que el sueño que vendía el turismo era el de ofrecerle a cualquier trabajador, esencialmente, ser burgués por unas semanas. Un peregrino vendría a ser una forma medieval y menos lujosa, un disfraz de príncipe mendigo.

En los albergues, tanto en Francia como en España, los peregrinos son recibidos como reyes, y el “hospitalero” siempre insiste en que por favor, tomes una manzana, un agua con menta, un pastelito que las monjas han preparado. En un principio, la amabilidad incomoda o hace desconfiar, pero después de ver el ritual repetirse en distintos lugares, se acepta que las cosas son así, que a los voluntarios realmente les basta con ofrecer y hablar de los lugares vistos y por ver: como versos, filas de localidades se recitan. Después de Santander, Santillana del Mar, Comillas, San Vicente de la Barquera, Colombres, La Franca y así.

Cruzando Asturias y Galicia, aparecen los famosos “hórreos”, graneritos de madera al lado de cada casa, puestos encima de palafitos para alejar el maíz de los roedores, según me explica un ciclista italiano que también está yendo a Compostela. Ya al otro lado del río Eo, el gallego se nota en los nombres de las calles, en los “Os” antes de una localidad y en el acento y “hasta lueguiño” que dice la gente, como la señora que vendía empanadas de pulpo que por tamaño era más bien una pizza mediana.

Toda la comunidad autónoma está sembrada de catedrales, porque toda Galicia está sembrada de caminos: de La Coruña cae el camino inglés, de Pontevedra sube el camino portugués, de Sarria el camino francés y de Ribadeo el camino del norte. Todas las vías tienen sus etapas con al menos una iglesia enorme, como la de Mondoñedo y O Sobrado, en la que durante todo el milenio los peregrinos fueron pasando.

El Centro de Estudios, Investigación e Historia Compostelana de París cifra entre 250 mil y 500 mil peregrinos la afluencia anual a Santiago de Compostela en el siglo XII, lo que en proporción es una especie de hermano mayor del turismo de masas que hoy conocemos: en la capital gallega, para ese tiempo, se estima que había entre 4.000 y 5.000 habitantes. Al respecto, un embajador almorávide escribía: “Es tan grande la multitud de los que van y vuelven de Santiago que apenas dejan libre la calzada hacia occidente”.

Catedral de Mondoñedo, Galicia. Foto: Bastián Díaz
Interior del Monasterio de Sobrado dos Monxes, Galicia. Foto: Bastián Díaz

Solo en el primer semestre de 2025, 227 mil peregrinos llegaron a la capital gallega, continuando una tradición milenaria que junta a Europa entera entre conchas y flechas amarillas.

El último día de ciclismo, los últimos 80 kilómetros, son como ir acercándose a un concierto o festival al cual caminan grupos cada vez más numerosos de personas. Antes de Santiago, los peregrinos estampan sus pasaportes en el Monte del Gozo y miran por primera vez, a lo lejos, la sombra de la Catedral.

A diferencia de los aventureros espirituales y hombres callados del inicio del viaje, tropas de liceanos van saltando y cantando canciones liderados por la profesora de turno: es tradición en algunos colegios el hacer, al menos, cuatro etapas de la peregrinación al final de año.

Entrando en Santiago y en su centro histórico hay que bajarse de las bicicletas: hay adoquines y un montón de gente en calles estrechas, y a lo lejos una gaita anuncia la Plaza del Obradoiro. Ahí, los caminantes exhaustos se acuestan apoyándose en sus mochilas mirando la fachada de la Catedral, y cada media hora, un grupo de liceanos nuevo llega y salta y celebra su peregrinación exprés con entusiasmo futbolístico. En una institución cercana, con todos los sellos del pasaporte, se emite la “Compostela”, un diploma que documenta la realización del trayecto.

Fachada de la Catedral de Santiago de Compostela. Foto: Bastián Díaz
Mural en Santiago de Compostela. Foto: Bastián Díaz
En el Museo de las Peregrinaciones de Santiago de Compostela, una guía hecha por el japonés Munehiro Ikeda, que caminó por España durante los años 80. Foto: Bastián Díaz

Ya en el final, los caminos se cruzan con el peregrino final: un gaditano de 70 años que, luego de sobrevivir al naufragio de un barco pesquero en Noruega en 1999 y aguantar 10 horas nadando entre cadáveres, decidió que el resto de su vida lo dedicaría a caminar. Desde entonces, “vive” en el camino, sumando en total 110 mil kilómetros de caminata en estos 26 años: muchos de estos, en las rutas jacobeas, pero también en todo el mundo, hasta Roma, Jerusalén, incluyendo el Kumano Kodo, la peregrinación japonesa, y visitando santuarios marianos en Guadalupe, la Aparecida y Luján.

Antes de partir a Muxía y Fisterra, los finales “oficiales” de la peregrinación, hay que entrar a la Catedral de Santiago y cumplir con el rito: por debajo del altar donde los sacerdotes predican, hay un túnel, y en fila los peregrinos van hasta ahí para, número uno, ver a lo lejos la caja de metal que tendría los restos del apóstol, y número dos, subir y abrazar una estatua del mismo.

Hablando con otros peregrinos, la variedad de las iluminaciones que las semanas de caminata les trajo es amplía: están los que terminaron sus relaciones amorosas, o renunciaron a sus trabajos, o vivieron los duelos por sus seres queridos, o encontraron un antes y después en sus vidas. En Antena 3, este año las historias tiernas abundaban: “Un velo metido en una maleta que una novia ha transportado durante su luna de miel convertida en Camino de Santiago, para sacarse una foto en el Obradoiro. Un grupo de amigos llegados de distintos lugares de España y reunidos para caminar juntos. Un padre y una hija venidos desde Argentina para completar la ruta de la mano. Una mujer que a sus 85 años suma ya más de 50 Caminos y nada más pisar la Catedral empieza ya a planear el siguiente. Un novio que ha peregrinado con el anillo de compromiso en el bolsillo durante días y que hace la famosa pregunta nada más entrar en la plaza”.

En La Franca, una peregrina belga hippie y bien versada en cosas místicas y espirituales lo había resumido así: “Todos los que estamos aquí, de una u otra manera, estamos en una búsqueda”. Por lo bajo, el peregrino que llega a Santiago descubre una información un tanto redundante: que entre mochilas y botas, sudor y heridas en el pie, siempre fue capaz de llegar a Santiago caminando.

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