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“Solito”, la terrible travesía de un niño migrante

En 1999, con solo nueve años de edad, Javier Zamora inició un viaje imposible desde su natal El Salvador hasta Estados Unidos para reencontrarse con sus padres, que habían escapado tras la guerra civil en el país centroamericano. Como una forma de sanación, plasmó esa travesía de nueve semanas en el libro Solito, que este mes llegó a Chile en su edición en español. En la siguiente entrevista con La Tercera entrega más detalles de esa experiencia que marcó su vida.

Javier Zamora celebrando su primer cumpleaños en Estados Unidos. Foto: Random House

“Para Patricia, Carla, El Chino y todos los inmigrantes que conocí camino a Estados Unidos y que no volví a ver. No estaría acá sin ustedes”. Esa es la dedicatoria con la que el escritor, poeta y activista Javier Zamora comienza Solito, su libro de memorias en el que reconstruye su viaje imposible y terrible desde su natal El Salvador hasta Estados Unidos, en 1999, con solo nueve años de edad, para reencontrarse con sus padres que habían partido antes que él: el papá huyendo de la guerra civil salvadoreña, la mamá unos años después para reencontrarse con su esposo y buscar nuevas oportunidades.

Solito es tanto una obra de sanación personal como una demanda implícita a los países, incluido Estados Unidos, para que aborden las dificultades y el peligro que la inmigración supuso para Zamora y los riesgos que sigue entrañando para muchas otras personas”, escribió The New York Times sobre el libro de Zamora, publicado originalmente en inglés en septiembre de 2022, y que este mes llegó a librerías de Chile en su edición en español.

Portada del libro "Solito", de Javier Zamora, cuya edición en español llegó este mes a librerías de Chile. Foto: Random House

La historia de Solito comienza en La Herradura, El Salvador, el 16 de marzo de 1999. A través de una llamada telefónica, Javier se entera de que partirá para reunirse con sus padres en Estados Unidos después de estar separados durante cuatro años. Le dicen que viajará con el mismo coyote que su madre. Sus progenitores trabajaban en Estados Unidos y ahorraron para contratar a un coyote para el viaje de Javier.

Su abuelo, Don Chepe, lo acompañó hasta Guatemala para encontrarse con Don Dago, el coyote, en un terminal de buses. El 6 de abril de 1999 se inicia la travesía de Javier, alias “Chepito”, quien tuvo que seguir solo y atravesar México y el desierto de Sonora, junto a otros migrantes que seguían su misma ruta. Muchos se quedaron en el camino: fueron detenidos, murieron o simplemente desaparecieron. La travesía debía durar dos semanas, pero por una traición duró nueve. Solito habla de lo que ocurrió en esos 49 días y de las relaciones que nacieron en ese trayecto de 4.800 kilómetros.

A los nueve años, todo lo que Javier puede imaginar es correr a los brazos de sus padres, acurrucarse en la cama entre ellos y vivir bajo el mismo techo otra vez. No puede prever los peligrosos trayectos en bote, las interminables caminatas por el desierto, las armas apuntándole, los arrestos y los engaños que le esperan. Tampoco sabe que esas dos semanas se alargarán hasta dos meses y le cambiarán la vida, junto a un grupo de extraños que acabará por cobijarlo como una familia improvisada.

“Yo llegué a Estados Unidos a los nueve años y no comencé a escribir estas memorias hasta los 29. Tuvieron que pasar 20 años para que me atreviera a recordar”, ha dicho Zamora, quien reconoce que escribir Solito fue una especie de terapia de sanación ante el “trauma” de esta travesía.

En El Salvador, Javier Zamora era muy buen estudiante y ganó un concurso de caligrafía a nivel nacional. Foto: Random House

Una travesía que no solo dejó huella en Zamora, sino también en su familia. “Para demostrar cómo los continúa afectando hasta este día, cuando les pregunto sobre esos días todavía no les gusta hablar sobre eso y mi papá las cuatro veces que le he preguntado cómo fue cuando yo finalmente me reúno con ellos el 11 de junio de 1999 se pone a llorar. Siempre se recuerdan del olor que yo traía, ese olor de no haberme bañado, un olor feo”, cuenta Zamora a La Tercera desde Tucson, Arizona, donde reside. “A mi papá le gusta leer, pero el libro no lo ha leído después del capítulo 2, porque hasta ese capítulo él conoce la historia. Mi mamá no ha leído después del capítulo 1, porque no están listos para ver lo que me pasó”, asegura.

¿Cómo enfrenta un niño de solo nueve años la decisión de emprender una travesía de casi 5.000 kilómetros para ir al recuentro con sus padres en Estados Unidos? “Inocentemente, yo quería estar con mis papás. Yo no conocía a mi papá, porque él se fue antes que yo cumpliera los dos años, así que no me acordaba de él. Sólo era una voz por el teléfono y como un niño yo quería estar con él. Sobre mi mamá, me acordaba mucho de ella, me dejó cuando acababa de cumplir los cinco años, así que sabía de sus abrazos, de su comida”, rememora Zamora. Y agrega: “Yo no entendía el peligro, yo no entendía el concepto de frontera, no entendía de visas, de pasaportes, yo sólo sabía que quería estar con ellos porque los amaba”.

En medio de esa nostalgia por la imagen de los padres perdidos, Zamora comienza a captar los preparativos de sus familiares para que inicie el viaje hacia su reencuentro con ellos en Estados Unidos. “A mí no me decían nada, lo que yo sabía era que mis padres siempre nos llamaban una vez a la semana o una vez cada dos semanas. No teníamos teléfono, así que teníamos que ir a platicar con ellos a otras casas”, detalla, antes de añadir que sus padres, en esos llamados, “terminaban con un ‘ya te vamos a ver’ o ‘vamos a regresar’”.

El padre de Javier inmigró a Estados Unidos huyendo de la guerra civil de El Salvador un poco después de que se tomara esta fotografía. Foto: Random House

Una vez que su abuelo lo dejó en Guatemala a cargo del coyote Don Dago, se inició para Zamora un viaje lleno de emociones, donde Chino, Patricia y su hija Carla jugaron un rol clave. “Yo no estaría vivo sin la ayuda de ellos. En particular sin Patricia y sin Chino. Con mi terapeuta lo hemos platicado mucho, cómo estos adultos, como una madre con su niña, quizás se arriesgaron más al ayudar a ese niño de nueve años. Quizá hubiera sido más inteligente si me hubieran dejado, pero no lo hicieron. Se arriesgaron más y me ayudaron, me dieron comida, me ayudaron a caminar. Así que sin ellos, y por eso les dedico el libro, yo no estaría vivo. Y todavía no los he vuelto a ver”, relata.

Pero la publicación de Solito podría significar el reencuentro de “Chepito” son sus salvadores. “Da la casualidad que la hermanita de Carla leyó el libro al final del año pasado y me contactó en abril de este año por Instagram, así que quizás nos reunimos en unas pocas semanas”, señala.

Superman y tiburones

Uno de los momentos más conmovedores del libro sucede cuando la policía migratoria los detiene y los obliga a tenderse en el suelo con las extremidades extendidas, y Zamora se imagina que es Superman y que está volando. “Es una imagen que rompe el corazón”, escribió la BBC. La cadena británica le preguntó al escritor salvadoreño si esa descripción era real o se trataba de una licencia literaria. “Yo estoy convencido de que ocurrió”, contestó. “Creo que es la técnica que usó mi cerebro para disociar, para no estar ahí tirado en el suelo con soldados apuntándonos. Preferí volar o jugar con la lagartija que apareció en ese momento y a la que llamé Paula”, recordó.

Pero Zamora también sintió un profundo miedo durante su travesía. “Creo que la primera vez fue en la lancha, en el océano Pacífico, porque no podía nadar. En mi mente de niño me daba miedo que si nos caíamos al agua los tiburones me iban a comer. Creo que había visto en inglés la película Jaws, de los tiburones. Así que ese era mi miedo más alto, caerme al agua y que me iba a comer un tiburón. Y también le tenía miedo a la oscuridad. Así que en medio del océano era muy oscuro, no podía nadar y había muchos tiburones”, rememora “Chepito” en conversación con La Tercera.

Javier Zamora, en el centro, con su madre Paty y su abuelo Chepe en su graduación en la Universidad de California, Berkeley, en mayo de 2012. Foto. Javier Zamora

Hasta que finalmente vino el esperado reencuentro con sus padres. Pero no fue un proceso fácil, uno que recién con el paso de los años ha internalizado. “Creo que irónicamente se me ha hecho más fácil recordarme estos años, de reconocer a estos extraños, porque mis padres cambiaron de ser mis padres a ser unos extraños y cómo tener confianza en ellos. A mí con mi papá, en particular, yo cuando lo vi por primera vez no lo conocía, pensaba que era un amigo de mi mamá. Luego lo vi algo parecido y él me dijo que era mi papá, pero todavía no le creía”, apunta Zamora.

“Chepito” comenzó a vivir el desarraigo, como él mismo reconoce. “Al llegar a nuestro departamento aquí en Tucson, Arizona, porque ellos me vinieron a traer aquí ya que vivían en otro estado, todavía como que no daba con mi nuevo hogar. En mi mente yo pensaba que mis padres vivían en una casa, casi en una mansión, pero yo vivía en un departamento de dos recámaras y les rentaban una recámara a otros dos hombres. Así que mi mundo literalmente se me hizo muy pequeño, más pequeño que como era mi mundo en El Salvador. Y creo que por ahí viene una casi metáfora de cómo yo me he sentido la mayoría de mis años aquí en Estados Unidos: más pequeño. También la relación entre mi mamá y mi papá no era la que yo me imaginaba. Sólo he vivido con ellos dos años en el mismo hogar, porque después de que llegué en 1999, en el 2001 se divorciaron y se separaron y ya no vivía con los dos”.

Javier Zamora vive actualmente en Tucson, Arizona. Foto. Random House

Ya establecido en Tucson, y tras pasar por varias universidades prestigiosas, como Berkeley, Stanford, Harvard, Zamora aún siente miedo como inmigrante. “Desafortunadamente, todavía no soy ciudadano, tengo una green card ya, pero con todo lo que está sucediendo con esta administración Trump (...) el temor todavía está presente. Quizás aún más”, reconoce. “Porque al yo tener una green card, teniendo un New York Times bestseller y ganando todo lo que yo he ganado, y que todavía cuando me despierto y manejo, cuando viajo en aviones, me tengo que preguntar si un agente del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) me va a parar, eso lo dice todo. Casi no salgo. Cambia el día a día. Trato de no pensar en lo que puede sucederme, pero todavía está ahí”.

Como salvadoreño, Zamora tiene su opinión sobre el Presidente Nayib Bukele y su colaboración con la Administración Trump para recibir inmigrantes deportados en las cárceles del país centroamericano. Pero prefiere no explayarse por temor a lo que pueda pasar con sus familiares en El Salvador. “Digamos, y esto lo pueden escribir, que yo tengo miedo de comentar. Y ahí lo dejo (...) Y eso lo debe de decir todo”, comenta, “Espero visitar Chile pronto”, concluye.

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